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 domingo, 06 de junio de 2004

Interiores: El eslabón perdido

Jorge Besso

La humanidad es bastante proclive a imaginarse y a pensarse en términos de cadenas. Las cadenas se asocian a la esclavitud y la rotura de las cadenas, obviamente, a la libertad. Nuestro himno no puede ser más claro al respecto cuando proclama: "¡Oíd mortales el grito sagrado! ¡Libertad, libertad, libertad! ¡Oíd el ruido de rotas cadenas!..."

Se trata de un exhorto triple: a escuchar el grito sagrado y a oír el ruido de las cadenas rotas, donde grito más ruido claman y exclaman libertad, y al mismo tiempo se les recuerda a los humanos que son mortales. Tanto clamor parece lanzado con la esperanza de ser escuchado, como si la canción mayor de la Argentina intuyera la sordera generalizada, tanto respecto de la libertad, como de la muerte.

Semejante mensaje no parece solamente dirigido al resto del mundo para que tome conocimiento de que un nuevo país llamado Argentina ha dejado de ser colonia, sino para que todo el mundo pueda escuchar la doble condición de mortal y libre. Pero lo que el himno no tiene demasiado en cuenta es que cada humano, habitante en su envase de cuerpo y alma, se considera como el único libre y a la par supone, sin siquiera tener que considerarlo, que el que se muere es siempre el otro. Es decir, nos quedamos con la libertad y dejamos la muerte para los demás. Y como nadie va por sus propios medios al velorio de sí mismo, no hay demasiadas chances de enterarse de la tan mentada naturalidad de la muerte.

También es cierto que las cadenas se asocian a la locura, ya sea porque a los locos en determinadas circunstancias se los encadenaba, y porque de una u otra forma aún se los encadena. Además de haber una definición popular de la locura, la que denomina como loco o loca a alguien al cual "se le salió la cadena", para expresar de ese modo que se le salió el enganche con la realidad. Aunque, bien mirado, lo que esta expresión quiere decir, probablemente, es que en la locura uno es el eslabón que se saltó de un engranaje general, que funciona más o menos aceitado día y noche. Esto es de noche semi apagado (algo parecido al sleep de la computadora) y de día funcionando a pleno, cada uno en su engranaje, como en las ruedas de aquella película del gran Chaplin que se llamaba "Tiempos modernos", gigantesco mensaje destinado a advertir que el progreso, tan celebrable como inevitable, lleva implícito ciertos peligros, el mayor de los cuales sería un mundo deshumanizado.

Habría que poder aclarar que un mundo deshumanizado no es, al menos solamente, un mundo copado por gente poco o nada comprensiva, desconsiderada con respecto al otro, de las cuales nuestro país tiene sus propios ejemplos. Por caso, la situación de los peatones, que entre nosotros los argentinos tiene un significado muy nítido: un peatón es un ser sin auto. En este sentido es visto como un ser inferior, como un pobre ser circulando a la intemperie, preso de la estupidez de los seres sin auto que pretenden cruzar por lo que se llama la línea blanca peatonal (que se ve con ese color sólo los primeros 7 días después de pintada) y que resulta ser una zona de prioridad peatonal en el mundo civilizado (tan incivilizado en otros sentidos al mismo tiempo).

Pues bien, no existe la prioridad peatonal entre nosotros y no existe porque la prioridad la tienen los seres con auto, portadores de lo que en psicoanálisis se llamaría seres con prioridad fálica, es decir, con el poder que confiere circular vestido con auto. Este tipo de deshumanizaciones son, por así decirlo, bastante humanas y bastante menos graves que una deshumanización generalizada que viene asolando a la humanidad, configurando una suerte de alucinación colectiva, de forma tal que, en lugar de ver sociedades, lo que se ven son mercados. Si tal amontonamiento de gente no representa un mercado entonces no es una sociedad a todos los efectos que pudiera corresponder, es decir no es más que un amontonamiento de seres, de los que más bien se piensa que no debieran haber nacido.

Tradicionalmente el pensamiento y la investigación evolucionista buscó, y en alguna medida quizás todavía busque, el famoso y mítico eslabón perdido. Es decir la especie de los monos que nos enganche con el resto de la escala general de lo viviente, esto es, un mico que al mismo tiempo fuera parecido a nosotros, pero sin ser nosotros, del mismo modo de que debiera ser parecido a los otros, pero sin ser los otros. Es posible que tal mono haya existido, pero también es posible que en realidad nunca lo haya hecho, y esa es la razón por la cual nunca se lo encontró. Sea como sea está perdido, y con toda probabilidad lo seguirá estando. Pero lo que está claro es que lo que está perdido es nuestro enganche con la naturaleza. Ese es el eslabón que falta y que siempre faltó, lo que hizo que de un modo u otro la humanidad fuera la más loca de todas las especies, incluso la verdaderamente loca. Capaz de las mayores evoluciones, como en la ciencia y la técnica, y capaz de las mayores involuciones en lo político y en lo económico.

Siempre es bueno recordar el clamor de nuestro himno, ya que nuestra condición de mortales es al mismo tiempo la condición de las libertades que podamos conseguir y de las libertades que podamos tolerar. Por el contrario, los inmortales que circulan por este mundo suelen hacer los mayores desastres en tanto y en cuanto son los que tratan de imponer que nada termine: gobiernos, poderes, amores o lo que sea. En suma, todos somos un eslabón destinado a desengancharse, incluyendo a los que todavía no se engancharon, o sea los que todavía no nacieron. Es duro, pero no tan grave, sobre todo si cada tanto podemos recordar que el día que empieza, es el primero del resto de los días que nos quedan.

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