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 domingo, 06 de febrero de 2005  
El laúd de Temístocles

Carlos Duclós / La Capital

Cierta vez invitaron al genial estadista y militar ateniense Temístocles a una fenomenal fiesta. El anfitrión, suponiendo que el venerado militar que acababa de derrotar a la flota persa, lo sabía todo y todo lo podía, lo invitó a que tocara el laúd. Temístocles, pasmado por el pedido, pero más afligido por no poder satisfacerlo y engrandecer de paso su estima, se disculpó diciendo que él no había aprendido a tocar ese instrumento. Comprendiendo al punto que un sesgo de humildad después de tamaña victoria lo volvería más grande añadió que muchas cosas en realidad no había aprendido en la vida. Se hizo un silencio, pero antes de que alguien dijera nada el militar desenvainó su genio y su grandeza: "Mas si me dan una aldea perdida sabré hacer de ella una gran ciudad". Las palabras del ateniense aplastaron la ridícula invitación del dueño de casa y arrancaron la notoria complacencia de la selecta concurrencia, que comprendió que el destino de Temístocles no era tocar el laúd sino comprometerse exitosamente con algo mucho más trascendente para la vida de los atenienses.

Recordaré de paso que cuando Francis Bacon recuerda este episodio no deja de advertir que hay muchos políticos capaces de tocar con mucho primor el laúd "pero que tienen tan escasa la capacidad que se requiere para fomentar los intereses de las naciones que parecen más bien indicadísimos para arruinar y destruir los Estados más florecientes". De no saberse que Bacon anduvo por las calles de Londres allá por el siglo XVI, bien podría calificárselo como un agudo observador argentino de nuestros días. Si el ilustre ensayista, estadista y filósofo se paseara por las calles argentinas quedaría asombrado después de observar, por ejemplo, al ministro del Interior Aníbal Fernández tocando la guitarra en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, en una de las ya tradicionales reuniones culturales. Pero a ese asombro de seguro seguiría la patética angustia al observar a una sociedad devastada cuyo paradigma son los adolescentes delincuentes y los chicos mendicantes y hambrientos.

Claro que la actuación del ministro, si se la compara con otras presentaciones consumadas por intérpretes que no son duchos con las cuerdas de una guitarra, pero sí con las cuerdas vocales, no es de lo peor. El poder de persuasión de algunos políticos argentinos, que algunos llaman irónicamente "guitarreros", es tal que lograron deslizar e instalar sus "verdades" en ciertos ámbitos intelectuales que no es del caso mencionar ahora, pero que tuvieron siempre el relevante cometido de informar y formar a la ciudadanía, destino que, según parece, por acción u omisión, jamás pudieron alcanzar.

No puedo dejar de recordar, porque viene al caso, al jurista argentino Augusto Morello quien en una conferencia dictada en Rosario sin pelos en la lengua dijo ante una pléyade de jueces (algunos designados porque Dios es excesivamente misericordioso o porque tuvieron amigos influyentes en la corporación política) que cuando la justicia llega tarde (una costumbre argentina de nefastas consecuencias) es lisa y llanamente denegación de justicia. Puede afirmarse también que cuando la información llega atrasada por ser aviesamente ocultada en su momento para beneficiar a un gobierno o funcionario, se está también ante una denegación de justicia. Tal vez una de las denegaciones más desafortunadas que puedan consumarse para con el pueblo: el derecho que tiene a conocer en toda su dimensión a quien gobierna para poder así y con el tiempo premiarlo con la consideración y el sufragio o eliminarlo definitivamente de la escena política. De la mano de ciertas voces y de ciertas letras, muchas hipocresías corruptas, de distintos puntos del espectro ideológico, político y militar, reinaron en esta tierra, sumiendo a toda una sociedad inocente en el desamparo y la pena.

Y todo esto para decir, estimado lector, que no obstante tanta pena y tanto enfado, harto justificado, es necesario no perder de vista la política y mucho menos aún a ciertos políticos, porque siempre, inexorablemente, se cumplirá lo que dijo Toynbee el historiador británico: "El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan".

En pocos días más, cuando finalicen estas vacaciones, recrudecerá una campaña mediática en la Nación, en la provincia y en la ciudad que sutilmente ha comenzado. Se revivirá la eterna historia que en ocasiones tanto enfada a los lectores: denuncias de políticos contra políticos; anuncios de proyectos e inauguración de obras y las selectas plumas del marketing partidario pergeñando utopías, pero ningún plan de gobierno sustentable y mucho menos aún una plataforma, estructura que pertenece lisa y llanamente al jurásico. De todos modos habrá que estar atentos, porque muchas denuncias seguramente son y serán ciertas, muchas obras no prioritarias se ven y se verán pero no son ni serán decisivas para la prosperidad básica de la población y muchos inventos irrealizables, y en el fondo inútiles, serán ofrecidos al consumidor que vota. Hemos ingresado a un año electoral y lo mejor que le pueda suceder a la ciudadanía es que aparezca un Temístocles que diga: ni sé ni quiero tocar el laúd político, pero de esta tierra sojuzgada puedo construir un gran Estado. Para eso el público no puede ni debe desentenderse de un compromiso: participar.
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