De silbidos al tributo de los aplausos. Del ensañamiento de algunos al reconocimiento de todos. De una seguidilla de malos rendimientos a una puesta en escena más acorde con su aureola de jugador que salió campeón mundial Sub 20. En esos extremos viajó la vida deportiva de Leonardo Ponzio con el devenir de las fechas. Porque desde aquella tarde de la vergüenza ante Olimpo, cuando abandonó el césped del Coloso con la cabeza gacha casi como alguien que quería pasar desapercibido frente a los suyos, el hincha de Newell's se acostumbró a fruncirle el ceño y a mirar con cierto recelo su juego. Pero el día del perdón tenía que llegar y llegó. Ponzio no reparó en valorar si ese hecho fue injusto, sólo desvió su objetivo para prepararse y demostrar ante Vélez que podía reconquistar a los detractores y oportunistas. Entonces emergió el perfil de volante cometobillos y trajinador que supo ganarse el reconocimiento. Si bien cumplió con una producción personal acorde a la sintonía colectiva, le alcanzó para subsanar sus heridas personales. Dentro de un equipo que se amparó en lo parejo de sus rendimientos, él se mostró siempre participativo de las jugadas en ofensiva y esta vez no se tomó las atribuciones en la conducción que lo llevaron a enredarse con quehaceres para los cuales no está preparado. Sólo se limitó a hacer dentro de la cancha lo que sabe y con ese simple movimiento le alivió el trabajo a su ladero Sebastián Domínguez. En el momento de luchar lució su costado combativo y cuando se permitió traspasar la línea del medio no rifó la pelota para permitir el contraataque rival. Y a todo eso le imprimió su faceta goleadora. Le puso sensibilidad a un tiro libre a los 17 minutos, encontró la complicidad de Roberto Nanni para que la obra sacudiera la red y festejara el día del perdón de cara a la tribuna, esa misma que fechas atrás reclamaba su salida.
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