| miércoles, 09 de marzo de 2005 | El educador y los cambios Alicia Caporale (*) A lo largo de la historia educativa argentina, el maestro ha ido cambiando sus características para responder a las demandas de la sociedad. Su flexibilidad no sólo se le ha reclamado sino que le ha surgido como propia necesidad. No se puede no cambiar cuando alumnos y sociedad toda están cambiando. Es vital que el educador se propicie tiempo para reflexionar sobre los cambios que experimenta, sobre su proceder ante ellos, para que luego de un análisis de los hechos y sus posibles consecuencias seleccione estrategias y concrete acciones que respondan constructivamente a esos cambios, propiciando, así, mejoras que promuevan el bien común y el equilibrio individual. Esta postura no ignora que los hacedores tienen dificultades y cometen errores, pero, más allá de las limitaciones, se estaría aún peor si no se intentara absolutamente nada. Por tanto, es oportuno destacar la búsqueda de miles de docentes argentinos: búsqueda de recursos, búsqueda del propio perfeccionamiento (aún solventado por ellos mismos), búsqueda de una vida digna para niños y jóvenes que tienen el derecho a ser educados. ¿Por qué ensimismarse en lo negativo, ignorando la dedicación silenciosa de tantos educadores?
Como he hecho referencia, el educador ha ido adaptándose a múltiples circunstancias y ha sido visto (y en consecuencia definido) de variadas formas. Entre ellas, como una persona con fuerte vocación a la enseñanza; otras veces, como aquel capaz de aplicar técnicas de aprendizaje cuidadosamente estudiadas. En la actualidad, se prefiere hacer tomar conciencia, desde los estamentos gubernamentales, sobre su rol como profesional y se le pide que responda conforme a tal rol. Mientras que, paralelamente, ciertos grupos sociales parecieran buscar únicamente algunos aspectos que puedan ser mostrados desde una perspectiva peyorativa, descalificándolos ante la comunidad. ¿Qué logran con este proceder? ¿Hay existencia de docentes perfectos? ¿Hay existencia de críticos intachablemente perfectos? Por fortuna, los humanos somos seres perfectibles capaces de trabajar en pos de un modelo mejor. ¿Podríamos, pues, hacer una lista de las características del docente modelo al cual aspirar?
En época de cambios estructurales, como los que hemos vivido desde la progresiva implementación de la ley federal de educación, es de sano proceder volver a las bases, si es que observamos que los cambios acontecieron tan abruptamente que nos hicieron perder horizonte. Si fuere así, rescatemos de nuestra historia educativa qué cualidades humanas y profesionales hicieron a maestros ser buenos en lo suyo. Pongamos como ejemplo el docente por vocación. Si bien no negaremos que la profesionalidad es importante, recordemos a las maestras que eran y que son como segundas mamás. Se percibía y aún se percibe en ellas el amor por sus alumnos y por su tarea. Hacían y hacen de los tiempos en la escuela instantes deseados para aprender, jugar, formar amigos, superar dificultades, compartir alegrías, apoyarse en los momentos vulnerables. ¿Acaso debemos desechar estas particularidades por ser "antiguas"? Si no se comparte la idea de que el buen docente es el que tiene vocación, al menos rescatemos algunos aspectos de esta mirada, sea dedicación, comprensión, por citar algunos, además de los ya descriptos. Al considerar cada una de estas cualidades preciadas para la actividad docente, no podemos obviar lo propio de su profesión que implica competencias pedagógicas generales, específicas de su área, de la psicología y cultura de los educandos que se les encomiendan, de lo significativo de su ejemplo. Para destacar las implicancias de esto último, supongamos el caso hipotético de un maestro que no es buen lector o que no es responsable e indica hacer a sus alumnos lo que no practica. Ese doble mensaje, contradictorio en su esencia, no llevaría a buen camino. Por ello, el esmero en reconocer falencias y esforzarse por superarse es una virtud que será menester cultivar.
Entre tanto, el educador navega en un mar turbulento de demandas y presiones. Algunos grupos sociales (incluyendo los que saben y los que ignoran las causa y los efectos de su proceder) se empecinan en campañas de descrédito. Con su aporte, ¿mejoraron la calidad educativa de la patria? ¿Qué han conseguido? ¿Quién empieza a deshacer esta telaraña que perjudica tanto a educandos, educadores y sociedad en general? En un acto de mediocridad y conformismo velado, se responsabiliza al "otro". De esta forma se engaña la conciencia, autoconvenciéndose de que no se puede hacer nada. Como contrapartida, cada parte involucrada, incluidos los espectadores externos, pueden ser agentes promotores de una educación inteligente. ¿Cómo? Sugeriré algunas y sólo unas pocas acciones que pueden ser concretadas por distintos actores, por ejemplo: no exacerbar aspectos negativos o que ni siquiera lo son pero se los muestra así; trabajar en forma cooperativa: familia, escuela, sociedad toda; revalorizar y reconocer la tarea del docente; orientar a las familias que necesitan asesoramiento para acompañar a sus hijos en el crecimiento físico, mental y emocional; dignificar y jerarquizar el salario docente; abrirse a un diálogo sincero y constructivo, teniendo siempre presente el empeño por reivindicar los valores y principios morales que hacen del aula mucho más que un mero lugar de transmisión de información.
Aunque haya diferencias de criterios, lejos de ser negativos -ya que gracias a ellos y por medio de un diálogo maduro podremos enriquecernos-, todos queremos una educación provechosa, de calidad para nuestra Argentina. Ya sea individual y/o con nuestro grupo de referencia, vale la pena contribuir con nuestro aporte.
(*) Licenciada en Calidad de
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