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 miércoles, 24 de diciembre de 2003

Reflexiones
La crisis del paradigma democrático

Pablo de San Román

Desde los atentados a las Torres Gemelas, y el auge del terrorismo, se ha preguntado el mundo qué es lo que dominará el escenario internacional en los próximos años. Las tesis han sido variadas y poco convincentes. En realidad, los analistas sufren la misma desorientación que los asesores políticos más encumbrados. Nadie sabe qué paradigma gobernará al mundo en los próximos decenios.

En efecto, la humanidad transiciona. La desintegración del eje bipolar -primero- y el despertar democrático tras la caída del Muro dieron lugar a una renovación de las relaciones internacionales. Hubo una justificada ilusión sobre el rol de la democracia en su función de desarrollo y en su faz externa. Se habló en la década del 90 de un nuevo orden internacional.

Desde el punto de vista político, el nuevo orden supuso una crisis de la autoridad global. El multipolarismo representó una fragmentación del poder que los órganos centrales no resistieron. Si antes era el enfrentamiento bipolar lo que paralizaba a Naciones Unidas, ahora era, precisamente, la descomposición de esa lógica. En realidad, ese poder fue encarnado por los Estados Unidos.

Hoy, el sistema internacional sufre una nueva transformación. El auge del terrorismo, como un fenómeno destructivo y dispersivo, plantea una nueva realidad. A la sensación de una falta de autoridad global, el terrorismo vino a sumar una profunda sensación de inseguridad y estado de barbarie.

La nueva realidad queda marcada por la imprevisibilidad de la violencia, su efecto perturbador, y una profunda crisis del ordenamiento jurídico global. No son las convenciones internacionales las que guían el comportamiento de los Estados, sino el más descarnado interés nacional -o sectario- a costa del bien general. En el contexto externo, la disgregación ha ocupado el lugar de la concertación.

Se dirá con razón que nunca los acuerdos internacionales han sido cabalmente respetados. Que siempre primó el interés político por sobre el derecho comunitario. Pero siempre quedaba la responsabilidad moral señalada por los acuerdos internacionales y las convenciones de paz. Hoy, ese cuidado ordenamiento, es vulnerado una y otra vez, y despreciado por la realidad.

Se dirá además, que en relaciones internaciones lo que prima, finalmente, es la fuerza. Que es esta última instancia de poder la que separa a los mandantes de los mandados. Pero es de esperarse también, que tras largos años de deliberaciones, guerras y catástrofes militares, el mundo atienda con mayor compromiso y ecuanimidad, lo que el derecho de gentes indica.

Lo que más llama la atención, en esta nueva configuración, es la intangibilidad de la agresión. El terrorismo ha logrado meter la agresión internacional en la vida civil. Ha "civilizado" la agresión, haciéndola indemne a los parámetros militares convencionales. En el contexto internacional, hasta la guerra tiene un código de proceder. No la justifica, pero la limita y acota.

Cuando se habla de una "civilización" de la violencia no se alude, naturalmente, a una visión positiva del término, sino a su intromisión en la vida pública: la utilización de coches bomba, de bombas humanas, e incluso de aviones de línea para la comisión de atentados, es introducir la agresión externa en el ámbito civil de la forma más descarnada. Y es esto lo que genera la peor de las incertidumbres.

Del otro lado, se justifica la agresión por el único camino que el derecho internacional condena: la concepción de "lo preventivo". Jamás puede un Estado atacar a otro, o a sus células, por el sólo hecho de prevenir lo que todavía no ha sucedido. Esto abre, se entenderá, el camino hacia una justificación generalizada y bárbara del uso de la violencia. El derecho acepta el uso de la fuerza como mecanismo de protección de los recursos nacionales -humanos, estratégicos, naturales- pero debe desde ya existir una agresión previa, explícita y demostrable.

Muchos pensarán que no puede un país esperar a ser atacado, para actuar luego sobre el desastre. Que existiendo las pruebas necesarias, la acción preventiva es también un mecanismo de seguridad. Pero las vidas humanas que se ponen en juego, y la enorme dificultad por comprobar la existencia de esas amenazas -las pruebas en realidad-, hacen que la concepción preventiva sea rechazada. La historia del derecho lo ha definido claramente.

En 1994, Jean-Francois Revel señalaba en su libro "El Renacimiento Democrático", que los países del mundo se aprestaban a vivir una época de prosperidad. Que el derrumbamiento del Muro había tenido una acción ejemplar para los países socialistas y que Estados Unidos empezaría a comprometerse más genuinamente con la democracia de los países emergentes. La humanidad viviría una etapa de comprensión y férrea defensa de los valores democráticos.

La violencia de hoy, pone "en jaque" ese paradigma demócrata. Lo que aparecía como una esperanza de modernidad se presenta ahora como un escenario de desconfianza y posturas defensivas. La realidad internacional revela, una vez más, un desprecio por las normas establecidas y una supremacía de los intereses sectarios por sobre los globales. Hoy más que nunca, ese anhelo de la democracia como paradigma global se encuentra seriamente comprometido.

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