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 sábado, 29 de septiembre de 2007  
Vecinos del joven muerto tras inhalar pegamento cuestionaron al Estado
Quieren protección para los chicos de las villas. Irán al municipio y a Gobernación

Laura Vilche / La Capital

Angel Amarilla no tenía siquiera un lugar donde ser sepultado. Desde ayer, los restos del joven de 18 años que inhalaba pegamento y murió el jueves a la madrugada en el Hospital Carrasco están bajo tierra en un espacio público del cementerio La Piedad. Sus vecinos del barrio Ludueña no sólo juntaron dinero para que pudiera ser velado en su casa; también se reunieron en el centro comunitario Tupac Amaru donde asistía el muchacho, para reclamar.

   Hombres, mujeres, adolescentes y chicos marcharon bajo el ritmo de redoblantes, cortaron la calle frente al Centro de Distrito Noroeste (Junín y Provincias Unidas) y comenzaron a exigir “protección” para sus jóvenes. “El Estado nos abandonó a quienes vivimos en las villas y los chicos se nos mueren”, disparó Ana López, de 40 años, madre de seis hijos, abuela de media docena de nietos y coordinadora del centro. Los reclamos se repetirán la semana próxima en la puerta de la Municipalidad y de la Gobernación.

   Ayer al mediodía, tras el entierro, amigos y familiares de Angel acompañaron a su mamá, Daniela Rojas, hacia el centro comunitario, uno de los 50 que tiene el Movimiento Barrios de Pie en la ciudad. El sitio es una casilla de chapas y maderas, que se pierde entre otras tantas, ubicada en un tramo de tierra, zanja y basura, de Barra y la vía. La mujer, llegó sostenida del brazo de un hijo y sin ánimo de reclamar nada. Pero sus vecinos hablaron por ella y el resto del barrio.

   “El caso de Angel no es el único; este chico aspiraba desde los 9 años, sus padres no pudieron sacarlo y el Estado no estuvo allí para ayudarlos. ¿Cómo puede ser que esta ciudad cuente con un Centro de la Juventud en el centro, donde asisten pibes que tienen de todo? Allí hay talleres y computadoras y acá los chicos aspiran pegamento para paliar el hambre” , dijo con bronca Celina Zalazar, de 22 años, madre de dos chicos y coordinadora de la juventud del centro comunitario.

   El Tupac Amaru funciona desde hace cinco años y sus responsables aseguran que se trabaja “sin ningún aporte económico; ni provincial, ni municipal”, subrayó López. Cuesta entender que en esa empobrecida casilla unos 150 chicos del barrio tomen su copa de leche cada día y unos 100 jóvenes concurran a cocinar pan, coser, dar apoyo escolar a sus pares y ancianos u organizar los partidos de vóley y fútbol que se juegan cada sábado en distintos clubes de la zona.

   “Al menos un día del fin de semana los chicos no se drogan porque juegan a la pelota. Pero todos sabemos que no es suficiente”, dijo Zalazar. La joven rescata el comedor comunitario del padre Edgardo Montaldo, pero dice que cuando los chicos se van de allí “viven en la calle; acá la noche es sinónimo de violencia, de droga”. Según sostuvo, hay una escuela “pero hecha pelota” y el centro de distrito municipal funciona, “pero debería coordinar más tareas con nosotros que conocemos como nadie el barrio”.

   En este rincón de Ludueña, no hay prácticamente nadie que no haya venido del Chaco. Las mujeres son amas de casa o limpian para afuera, los hombres son albañiles o hacen changas. Familias enteras se sostienen con planes de 150 pesos y los jóvenes abandonan la escuela alrededor de los 12 años; después no consiguen trabajo. “Si sos negro y encima tenés un tatuaje, fuiste, no servís para nada”, sostienen Jesús de 19 y Aníbal de 17, dos jóvenes que aseguran haber probado de todo en materia de drogas y que intentan salir, hacia algún lado.


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Daniela, la mamá de Angel, recorrió el conflictivo barrio junto a sus vecinos.

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