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 miércoles, 11 de mayo de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
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-Así las cosas, y siguiendo con el tema del Estado y el ser humano, se concluye en que la persona no puede esperar del Estado, en muchas ocasiones, sino desamparo e indiferencia y hasta coacción según los casos. El Estado, una institución en la organización social concebida para la felicidad de los ciudadanos, se ha tornado en una institución que acciona ocasionando la aflicción de aquellos devenidos súbditos.

-En efecto, Candi, porque en el Estado, al menos en el Estado que conocemos, ya no somos ciudadanos, sino súbditos. Me pregunto: ¿es posible demostrar con ejemplos claros y simples esta certeza? Y enseguida me respondo: desde luego que sí. Basta observar el simple hecho de que los recursos económicos del pueblo son harto insuficientes y que tal realidad sume a gran parte de la sociedad en la angustia, pero que no obstante ello el poder político en función de gobierno no cesa en su tarea del ahogo tributario, ni se interesa debidamente por el elevado costos de los servicios que él no presta.

-Basta con caminar por la calle de cualquier ciudad para observar cómo se han subvertido los derechos: los vecinos viven entre rejas, temerosos y humillados, mientras que actitudes y regímenes absolutamente incompatibles con la necesidad social morigera el castigo hasta nivees escandalosos a quienes se han declarado enemigos de la paz. Y no nos referimos sólo a los conocidos como delitos comunes.

-Y, como ayer, vuelvo a Rousseau: "En un Estado bien gobernado hay pocos castigos, no porque se concedan muchos indultos, sino porque hay pocos criminales" y añade: "El gran número de crímenes asegura su impunidad cuando el estado perece".

-Parece que el filósofo hubiera escrito el Contrato Social pensando en la Argentina de nuestros días, porque nada mejor puede definir la situación de nuestra Nación como las palabras de Rousseau. Aquí hay pocos castigos, muchos criminales y demasiados indultos. Es decir, hay un Estado que ha perecido o se ha transformado. Se ha transformado no para servir, sino para servirse y servir a los poderosos de aquí y de allá. Conste que no nos referimos sólo al Estado de nuestros días, sino, como decíamos ayer, al Estado de las últimas décadas.

-El panorama trazado parece ser bastante desolador, con faltante de esperanzas y futuro comprometido. Podría decir alguien que es excesivamente pesimista. Puede ser, pero en el caso de que tal paisaje se ajustase a la realidad, ¿qué hacer? Sabemos que gran parte de la felicidad o la infelicidad del hombre depende de las buenas o malas intenciones y disposiciones del gobierno, de su conocimiento o ignorancia y de la eficacia para aplicar tal conocimiento a la vida social. Está debidamente demostrado, por ejemplo, que muchísimos padecimientos psíquicos o espirituales de un ser humano o de un grupo social, como la familia, son consecuencia de la política aberrante aplicada por la autoridad o gobierno. Casos de alteración de la paz familiar por razones económicas, desequilibrios fisiológicos por el gran estrés, sin contar, desde luego, el hambre, la falta de adecuada atención sanitaria a la que se ven sometidas las clases más bajas y otros derechos menos básicos conculcados son una simple muestra que cotidianamente observamos. Retorno con la pregunta: ¿qué hacer?

-La parte optimista de esta realidad es quizá que el ser humano, no obstante el desamparo en el que se ve involucrado y al que está sometido, puede no ser vencido por un estado de cosas injusto. Debe primero enfrentar esta situación adversa con serenidad. Con serenidad, pero no con resignación. La alteración del ánimo seguramente determinará que equivoque las acciones o que neutralice la energía y se abandone a un estado de melancolía o depresión. En realidad debe desalojar de su pensamiento la sensación de soledad y el temor al fracaso. Puede decirse que nadie está solo en la lucha por la sobrevivencia, la primera compañía es uno mismo y las fuerzas que tiene para enfrentar una complicación. Inmediatamente están los seres queridos y un poco más allá el grupo social, un grupo social que, en unidad y superando diferencias, debe bregar por la transformación de la situación y no conformarse con la aceptación de un orden en el que la falta de equidad y el destierro del derecho para el ser humano común es la constante.

Candi II
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