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 domingo, 04 de abril de 2004

Diario de una indagación poética
Poesía. "Diario del Fumigador de guardia", de Arnaldo Calveyra, Ediciones Vox, Bahía Blanca, 53 páginas

Gilda Di Crosta

Como género literario, el diario está sometido a una sola condición: respetar el calendario. El calendario es su centro de imantación: reflexiones, sueños, pensamientos, acontecimientos -importantes o nimios- se agrupan sin una forma específica. En el diario, el calendario rige e impone un orden, al menos aparente.

Sin embargo, el "Diario del Fumigador de guardia" está lejos de pactar con el género. La obra reúne un conjunto de textos escritos mayoritariamente en prosa que sugieren la intención de contar una historia pero en la ausencia casi total de argumento y la completa insustancialidad de los personajes. Es que se trata menos de un diario de sucesos que del "diario" de la indagación poética de la palabra y la experiencia de la extrañeza de lo real.

La realidad es pesadez ("Disfrazada, la realidad se asoma con delicadeza de esa voz vestida de elefante") que no cesa ("La escalera reúne dos planos, esto es verdad, la escalera es un instrumento de la realidad, no cesa nunca, desciende y sube y desciende y baja, sube y es incesante"), es extrañeza que se extravía en la escritura. Si el poeta no logra tener en su cabeza más que ruiseñores, desoyendo la advertencia: "no escribás la palabra ruiseñor, en Argentina no hay ruiseñores", o si en una ocasión hace emerger "la palabra palabra" sobre una ola, es porque las palabras son excentricidades de lo real que sacan a la realidad de su centro. Las palabras no presentan lo real, más bien se presentan a sí mismas como pura vanidad, y de ese modo sólo presentan la vanidad de lo real. Esto provoca en el poeta el lamento "que termina por triunfar": "vacía, el alma está vacía, hueco el ser, vacío el interior, el paisaje vacío, hueco el paisaje".

Lo real se extravía una y otra vez: "Observa, amigo, el lujo de las casuarinas de la costa./ Ya son agua". Apenas enunciadas, "las casuarinas" se transmutan en agua, dejan de ser, o mejor, son otra cosa, son fluido constante, lo que Calveyra llama "agua discursiva", que refleja y transparenta la perplejidad de que "la tierra se divida en agua y pensamiento".

En el libro resuena un eco de fábula. El personaje del fumigador-poeta es el encargado de exterminar las ratas que habitan en un barco. Ellas son atraídas a "presenciar el presente de la fábula" en su "diario" incumplimiento. Una fábula que no acontece porque el "agua discursiva" se pone a desvariar. En ese instante el relato se interrumpe y "retrocede a su comienzo cargado de promesas". La fábula presenta el fracaso de su presencia, o más bien la imposibilidad de su fabuloso presente: "caigo en la cuenta de que en esta página sobada por el tiempo no se han extraviado pájaros ni príncipes de viaje ni heraldos ni bellezas ni frutos sino un barco destartalado". Lo único posible, en todo caso, es el cuento que cuenta que "todo esto son imágenes en un libro" a la espera de un acontecimiento: "Osamentas de las palabras, ustedes no se duermen como las ilusiones, frecuentan los lugares de donde irrumpirán las palabras no nacidas todavía". Entre dos distancias: agua y pensamiento, ese acontecimiento es la lectura.

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