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 domingo, 06 de junio de 2004

Panorama político
La conjura de los necios

Mauricio Maronna / La Capital

Para Néstor Kirchner, gobernar es confrontar.

Lo viene demostrando desde el mismo momento en que asumió, con el uso de la Cadena Nacional para embestir contra la "mayoría automática" en la Corte Suprema, para descabezar a las cúpulas de las Fuerzas Armadas y de Seguridad y, fundamentalmente, para embestir contra todo lo que exudara alguna viscosidad menemista. No le fue nada mal.

El presidente entendió que el péndulo anímico de buena parte de la sociedad que se regocijó durante los 90 con el ahora defenestrado modelo económico (y cultural) desea exculparse ubicando al caudillo riojano y a sus adláteres como los demonios de la crisis argentina. Sobre la base de esa premisa edificó su masa crítica y elevó su imagen positiva hasta las nubes. Entendió bien.

Pero, inútilmente, la necesidad de hacerse de enemigos cotidianos les termina de jugar una mala pasada al jefe del Estado y a otros funcionarios, que hicieron uso y abuso de los términos "conspiración" y "complot", adjetivaciones que se acercan más al Código Penal que al diccionario de moda para entretener a la tribuna.

La abrupta aparición del ministro de Defensa, José Pampuro, en una cena servida en un salón alquilado del regimiento militar Patricios fue la primera secuencia "conspirativa", complementada por las acusaciones contra Ricardo López Murhpy, Rosendo Fraga, Mauricio Macri, la fundación económica Fiel, José Luis Espert (y siguen las firmas). La lista de invitados al cumpleaños del sindicalista-empresario-político Jorge Triaca constituyó el aderezo final.

¿Cree verdaderamente el presidente que el eternamente bronceado Fraga y un puñado de consultores económicos sumidos en el descrédito por sus malos pronósticos respecto a la realidad argentina están en condiciones de acicatear un fragote? ¿Considera peligroso a López Murphy, cuya estela opositora deja más espacios que los que tuvo Ronaldo en el Mineirao? ¿Se trata de una nueva fase de la operación campaña permanente que inició el santacruceño para dejar rápido en el olvido su escasa legitimidad cuando Carlos Menem decidió dar las hurras y no presentarse al ballottage?

Cualquier respuesta a estos interrogantes conlleva un dato peligroso: el gobierno luce crispado y, día día, hora a hora, sube la apuesta de adjetivaciones. "Conspirador", "menemista", "corporativo", "derechista", "liberal", "pejotista", "sinvergüenza" forman parte del lenguaje cotidiano de algunos merodeadores de la Casa Rosada para (des) calificar a quienes intentan despegarse del discurso oficial.

"La baja de la popularidad del presidente hace que elija enemigos para convertirse en víctima y que la gente piense que Kirchner hace lo que puede", dice el consultor Carlos Fara, quien reveló que la imagen del jefe del Estado cayó a menos del 50%.

El politólogo norteamericano Dick Morris dice en su libro "El nuevo príncipe" que cuando un presidente cae por debajo del 50% de popularidad "está funcionalmente fuera del cargo". La discutible teoría del ex asesor de Bill Clinton parece haber sido tomada como un manual de estilo por los consejeros de Kirchner: "Hoy, un político no sólo necesita apoyo público para ganar las elecciones; lo necesita para gobernar. Un ejecutivo electo (sea presidente, gobernador o intendente) necesita una mayoría popular todos los días de su período", aconseja el discípulo moderno de Nicolás Maquiavelo.

A la hora de la instrumentación, y lejos de tratar de recomponer imagen por la vía del consenso, el presidente opta por la lógica del sopapo.

Un destacado ministro del actual gobierno narró con lujo de detalles a La Capital el estado de las cosas mucho antes de que la voluptuosidad discursiva del sureño ganara las tapas de los diarios y de los semanarios: "Para trabajar con el presidente tenés que comerte una cuota de humillación diaria. Te reta como a un nene... Es verdad que en algún momento ofrecí mi renuncia...".

Hablar de "conspiración" y "acciones de desestabilización" no resulta un ejercicio dialéctico neutro, o de suma cero, en un país que vivió jaqueado por los golpes de Estado y las asonadas militares.

La decisión de fiscal Carlos Stornelli de pedir que se investigue judicialmente la cuestión, y el llamado a declaratoria del propio presidente por parte del juez Juan José Galeano, cayeron en Kirchner como una patada en el hígado. Aunque con los jueces que supimos conseguir jamás se podrá asegurar que se seguirá la línea del deber ser, quienes insinuaron la posibilidad de un complot tendrán que presentar pruebas. Si no lo hacen, la tipificación de la "falsa denuncia" podría recaer sobre sus espaldas. Lo que nació como una anécdota se convertirá en un culebrón interminable.

El presidente le ha dado chapa a una oposición maltrecha, de escasos reflejos y casi ausente en el escenario político actual. También sería una insensatez que la táctica del think tank de Olivos consista en recortar el mapa ideológico para que en la vereda de enfrente solamente esté la centroderecha, acotando el margen crítico de quienes corren por izquierda al gobierno en la espinosa cuestión del envío de tropas a Haití.

"Creo que en la próxima lista de conspiradores vamos a estar los peronistas que vivimos quejándonos del destrato que nos dispensa Kirchner", comenta a este diario una fuente de la Gobernación santafesina.

"El panorama adentro del justicialismo es desolador: estuvimos tres semanas sin tratar ninguna ley porque el gobierno no envió proyecto alguno. La excepción a la regla es el pedido para aprobar el envío de las tropas. Ahí vamos a tener que poner la cara nosotros para salvarle la ropa al presidente, mientras que (Miguel) Bonasso y todos los transversales, a los que sí acaricia, van a votar en contra. Esa votación será muy ilustrativa", revela un diputado nacional por Santa Fe que, semanalmente, se reúne con muchos de sus pares bajo las luces mortecinas de un restaurante de Puerto Madero. "No escriba el nombre del local porque el Lupín nos va a mandar a Pampuro", ironiza.

Haciendo abstracción de la andanada de declaraciones que cambió la agenda mediática, el gobierno hizo que desaparecieran de las primeras planas datos y hechos positivos de una gestión que, pese a la incontinencia verbal, continúa con viento de cola.

Ahora que los números de la macroeconomía se solidifican, y que el ministro Roberto Lavagna puso manos a la obra para salir del default, en Balcarce 50 deberían ahorrar energía verbal para encarar las asignaturas pendientes: bajar los índices de pobreza, fortalecer el crecimiento del empleo y evitar que los costos de la canasta familiar sigan subiendo por el ascensor mientras los salarios apenas caminan por una oscura escalera plagada de obstáculos.

"Que yo sea paranoico no quiere decir que no me persigan", es una chispeante frase, que calza como un guante en determinadas miradas que parten desde el Ejecutivo. Sin embargo, es hora de dejar de ver fantasmas donde no los hay.

Alimentar versiones de conjuras para abortar la existencia de otras visiones sobre la realidad es una necedad, apenas una sombra en el espejo.

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