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 domingo, 04 de abril de 2004

Una lectura que puede extenderse a la Constitución argentina
Lecturas: Democracia y desigualdad
Ensayo. "¿Es democrática la Constitución de los Estados Unidos?", de Robert Dahl, Fondo de la Cultura Económica, Buenos Aires, 2003, 185 páginas

Pablo Díaz de Brito / La Capital

Robert Dahl escribió este libro bajo el efecto de las elecciones presidenciales norteamericanas de 2000, en las que George W. Bush llegó a la Casa Blanca por dictamen de la Corte Suprema y con casi medio millón de votos menos que su rival demócrata. Esa elección, dice, "dramatizó, con el mundo de testigo, el conflicto entre la Constitución y el ideal democrático de la igualdad política".

A partir de ahí es que Dahl se hace la pregunta, sin dudas provocativa, del título. Básicamente, critica de la Constitución norteamericana el mecanismo de la elección presidencial por Colegio Electoral y no por voto directo, lo que generó el escándalo de 2000, y la desigualdad política entre ciudadanos de distintos Estados: es decir, los dos senadores fijos por Estado, lo que viola el principio "un ciudadano, un voto". El caso extremo es el de Wyoming: su "sobrerrepresentación" respecto a California es de 70 a 1. Es decir, un voto para elegir senador vale 70 veces más en el Estado menos poblado de la Unión que en el más poblado.

Todo esto suena familiar al lector argentino, y de ahí el interés adicional del libro. Nuestros constituyentes de 1853 se inspiraron directamente en la Constitución norteamericana y copiaron institutos como los criticados por Dahl. El autor cita, como ejemplo negativo, a nuestro país: "el grado de representación desigual en el Senado de EEUU es superado solamente por el de Brasil y el de Argentina". Dahl repite una y otra vez que la Constitución de su país fue tomada como ejemplo únicamente entre los países políticamente subdesarrollados. En la lista de 22 democracias avanzadas que usa a lo largo del libro, sólo una, Costa Rica, es latinoamericana. Y ninguna tomó como modelo a la Constitución que los "framers" (autores) redactaron en 1787 en Filadelfia. Estos, explica, crearon entonces el presidencialismo fuerte simplemente porque el parlamentarismo aún no existía como doctrina y práctica. En esa fecha tan temprana el diseño de gobierno parlamentario aún debía desarrollarse en Gran Bretaña y no existía ni por asomo en la Europa continental. Dahl detalla con entusiasmo la "revolución democrática - o mejor, evolución democrática"- que empezó con la Declaración de Independencia en 1776 y que siguió a la Constituyente anulando el talante aristocrático de varias de sus disposiciones. Efectivamente, el proceso llevó a un grado de igualdad muy alto para los estándares de la época. Es el país que maravilló a Tocqueville en 1831-32.

En el medio está lo que Jefferson llamó la Revolución de 1800, un "desplazamiento sísmico de las opiniones de los framers" y fue el nacimiento del Partido Republicano Demócrata, a partir de 1832 Demócrata a secas.

Pero el nudo del libro pasa por los cuestionamientos al sistema de Colegio Electoral, la presidencia fuerte y el sistema electoral mayoritario. Su entusiasmo por la abolición del Colegio. Electoral puede ser vista con escepticismo en Argentina: su desaparición en la reforma de 1994 no parece haber mejorado la calidad de la democracia argentina. Tampoco garantizó que un presidente sea electo con más del 50% de los votos, como pide Dahl, tal como se vio en las presidenciales del año pasado.

Pero el autor critica además del ordenamiento de su país lo que llama la "legislación judicial". Este punto es, lejos, el más cuestionable del libro: Dahl parece desconocer el carácter mismo del Poder Judicial al rechazar la revisión judicial de la legislación. "Si quienes son los hacedores de las leyes han aprobado correctamente una ley, ¿por qué deberían tener los jueces la potestad de declararla inconstitucional?" se pregunta, para cuestionar "la contradicción en el hecho de imbuir a un cuerpo no electo con el poder de tomar decisiones políticas que afectan la vida y el bienestar de millones de estadounidenses". Pero sin este poder de revisión, sencillamente no existiría real división de poderes. Dahl parece haber escrito esto pensando en el episodio electoral de 2000, zanjado por la Suprema Corte, pero en este punto parece francamente haber perdido la brújula.

Afortunadamente, no es el tema principal del libro, que se concentra en el sistema de Colegio Electoral y el Senado. Mientras Dahl dialoga continuamente con varios de los constituyentes a través de sus escritos, Madison en especial, critica a estas instituciones y se pregunta como ciudadano qué hacer. Descartada la lucha contra la desigualdad de la representación por el veto amparado en la Constitución que pondrían al menos trece Estados, el presidencialismo tampoco parece un mal atacable con éxito. Pasar a un sistema parlamentario unicameral es sencillamente impensable. Lo único que queda parece ser la abolición del Colegio Electoral. En 1989 se intentó una enmienda que logró abrumadora mayoría en la Cámara baja pero fue bloqueada en el Senado, la bestia negra de Dahl, la "ciudadela de la representación desigual".

La conclusión es que "parece improbable que podamos borrar del sistema constitucional este defecto antidemocrático". Por todo esto es que Dahl se hace la pregunta del título. En este marco, sugiere dos estrategias. La primera es ampliar el examen crítico de la Constitución para que salga del círculo de especialistas y, como diríamos en Argentina, se "instale" en la opinión pública. A la vez, y dentro de los actuales límites, propone "alcanzar una mayor igualdad política", apuntando a reducir "las profundas desigualdades de la distribución de los recursos políticos", apoyándose en la firme creencia de los estadounidenses en la democracia y la igualdad, tal como las entendía Tocqueville.

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Bush reza ante una estatua de Washington.

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