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 sábado, 23 de junio de 2007  
Una experiencia educativa donde todos aprenden de la diferencia
La historia de dos alumnos ciegos de la Escuela 448 de Villa Gobernador Galvez

Marcela Isaías / La Capital

La escuela se divisa luego de un trayecto de barro y muchos pozos. No es difícil imaginar el estado intransitable de las calles en los días de lluvia, sí lo es pensar cómo hacen dos alumnos no videntes para asistir a clases. Son Rodrigo y Lorena que hablan de una experiencia de integración donde todos aprenden.

“Si llueve no podemos llegar a la escuela, y si no venimos por este motivo nos ponen faltas”, reclama María del Luján Curti, de 16 años, y alumna de la Escuela Media Nº 448 Perito Moreno de Villa Gobernador Gálvez (Alvear al 2100). Sus compañeros comparten esta preocupación que es central para Lorena Acosta y Rodrigo Benítez, los adolescentes con discapacidad visual.

El edificio escolar es nuevo, tiene sólo seis salones que dan a un gran patio. Allí aprende una parte de los 500 estudiantes que integran la matrícula de la Escuela Nº 448.

Basta con ingresar al 2º año del polimodal de humanidades para comprobar los números de las estadísticas oficiales que indican que sólo 22 de cada 100 alumnos que ingresan al secundario terminan la escuela en la provincia de Santa Fe. Más tarde, una de las profesoras confirmará el dato del desgranamiento y exclusión al apuntar que los 8º años son numerosos —reúnen un promedio de 30 alumnos por curso— pero luego sólo llega una tercera parte al polimodal.

Junto a Lorena, Rodrigo y María del Luján están Elías Andrada, de 16, Jésica López de 17 y Gustavo Moreyra, de 18 años. Interrumpen su clase de historia para contar cómo se integran para aprender con dos compañeros no videntes. “Es fácil, explicando mutuamente”, dice Rodrigo, de 17 años, que hasta que comenzó a perder su visión asistía a una escuela común.

La explicación mutua de la que habla el adolescente es nada menos que la paciencia, la reiteración pausada de lo que dice la profesora, para tomar nota en sistema Braille con la cartilla especial para no videntes o bien con máquina (Perkins) como hace Lorena; y desde ya, sensibilidad para entender que el derecho a la educación abarca a todos, sin diferencias.

Lorena y Rodrigo hicieron su primaria en una escuela común de Villa Gobernador Gálvez, apoyados por la Escuela Especial para Niños Ciegos Nº 2.081 de Rosario.

Con esfuerzos y muchas ganas llegaron al polimodal. “Yo admiro la predisposición que tienen para aprender”, dice María del Luján al referirse a sus compañeros.



Una relación natural

Ni Rodrigo ni Lorena pierden un segundo la sonrisa, bromean con sus dificultades y le dan clases de Braille a sus compañeros de curso.

“Hay que tomar esta relación como algo natural”, coinciden los alumnos del 2º polimodal para dar una pista que los mayores obstáculos pertenecen al orden de los prejuicios.

Las dificultades más grandes aparecen en la hora de matemática y de inglés. “Son todos símbolos y para nosotros es muy dificultoso seguir el tema”, comenta Rodrigo.

Para la profesora de historia Beatriz Argiraffo la integración que existe en el curso es “absoluto mérito de los chicos”. Cuenta que hace 18 años que dicta clases en esta escuela y que no es la primera vez que recibe alumnos no videntes. Sin embargo, también reconoce una carencia común en la formación de los docentes, que es el trabajo con las necesidades especiales.

“Ellos te marcan el ritmo”, agrega confirmando la idea de que se trata de un aprendizaje mutuo. Cuenta que si es necesario repite el tema para que Lorena y Rodrigo tengan tiempo de apuntar, o bien acompaña con su voz la proyección de un documental para que no se pierdan de qué se trata.

Y enseguida advierte: “Siento un profundo reconocimiento por los chicos que terminan en esta escuela el secundario, todos llegan con mucho esfuerzo y los que dejan es justamente porque les resulta un sacrificio venir a clases y trabajar o atender, como sucede con las chicas, tareas del hogar”.

Rodrigo quiere ser profesor de historia y Lorena profesora de música. Uno y otra no saben qué nuevas barreras deberán superar para seguir estudiando. Y si bien el avance tecnológico les abre nuevas esperanzas, todavía queda mucho por hacer. Sin ir muy lejos, Rodrigo apunta sus clases con la cartilla (una placa plástica con los puntos que conforman el sistema Braille de escritura) porque no tiene una máquina Perkins, que le permitiría tomar nota en las clases a un ritmo mayor.

Cuando llega el momento de la lectura oral para corroborar lo escrito, nuevamente las condiciones en que aprenden volverán a marcar la diferencia: “¿Sabés lo difícil que se hace leer en Braille con los dedos duros por el frío?”, interroga Rodrigo y la mirada de todos recorre el salón calefaccionado con una única y pequeña estufa a cuarzo.
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Lorena y Rodrigo, dos jóvenes no videntes decididos a terminar el polimodal y seguir estudiando.

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