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 sábado, 20 de marzo de 2004

Cuando la terminología se convierte en una herramienta de exclusión
La excusa de la "educabilidad"
El abuso de un término que esconde prejuicios, pretextos y también ausencia de compromiso social

Mariano Naradowski (*)

Hace ya un cierto tiempo que se ha puesto de moda hablar de "educabilidad": un viejo concepto que se hallaba en los manuales de pedagogía y que se remonta a los textos pedagógicos clásicos de los siglos XVI y XVII como la Ratio Studiorum de los jesuitas o la Didactica Magna, del genial educador bohemio Jan Amos Comenius.

Extraña también la nueva moda en esta época de sutilezas técnicas, porque "educabilidad" es un término casi obvio. Es simplemente la capacidad humana de recibir educación, una suerte de umbral a partir del cual la persona humana está en condiciones de aprender. Ese umbral puede ser fisiológico (un sistema nervioso apto); psicológico (capacidades intelectuales adecuadas); emocional (una vida psíquica equilibrada). Pero el uso que en los últimos años se hace de "educabilidad" se ha tornado social o cultural, ya que se argumenta que para que los niños pobres puedan ser educados en las escuelas además de ser educables en el sentido clásico, deben tener satisfechas sus necesidades de alimentación, vestimenta e higiene.

El valor de esta definición es indiscutible puesto que difícilmente un ser humano esté en condiciones de aprender si su organismo está mal alimentado o si atraviesa condiciones de vida penosas. Sin embargo, el uso frecuente del concepto de "educabilidad" se ha tornado abusivo en el actual contexto de degradación socioeconómica y el mayor abuso se encuentra en dos ocasiones: cuando la "educabilidad" se constituye en una herramienta para predecir la exclusión educativa y cuando la usan los responsables de la educación.

En el primer caso, la "educabilidad social" se convierte en un instrumento de discriminación, cuando se razona de la siguiente manera: "Dado que estos chicos son pobres y dado que los pobres tienen problemas de educabilidad pues no poseen el umbral social mínimo, entonces su educación y su escuela serán deficientes".

Una variante usual de este argumento es el de la asistencia social y pregona que "dado que estos chicos no son educables porque necesitan alimentarse y dado que la escuela los alimenta (y que, por lo tanto, los chicos van a la escuela a comer) entonces la función de la escuela en estos casos es alimentar, asistir socialmente y, secundariamente, educar".


Círculo vicioso
Ya en el mil seiscientos Comenius se oponía a este tipo de razonamientos que descargan la responsabilidad de quien tiene que educar y se convierten en una profecía que se realiza por sí misma: efectivamente los chicos discriminados "por ser pobres" acaban por no aprender puesto que eso es lo que, perversamente, se espera de ellos: no tienen el umbral mínimo para saber y por lo tanto nunca lo van a tener; van a la escuela a comer y por lo tanto esa es la función de la escuela: un círculo vicioso que de la pobreza genera más pobreza e injusticia educativa.

La cuestión es que las pésimas condiciones de vida de la población son un dato que lamentablemente tardará años en modificarse y los supuestos "problemas de educabilidad" se corresponden con alrededor del 60% de los niños y jóvenes argentinos, por lo que resulta de un cinismo exasperante discriminar a semejante cantidad de seres humanos, como si la exclusión social fuera una consecuencia natural e inmodificable sobre la que los educadores no tienen mucho que hacer, salvo dar de comer, "contener" emocionalmente y, si queda tiempo, enseñar unos pocos rudimentos de lectura y cálculo. El abuso de la "educabilidad social" suele esconder prejuicios, pretextos y, paradójicamente, ausencia de compromiso social.

Además, la realidad de las escuelas a las que concurren muchos de estos chicos muestra que cuando los educadores reconocen los problemas de la pobreza pero apuestan por la educación de los chicos (incluyendo socialmente, pero también innovando pedagógicamente, porque la pobreza no se deja someter por la escuela tradicional) rompen el círculo vicioso de la exclusión y consiguen formar personas que aprenden, que piensan crítica y rigurosamente para comenzar a cambiar su realidad y la de sus semejantes.

Pero la apelación a la necesidad de contar con chicos educables como condición sine qua non de la escuela es ya intolerable en los responsables políticos y técnicos de la educación. Porque al ser ellos quienes deben garantizar condiciones sociales y educativas mínimas para todos los chicos, el uso abusivo de la "educabilidad" representa un atajo para llegar más pronto a la desresponsabilización respecto de las funciones que la sociedad les ha confiado. Su razonamiento es el siguiente: "Dado que estos chicos no son educables, no existe política educativa que pueda lograr que aprendan (y si aprenden, no llegarán al nivel de los otros, los "educables")". En este caso, la variante es economicista: "Dado que la fuente de la falta de educabilidad es socioeconómica, la única solución posible es socioeconómica y no educativa".

Aún cuando a la variante argumentativa no le deja de asistir mucha razón (especialmente cuando se comprueba que, por ejemplo, los edificios escolares a los que concurren los chicos con "problemas de educabilidad" suelen estar en condiciones ruinosas, semejantes a las viviendas en las que habitan esos chicos), no es posible tolerar la pasividad frente al problema.

En otras palabras no es posible pretextar que hay que seguir esperando hasta que cambien las condiciones sociales porque, en el mientras tanto, miles de niños y jóvenes necesitan políticas educativas sean igualmente inclusivas e innovadoras. Políticas que creen las condiciones para que los educadores les brinden a quienes más lo necesitan saberes y valores con los cuales aprender a interpretar esta dura realidad y contribuir a cambiarla.

El sentido común de la "educabilidad social" para explicar la actual situación de educación argentina brinda un barniz de encargo social a los discursos y a las prácticas. Sin embargo, allí donde parece haber compromiso sólo hay excusas para no aceptar que educar en la pobreza para salir de ella, resulta hoy inexorable.

Si no es justo culpabilizar a un adulto de su propia situación de pobreza ¿Cómo es posible estereotipar la situación de los más pequeños y condenarlos a la imposibilidad de comprender el mundo en el que viven? Tal vez, el problema de educabilidad sea nuestro: si los chicos más castigados por la pobreza no aprenden, seguramente es porque los esfuerzos de los adultos han sido equivocados o no han sido los suficientes. Sin excusas.

(*)Doctor en educación.

Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).

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Miles de niños en la Argentina necesitan políticas educativas inclusivas.

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