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 viernes, 26 de octubre de 2007  
A dos días. Cristina basa su potencial en el tradicional elector justicialista que antes sufragó por Menem
El paraguas del voto peronista
Los sectores más pobres apoyan a la candidata oficial. Lilita es la que goza de la transversalidad

Mauricio Maronna / La Capital

La campaña terminó como se inició: con una inédita ausencia de calor popular. No hay ningún indicio de que Cristina Fernández de Kirchner haya perdido en las últimas semanas un caudal tan significativo de votos que permita abrigar esperanzas de que Elisa Carrió llegue al ballottage. La primera dama concedió algunas entrevistas a medios porteños que, más que reportajes, parecieron espacios cedidos para que la casi segura presidenta cumpla con la formalidad de hablar de los comicios.

   Carrió hará una buena elección en los grandes centros urbanos pero su figura perderá peso en el interior profundo del país y en la primera y tercera sección electoral de Buenos Aires, donde está el voto peronista que se cocina bajo el fuego de los intendentes que ayer fueron duhaldistas, después menemistas y ahora kirchneristas. Lilita goza de la ponderación de las clases medias, pero aún no ha podido penetrar en los sectores de menores recursos.

   Una paradoja: los sectores medios, que gozan de otro episódico furor consumista, son los más refractarios a votar por Cristina. Mucho tiene que ver la caída del gobierno nacional en la consideración positiva, producto de cierta soberbia, el estado de crispación permanente y los hechos de corrupción que sobrevolaron la Casa Rosada. La dispersión opositora le sirve el triunfo en bandeja al oficialismo (¿alguien entiende cómo Ricardo López Murphy mantuvo su candidatura pese a su casi nula receptividad en la sociedad?). La falta de respaldo explícito de Hermes Binner a la chaqueña también le jugó en contra, teniendo en cuenta el imán mediático del gobernador electo.

   La relación entre Carrió y Binner está hoy más lacerada que nunca, y la ex dirigente del ARI ayer le pasó la factura al futuro mandatario santafesino, al considerar a Rubén Giustiniani como “el máximo líder del socialismo”, que resistió las presiones de borocotización hacia el PS que partieron desde Balcarce 50.

   Pese a la constante demonización hacia “el pasado menemista”, el oficialismo goza del Pacto de Olivos, cuya coautoría le corresponde a Raúl Alfonsín: un ballottage a la argentina que se evita con el 45% de los votos y la eliminación del Colegio Electoral, que le otorga a La Matanza mayor entidad que a varias provincias juntas. La desaparición de los partidos políticos también pone en riesgo la fiscalización de los comicios, al punto que la Coalición Cívica, López Murphy y Alberto Rodríguez no han podido completar una grilla de colaboradores en todo el país que evite cualquier desmadre.

   El voto peronista será, otra vez, el que dará muestras de fidelidad: según un trabajo del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, que dirige Rosendo Fraga, cuatro de cada cinco votantes de Cristina son los mismos que votaban a Carlos Menem. El sufragio popular de las provincias pobres y el de los sectores de menores ingresos del Gran Buenos Aires (donde 26 de 29 intendentes se presentan a la reelección) son la base de sustentación, la misma que apoyó a Menem en los noventa. “La diferencia radica en que el ex presidente tenía uno cada cinco votantes proveniente de la centroderecha y ahora Cristina tiene la misma relación pero de la centroizquierda”, fundamenta Fraga. l
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Cristina Fernández sustenta su caudal en el “voto camiseta”.


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