El acuerdo que se logró este fin de semana en la Cámara de Diputados de la Nación, así como en la Legislatura bonaerense, para implementar sendas políticas de déficit cero, con un ajuste algo atenuado pero aun así riguroso, parece indicar un punto de partida cuando sectores enfrentados a muerte tuvieron que revisar sus posiciones porque se hundía el Titanic nacional. No hay nada que esté definitivamente atado en ese paquete, pero se supone que al menos se logró un consenso básico: Titanic argentino, no.
Sabido es que el desastre del imponente transatlántico, en 1912, fue lento, pautado, y no súbito. Seis horas antes del colapso final los oficiales de a bordo sabían la hora y el minuto en que desaparecería de la superficie, pero aun así, llevados por la corrupción y la estupidez, no hicieron nada para salvar a la mayor parte de la tripulación y a los pasajeros comunes.
En cambio, la mayoría de los que sobrevivieron disponían de patrimonio para comprar influencias, es decir, buenas ubicaciones en los pocos botes salvavidas disponibles, incluyendo sus bienes y perritos, aunque después familias enteras carecieron de espacio para resguardarse y perecieron en las heladas aguas.
Una escena conmovedora como la que se vivía en las últimas semanas en la helada economía argentina, con 2.300.000 desocupados, otros tantos subocupados y un riesgo país de 1.600 puntos, comparables al témpano que rasgó como si fuera papel manteca el casco del Titanic.
Es más, el resto del mundo y, en particular, los analistas norteamericanos y europeos modificaron su visión, entre bonachona y resignada sobre los males económicos argentinos, a una actitud de creciente ira por el desperdicio que un país tan dotado de todo tipo de recursos naturales y humanos, hacía de sí mismo. Lo único que decían es que "Argentina no es contagiosa", lo que es un escaso consuelo para nosotros.
Las empresas privatizadas y bancos a los que se exigen anticipos de impuestos deberán darlos sin chistar, y las empresas de servicios públicos a las que se les aumentan los aportes patronales, en vez de quejarse porque se ha quebrantado la seguridad jurídica, tendrán que acatar y no interrumpir por ello los planes de inversión, que -aunque muy criticadas- son casi las únicas que los han estado realizando en estos últimos tres años de paralización casi total.
Los recursos que se destinen a subsidios para jefes de familia contra el desempleo, a planes de capacitación o a paquetes alimentarios, habrán de volcarse sin la menor demora ni atisbos de desvíos de corrupción.
Después, más adelante, habrá que discutir soluciones más racionales, pero por el momento es ese el cuadro en el que debemos manejarnos, como una cartilla de sobrevivencia.
La reacción primero tiene que ser interna y sólo después, cuando los de afuera vean que absorbemos el ajuste y que la actitud aquí ha cambiado, modificarán su criterio actual, que es de absoluto descreimiento, fastidio y desprecio -aunque sea doloroso decirlo- sobre Argentina.