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 domingo, 06 de junio de 2004

El ex intendente tiene un discurso cada vez más ajeno a la estrategia del PS
Binner hizo profesión de fe kirchnerista en la presentación de un libro
Dijo que es una suerte que Kirchner sea el presidente

Walter Palena / La Capital

Hermes Binner se va convirtiendo poco a poco en una figura protocolar dentro del Partido Socialista (PS), un dirigente cada vez más alejado del núcleo teórico que recitan sus correligionarios y más cerca de la prédica transversal con la que machacan todos los hombres del presidente.

El pasado miércoles ocurrió un hecho que sobrepasó lo meramente anecdótico y se transformó en un dato político para los pocos testigos que concurrieron al auditorio de la librería Homo Sapiens. Allí Binner fue uno de los encargados de prologar con su discurso la presentación de "El presidente inesperado; el gobierno de Kirchner según los intelectuales argentinos", un libro del periodista porteño José Natanson que recopila una serie de entrevistas publicadas en el diario Página 12.

"Es una suerte que tengamos un presidente como Kirchner", resaltó Binner cuando comenzaba la introducción al tema para el cual fue convocado. Esta frase no tiene nada de especial ni es el resultado de una elaboración mental ingeniosa. Sólo cobró dimensión porque la profirió casi a la misma hora en que Rubén Giustiniani (su jefe político) ocupaba el centro de la cámara de Crónica TV y argumentaba en contra de la iniciativa del gobierno de enviar tropas a Haití.

La política, se sabe, es muchas veces un compendio de paradojas. Pero las contradicciones que saltan en el socialismo sobresalen más por las voces murmurantes que por su verdadero ruido.

Pero esta vez Binner se animó a ir un poquito más lejos. Aunque el autor del libro lo presentó como "un hombre del socialismo, de la izquierda", en la práctica, el ex intendente parece recorrer caminos distintos a la mayoría del PS.

Una prueba de ello fue su gustosa presencia en un ambiente pro kirchnerista, incluido el libro que fue a presentar, que no es otra cosa que un resumen sociológico dirigido a la clase media politizada de Rosario y Buenos Aires que, como dijo Beatriz Sarlo (una de las entrevistadas), son los únicos que se entretienen con la idea de la transversalidad.


El tercer demonio
Desde el arranque, Binner trató, sin brillo oratorio (los discursos no son su fuerte), de configurar el proceso histórico argentino para versar contra el neoliberalismo, ese nuevo demonio que con su sola mención garantiza el aplauso fácil y el asentimiento general en una platea uniforme y predispuesta a escuchar eso. Las palabras "vendepatria", "entreguista", "menemato" son para los políticos progresistas el equivalente de los hits para los cantantes.

En este aspecto Binner demostró una honestidad intelectual que no suele verse en otros a la hora de repartir anatemas hacia el neoliberalismo que alumbró con el golpe del 76 y lo continuó Carlos Menem. Binner no trató de exculpar a la sociedad, sino que la hizo responsable por "comprar" ese proyecto. "Culturalmente había que entregar la economía, las empresas del Estado", dijo, ubicando el problema en su verdadera dimensión. En otras palabras, dio a entender que el "mal menemista" no vino pegado a los restos de un meteorito, sino que fue el producto de una aceptación social con la complicidad de una dirigencia claudicante.

Pero esta "honestidad" no obró de igual manera cuando, en el derrotero histórico, dedicó unos párrafos al gobierno de la Alianza. Aquí Binner se desentendió de su responsabilidad en la participación y el armado de uno de los fracasos políticos más notorios de la posdictadura. Dijo que "la Alianza no pudo", cuando debió decir: "No pudimos". Recorrer un archivo periodístico es un ejercicio interesante para ver a un Binner caminando la ciudad, muy sonriente, junto a De la Rúa y Chacho Alvarez.

Desde ahí saltó a los problemas del peronismo para nominar a un candidato y se interrogó qué hubiera pasado si se votaba con ley de lemas, algo -dijo- que los santafesinos saben muy bien las trampas que esconde. Aprovechó, entonces, para jugar con otra hipótesis: la posibilidad de que el presidente hubiera sido Carlos Reutemann en vez de Kirchner.

"No habría cambios en la Justicia, porque Reutemann nombró a su primo (Rafael Gutiérrez) al frente de la Corte provincial. Tampoco habría cambios en la política de derechos humanos; falta ver qué ocurrió con las siete muertes que hubo en Santa Fe, que siguen impunes", detalló.

Fue en ese marco cuando dijo que "es una suerte que Kirchner sea el presidente", y luego dedicó el resto de su disertación, aunque se cuidó de mencionarla, a defender la idea de transversalidad. "El presidente necesita de una mayor fuerza social para sustentar este proyecto, porque sigue habiendo una presencia real de la derecha que hay que derrotar". Curiosamente, esa misma noche, desde la usina presidencial, se comenzó a hablar de la teoría del complot.

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Mientras Binner elogiaba a Kirchner, Giustiniani lo criticaba en el Senado.

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