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sábado,
01 de
octubre de
2005 |
Más de 50 años de ejercicio
en la ciudad
Maggiorina Josefa Para Scaglia, tal el es nombre de bautismo de María de Lourdes del Santísimo Sacramento, que nació en Carlos Pellegrini el 13 de junio de 1900, en festividad de San Antonio de Padua. Hija de Juan Para y Maggiorina Scaglia, dos inmigrantes italianos, fue bautizada en la iglesia San Agustín de esa localidad del centro de Santa Fe.
En su juventud trabajó en tareas rurales y luego, cuando su familia se trasladó a Gálvez, fue modista pantalonera.
El 6 de junio de 1931 fundó, junto con otras mujeres, el Apostolado de la Oración, la primera asociación de laicos de la parroquia Santa Margarita de Esocia, de esa ciudad santafesina.
Tenía 31 años cuando el 19 de abril de 1932 ingresó al monasterio del Verbo Encarnado en Gálvez, donde se había trasladado la orden.
Maggiorina Josefa vistió el hábito el 11 de febrero de 1933, festividad de Nuestra Señora de Lourdes. Y es por eso que a la hora de cambiar su nombre eligió el de sor María de Lourdes y se convirtió en la primera monja argentina en ingresar al Verbo Encarnado. En 1936 se trasladó a Rosario y en 1937 hizo la profesión perpetua. Fue en esta ciudad, entonces, que desarrolló toda su vida religiosa.
Fue despensera, cocinera, encargada de comedor, enfermera, portera, maestra y encargada de las alumnas pupilas mientras existía el internado. Nunca ejerció el oficio de superiora en la comunidad.
El 27 de febrero de 1984 celebró sus bodas de oro en la vida religiosa y el 6 de junio de 1988, después de 54 años de labor pastoral, falleció en la casa de La Paz 526, en Rosario. Al día siguiente, sus restos fueron sepultados en el cementerio El Redentor de Granadero Baigorria, pero once años después, el 10 de abril de 1999, fueron trasladados al cementerio El Salvador de Rosario.
El 6 de junio de 1998, en coincidencia con los diez años de su muerte, se inició la causa de su beatificación y canonización, que tuvo su apertura oficial el 6 de abril de 1999 en el Arzobispado de Rosario, a cargo de monseñor Eduardo Mirás.
Según puede leerse en la causa, entre muchas otras virtudes, María de Lourdes usaba lo indispensable para las necesidades diarias, no acumulaba cosas, tuvo en su oración un lugar preferencial el rezar por las vocaciones.
Además, según señala el documento, no conoció "la vanidad ni la ostentación; con su modestia y paciencia, con su humildad y sencillez siempre estuvo presente en los actos de la comunidad. E incluso, en sus últimos años estaba atenta y pronta a servir a las hermanas". También habla de su "caridad, abnegación y espíritu de sacrificio", además de su ayuda a los pobres, los enfermos y los más necesitados.
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