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 domingo, 06 de junio de 2004

Editorial
El espejo del deporte

La notable actuación de los tenistas argentinos en el Abierto de Francia, donde dos de sus representantes más destacados disputan hoy la final, ha revivido por estos días en el país la peculiar e intensa relación que la ciudadanía tiene con el deporte, que muchas veces ha obrado como bálsamo colectivo para soportar o hasta disimular una realidad difícil.

Esta vez son dos integrantes de la llamada "legión argentina" quienes desempeñan el rol principal: el santafesino Guillermo Coria y el bonaerense Gastón Gaudio lucharán esta mañana por el cotizado trofeo de Roland Garros, que un compatriota -el legendario Guillermo Vilas- levantó por última vez en el lejano 1977. Pero pudieron haber sido también David Nalbandian, Juan Ignacio Chela o Guillermo Cañas los autores de la proeza. Se trata, en verdad, de un fenómeno al que los especialistas ya han calificado como la mejor generación masculina que ha dado el deporte blanco en el país, por encima de aquellas que incluyeron a Enrique Morea, al propio Vilas, a José Luis Clerc, Martín Jaite o Alberto Mancini.

Sin embargo, y más allá de las épicas y recordadas jornadas protagonizadas por el marplatense Vilas, esta es la primera vez que el tenis se convierte en masivo: resulta curioso, en efecto, ver a una población futbolera por excelencia seguir con apasionamiento y hasta conocimiento profundo, en no pocos casos, los encuentros que la televisión difunde a toda hora.

No son muchos quienes perciben el ejemplo de trabajo en que se erigen estos deportistas de elite, más allá de las insólitas y acaso inmerecidas fortunas que ganan. De todas maneras, esta última cuestión no es responsabilidad de ellos. Lo que sí queda claro es el nivel de esfuerzo que han realizado para llegar hasta donde están ahora, en la cumbre. Tal vez el momento que transita la Argentina, de lenta y dificultosa salida de la peor crisis de su historia, debiera hacer hincapié, justamente, en esta ecuación: en el éxito como consecuencia del tesón, y no sólo del talento innato o de un golpe de suerte.

Muchas veces el deporte ha jugado papeles tristes en la historia nacional. El ejemplo del Mundial 78, cuando multitudes festejaban a escasas cuadras de donde muchos eran torturados y asesinados, es absolutamente paradigmático.

En esa situación el deporte funcionó como un escape de la realidad. Ojalá que ahora, cuando una camada de jóvenes y brillantes tenistas se adueña del trono del mundo, la relación con los duros hechos concretos que la ciudadanía enfrenta de manera cotidiana sea distinta e inversa, y que la imagen que devuelva el espejo del deporte ayude a todos quienes viven en la Argentina a ser mejores, a través de la insustituible vía del esfuerzo.

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