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 viernes, 29 de abril de 2005  
El papel de los maestros ante la tragedia santafesina
Recuerdos de los días en que el río Salado llegó a las aulas

Jorge Sansó de la Madrid / La Capital

De las 30 escuelas santafesinas que el río Salado anegó impiadosamente entre el 28 y el 29 de abril de 2003, la Nº 1.298 Monseñor Vicente Zaspe del barrio Santa Rosa de Lima fue emblemática en medio de la tragedia: sus docentes, alumnos y familiares salvaron sus vidas, subidos en sus techos.

Seis metros de agua que sólo dejaron en la superficie el techo a dos aguas del comedor del establecimiento y al resto lo mantuvieron inundado por más de 20 días, dejando huellas físicas importantes en la 1.298 aunque infinitamente menos graves que aquellas que todavía siguen marcando a los 300 sobrevivientes que encontraron refugio en ella.

En la zona oeste de la capital provincial, las escuelas son espacios referenciales insoslayables de cada barrio. En la mayoría, significan la única presencia tangible del Estado y una esperanza remota de superación acompañada, casi siempre, de la única certeza de alimentación diaria para los más chicos y jóvenes. Casi el único paliativo a una pobreza creciente que lacera.

Por eso fueron refugios cuando el Salado irrumpió hace dos años: las escuelas están generalmente construidas en terrenos más elevados que el resto del barrio. En la Zaspe, su directora Ana María Salgado junto a las maestras, resistieron el 28 de abril pero el 29 el agua las sitió junto a los alumnos y vecinos y debieron subir al techo.

"Llevamos todo lo que pudimos: leche, yogur, alfajores y carne al horno del mediodía. El primer problema fue que no podíamos subir a una señora en silla de ruedas. Por suerte, una canoa pasó y la rescató cuando ya teníamos el agua por la cintura. Ya en el techo un joven se nos descompuso con convulsiones, pero la desesperación nos entró cuando el agua comenzó a sobrepasar el techo. Era el 29 de abril, había anochecido y llovía. En medio del frío y la oscuridad teníamos que debatir si subíamos al techo del comedor que era el más alto, pero que era a dos aguas y de menor superficie por lo que todos no cabríamos allí. Además, había que subir por los ladrillos de las paredes. Felizmente nos rescataron un poco antes, es que haber tenido que tomar aquella decisión hubiera resultado desquiciante", recuerda la directora a dos años de aquellas duras jornadas.

La escuela también sufrió, aunque menos que otras dado que su edificio era más o menos reciente (se había comenzado a construir en 1994). Igual Salgado no puede borrar la imagen de cuando volvieron a verla: "Todavía había agua cuando realizamos la primera visita. Todo era un revoltijo pero no sólo de barro como prolijamente se ha dicho sino peor, dado que el agua reventó los pozos negros de todo el barrio. Los mobiliarios, los libros y registros, todo estaba convertido en una masa maloliente y espesa de la que nada se pudo rescatar".

Hoy la escuela no evidencia ningún signo de aquella inolvidable postal . Las paredes están pintadas, las aulas están recompuestas, los baños fueron reconstruidos y pasillos y patios lucen limpios. La escasa edad salvó la estructura arquitectónica.

Pero para Salgado la referencia es otra resignificada desde su vivencia y la de sus alumnos. "Todo estaba destruido. La suciedad se extendía desde los suelos hasta el cielorraso. Menos -acota con sorpresa y emoción- un aula que poco antes los alumnos de 9º año habían pintado reproduciendo obras de Berni, a quien eligieron por ser el pintor de los pobres. Ese salón, que estuvo bajo agua, aparecía limpio y la pintura no se afectó para nada".
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La Escuela Vicente Zaspe, en tiempos de la gran inundación.

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