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 sábado, 21 de abril de 2007  
Análisis sobre la masacre en la Universidad de Virginia
Acerca del malestar en la cultura
La competitiva y violenta sociedad norteamericana, en el centro del debate

Roberto Follari (*) - Especial /Educación

En Estados Unidos no es novedad, aun cuando el caso haya sido escalofriante. En una sociedad brutalmente individualista y competitiva, para la cual el mundo se divide sin más entre “ganadores” y “perdedores”, estas historias de masacres colectivas no resultan ajenas.

Michael Moore nos alertó en su filme sobre los atentados de septiembre del 2001, acerca de la generalizada tenencia legal de armas en aquel país. El asesino, esta vez estaba no sólo en posesión de dos pistolas, sino también de un chaleco antibalas.

Una vez más, se demostró que una cosa son las bravuconadas represivas y autoritarias de Bush, y muy otra, el cuidado serio de la seguridad en su país. El surcoreano que hizo la matanza, asesinó primero a dos estudiantes en un dormitorio, y más de una hora después recién irrumpió en las aulas, para consumar el crimen de otros treinta universitarios ¿Por qué no se actuó en el tiempo intermedio?

La declaración del presidente de Estados Unidos es una muestra de la inteligencia con que se manejan los temas de seguridad en el país del Norte. Señaló que los asesinados “simplemente estaban en el lugar incorrecto en el momento incorrecto” ¿No sería más bien que estaban donde debían estar, y sucedió que alguien los masacró inesperadamente? La de Bush es una declaración inaudita por su liviandad, y por su carácter manifiestamente obtuso.

El criminal mostraba signos previos de problemas psicológicos graves; no hablaba, se expresaba por signos, y narraba extrañas historias en sus clases de literatura. Una vez más, las instituciones educativas muestran su impotencia frente a la violencia y los fenómenos de agresión. Y su impericia para poder ayudar a quienes tienen problemas psíquicos, al no decidirse a esclarecerlos y enfrentarlos; ni tampoco a ayudar a quienes con ellos conviven, poniéndolos fuera del peligro de confrontación.

Es hora de repensar qué hace que sociedades “exitosas” como las del capitalismo avanzado segreguen estas formas de resentimiento, soledad y revanchismo. Y de fortalecer —en aquellos países, pero también en otros como el nuestro— la capacidad operativa de las instituciones para resguardarse de los hechos de violencia. La escuela ya no es lo que solía ser: no se trata de represión (que aumentaría el círculo del resentimiento), pero sí de detección de conflictos, prevención, e incluso de protección y disuasión.

Lo cierto es que es la cultura toda lo que está en crisis en la actualidad. Freud decía que ella se construía sobre la represión psíquica (no la social, sino sobre el hecho de que no puede realizarse todos los impulsos). Hoy, la civilización ha dejado de funcionar como freno a la impulsividad: en un mundo donde el “no” ha dejado de existir, ya nadie se priva de cumplir con sus fantasías de revancha o de agresión.

Hay mucho que revisar, entonces, en la educación contemporánea. No basta con el “dejar hacer” y con el afecto; también hay que saber poner límites. Una sociedad sin éstos, está sometida irremisiblemente a la ley de la selva.



(*) Doctor en psicología de la

Universidad Nacional de Cuyo
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Las instituciones educativas, impotentes ante la violencia.

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