Año CXXXVII Nº 49443
La Ciudad
Política
Información Gral
El Mundo
Opinión
La Región
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Señales
Economía
Escenario
Turismo
Mujer


suplementos
ediciones anteriores
Salud 11/04
Página Solidaria 11/04
Turismo 08/04
Mujer 08/04
Economía 08/04
Señales 08/04
Educación 07/04
Estilo 07/04

contacto

servicios
Institucional

 domingo, 15 de abril de 2007  
Interiores: vergüenza

Jorge Besso

Nada como la vergüenza para ejemplificar las paradojas tan propias de los humanos, ya que se trata de un sentimiento que nos caracteriza. Más bien infrecuente en los otros seres vivientes, aunque quizás se puede observar en algunos animales un sentimiento equivalente especialmente en los perros cuando son fuertemente reprendidos por haberse extralimitado, y bajan la cabeza mostrando cierta turbación. Aun así, semejante giro en su conducta es frecuente en su relación con nosotros, y no entre ellos pues es bastante imposible que se sonrojen en algunos de sus juegos.

En cambio nadie está libre de que en alguna ocasión, en el fondo imprevisible, se le encienda el rostro en un estado popularmente conocido como ponerse colorado. El problema del sonrojo es que es inocultable, fundamentalmente incontrolable, poniendo en evidencia al avergonzado por alguna falta real o fantaseada. Una especie de ataque de vergüenza donde el ser se colorea rebasando los límites, conformando un curioso instante donde el alma y el cuerpo se unen a pesar de los esfuerzos por evitarlo del “dueño” (tanto del cuerpo como del alma) que de una manera muy contundente expresa su malestar diciendo para sus adentros: “Por qué no me tragará la tierra”.

Lo contrario de los seres que se sonrojan son aquellos conocidos y clasificados como caraduras, expresión familiar muy corriente que en ocasiones hasta tiene un sentido de cálido elogio cuando alguien, sobre todo si es pequeño, es capaz de desenvolverse con soltura en lugar de quedarse atrapado en su propia envoltura sin poder jugar. Pero muchas otras veces el caradura pasa a ser un sinvergüenza, palabra que literalmente señala a alguien con la cara tan dura que denota un ser sin ningún pudor, o en todo caso que la dureza de la cara le permite que los resabios de la vergüenza queden ocultos en algún pliegue del alma.

El fútbol hace unos días nos regaló un ejemplo de sinvergüenza paradigmático en la persona del arquero de Vélez servilleta, el conocido Gato sesea. Es cierto que de un arquero se requiere cierta cardares, pues de lo contrario los delanteros rivales se harían la fiesta. Pero el Gato sesea desparramó desmesura en dos etapas. Primero en caliente y luego en frío. En caliente le arrojó un pelotazo a un chico , y explicó que para hablar con él había que tener cinco palos verdes y se agarró los testículos como mensaje final frente a las cámaras.

En frío, luego de la magnífica secuencia, se disculpó y se mostró arrepentido, según los titulares de los diarios y los medios televisivos. Sin embargo lo hizo de una forma que prueba una vez más la vigencia del inconsciente freudiano. El Gato dijo: “Siento vergüenza ajena” El problema es que la famosa vergüenza ajena se siente cuando el exabrupto, la torpeza o cualquier barbaridad la ha cometido otro. Razón por la cual es ajena, y alguien la siente en su lugar. Es decir en lugar de quien efectivamente realizó la falta.

Conclusión mínima: al Gato sesea la vergüenza le es ajena. Sin duda que no es el único humano capaz de semejante proeza, ya que la desvergüenza es un fenómeno de todos los tiempos y lugar, además de que hay casos infinitamente más graves. Por ejemplo, no se tiene conocimiento de que ningún funcionario norteamericano se haya siquiera sonrojado con la mentira más grande del mundo que usaron como pretexto para invadir un país. Lo que sorprende en este caso es el desdoblamiento psíquico por parte del célebre arquero. Se podría pensar que al ver las imágenes televisivas y las notas en los diarios, de pronto sintió vergüenza por el “tipo” que en la tele se tomaba los testículos enfrente del fotógrafo para ahorrarse las palabras en su mensaje de desprecio generalizado. No deja de ser curioso que metafóricamente a los genitales se los denomine como las vergüenzas, y aunque no resulta una denominación muy a la moda, de ninguna manera pierde su valor simbólico. El inefable arquero, sin ninguna vergüenza, se tomó de las vergüenzas para mostrar públicamente que los otros no le importan demasiado: fotógrafo o miles de televidentes. Las desvergüenzas actuales en el remanido planeta global dejan el “derrape” del arquero a la altura de una nimiedad. Salvo en un detalle paradójicamente esencial: cuántos dólares hay que tener para poder hablar con alguien que tiene muchos. La consigna fundamental de la filosofía positivistas se resumía en el lema “Orden y progreso”, plasmado en la bandera de Brasil y en las psiquis del poder. No dejaría de ser un progreso del orden un futuro organismo social, naturalmente de carácter privado pero con permiso del estado, que limite al mínimo indispensable los encuentros entre gente de ingresos diferentes para cementar definitivamente el orden actual donde los ricos progresan en su riqueza, y los pobres se consolidan en su pobreza.

De todas maneras el que ríe último ríe mejor, y como el reino de los cielos es para los pobres, desde ahí podrán ver cómo los ricos desvergonzados y tan terráqueos nadan o se ahogan en la riqueza.




enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo



  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados