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 domingo, 06 de febrero de 2005  
Son 13 familias de pescadores que hace años habitan en el Parque Sunchales
Viven colgados de la barranca, con techo de chapa y la vista más cara de Rosario
Dicen que ven el puente y los fuegos artificiales "como nadie", y que la mayoría no conoce su existencia

Laura Vilche / La Capital

"Esto es como el campo de tranquilo y encima tiene río". Así describe el lugar que habita desde hace 10 años Marta Ceballez, una mujer de 56 años quien junto a su marido y las familias de sus dos hijas vive colgada de la barranca del Parque Sunchales (avenida de la Costa entre Oroño y Pueyrredón). El de la mujer es sólo uno de los trece grupos familiares de pescadores que habitan casi escondidos y desde hace años a la vera del Paraná. Desde sus casas con techos de chapa gozan de la misma vista al río que los dueños de muchos departamentos de la zona tasados en mil dólares el metro cuadrado. Dicen que viven tranquilos, de la pesca y de algunas changas que hacen "arriba". Que "como nadie" ven el puente a Victoria y los espectáculos de fuegos artificiales, y que el resto de los rosarinos los descubre recién ahora que se hermoseó la costa.

Si no fuera por los carteles que advierten "Hay pescado", quienes pasean por el lugar no se percatan de que allí, debajo de la baranda verde que bordea el parque, viven desde hace años más de 60 personas. Pegadas al río, a metros del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro, ubicado en los ex Silos Davis), a 15 cuadras del centro y en uno de los barrios más coquetos de la ciudad, allí se instalaron estas familias que señalan que "pocos vecinos y políticos conocen de nuestra existencia".

En rigor, no saben si eso es mejor o peor. Ya que habitan sobre terrenos que no les son propios, con luz y agua potable, y en los que a "más de uno le gustaría instalar una guardería náutica", admite Nelson Yapura, de 39 años y conocido por todos como El Tucumano.

"Es que esto es un paraíso. Vivimos entre la barranca y los sauces, en silencio, seguros y con este río hermoso al lado. Y el diablo se tienta con el paraíso, por eso uno nunca sabe por cuanto tiempo seguirá acá", desliza Yapura, quien está allí desde hace 17 años.

Ingresar a su casa, y a todas las de sus vecinos, obliga a golpear las manos a manera de timbre y bajar más de 80 angostos y empinados escalones. Un trayecto que hacen todos estos pescadores y sus familias, varias veces al día, con toda naturalidad.

Yapura vive con su mujer y sus dos hijos, de 11 y 15 años, quienes nacieron y se criaron allí, y van a las escuelas del barrio. "Son bien costeros", remarca el papá. Su casa de dos habitaciones, cocina, baño y un balcón terraza está equipada. Computadora, freezer, televisor y equipo de música, y sus dos botes son para él la mejor muestra de que allí vive gente de clase media, "gente de trabajo, no malandras como creen muchos. Acá sólo baja la policía cuando busca a algún ahogado y nosotros colaboramos siempre en esa búsqueda", sostiene.

Su actividad ahora es la pesca. Pero cuando se instaló en la barranca poco sabía del oficio. Oriundo de Tafí del Valle (Tucumán) llegó a la ciudad recién casado como carpintero lustrador de féretros. Cuando se quedó sin trabajo y sin poder pagar la pensión que habitaba se instaló allí, le ganó el terreno al río con sus propias manos, levantó su casa y se hizo pescador. "Eran buenas épocas, de mucho pique: en 20 horas de trabajo uno podía traer mil kilos de surubí. Ahora se ha depredado tanto que en 9 horas, apenas llego a un sábalo de 5 kilos, un bagre sapo de 9 kilos, 10 armados y 4 bogas. Todo lo vendo a los acopiadores o a restaurantes de la costa. Y saco limpios apenas 25 pesos", comenta.

Cuando se le pregunta si le gustaría trabajar "arriba", como le dicen ellos a la ciudad, niega con la cabeza y dice: "Prefiero 10 mil veces que me verduguee la naturaleza y no un patrón. La naturaleza me ha maltratado, me quita los años; el agua y los vientos me quitan los tejidos para pescar, me da dolores de cintura; pero yo los entiendo porque le quito sus frutos", reflexiona.


De Pellegrini al río
A pocos metros de El Tucumano vive Judith Ortolano, de 31 años, con su marido, sus dos hijas Cecilia (12) y Camila (4), dos perros y seis gatos. Nadie diría que esa mujer, que trabaja como empleada doméstica, vivió hasta hace diez años en pleno Sarmiento y Pellegrini. Se instaló en lo que fue la casa de su padre también por problemas económicos. Su marido a veces pesca, pero también trabaja de panadero en la ciudad. Su hija mayor es una de las pocas mujeres que sabe nadar en la zona y ya conoce lo básico de la pesca.

La casa de Judith es una habitación grande con aire acondicionado y múltiple, donde se ubican muy ordenadamente la cama matrimonial, la cucheta y la mesa del comedor. Vive muy cerca del Macro, pero admite que nunca entró. Dice que la gente que pasea por el parque en general se porta bien con ellos, aunque nunca falta quien tira alguna que otra piedra o basura. "Es que muy pocos saben que estamos acá abajo. Alguna vez me he tomado un taxi y me han preguntado si vivo en un barco", se ríe.
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Yudith Ortolano y sus dos hijas hace diez años vivían en Pellegrini y Sarmiento. La crisis las llevó a este lugar.

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