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 miércoles, 24 de diciembre de 2003

Editorial
Taxis, problema sin solución

La tapa de La Capital de ayer dejaba constancia de una realidad preocupante que hace tiempo padecen los habitantes de Rosario: la notoria ausencia de vehículos de alquiler en las calles de la ciudad en horario nocturno. La deficiencia se ha agudizado en los últimos días y en una jornada como la de hoy puede generar importantes problemas. La gran incógnita al respecto es si el operativo de control que prometió implementar la Municipalidad esta Nochebuena obtendrá los resultados esperados.

Ciertamente que las dificultades no son nuevas. Cualquier rosarino que no tenga automóvil e intente salir durante la noche y la madrugada se encontrará frente al dilema: sencillamente, muchas veces no hay taxis, ni siquiera en el centro. En la medida en que avanza la hora, la dificultad se transforma en virtual imposibilidad de conseguir un móvil. Las razones de la falta resultan tan obvias como complejas de erradicar: la inseguridad reinante y el consecuente miedo.

El temor que los taxistas tienen a salir durante la noche posee sólido basamento en los hechos de la crónica policial diaria. Es que ellos constituyen las víctimas predilectas de delincuentes que por unos pocos pesos no dudan en golpear, herir o hasta asesinar. Y hasta ahora no ha habido respuestas eficaces ante el drama instalado. La prometida mayor presencia de fuerzas de seguridad en la calle no ha conseguido disminuir el auténtico pánico que muchos conductores han desarrollado a trabajar en la franja horaria nocturna. Ni siquiera el beneficio económico que ello les reportaría alcanza para estimular un cambio.

Desde ya que no resulta lógico ni justo reprocharles lo que hacen. Como afirmaba con certera picardía un dicho popular, "el miedo no es zonzo". Pero, simultáneamente, la falta de taxis en la noche rosarina la convierte en territorio vedado para quienes no poseen automóvil -es decir, la mayor parte de la población-. Y es deber del Estado, en sus diversos estamentos y jurisdicciones, restaurar la seguridad que permita normalizar una situación a todas luces indeseable y anómala.

Sin embargo, más allá de meras expresiones de deseos o promesas de control que difícilmente puedan cumplirse con éxito, aún no se ha dado el correspondiente debate que permita hallar un principio de solución consensuada a un problema acuciante. Sin dudas, ese es uno de los principales desafíos que las flamantes autoridades municipales y provinciales deberán encarar si es que pretenden ser útiles a la atribulada ciudadanía.

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