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 domingo, 01 de abril de 2007  
St. Maarten: arena blanca, mar y leyendas
La pequeña isla seduce con sus paisajes y su gente

Ricardo Luque / La Capital

La historia es difícil de creer, pero es encantadora. Cuenta la leyenda que, cansados de discutir quién era el dueño de la isla, holandeses y franceses tomaron una decisión salomónica: una carrera alrededor de la isla decidiría los límites en el territorio. Así fue que una mañana clara de primavera dos atletas, uno en representación de cada país, partieron bordeando la isla en direcciones contrarias. Su meta era recorrer la mayor distancia posible hasta encontrarse, ya que desde ese lugar se trazaría una línea imaginaria con la largada que dividiría las tierras de una vez y para siempre, y zanjaría una disputa de años.

Al cabo de una larga jornada los corredores finalmente se vieron las caras, y para sorpresa de los unos y los otros el francés había recorrido un tramo sensiblemente más largo que su rival. Dicen que, fiel a sus tradiciones, la única bebida que tomó a lo largo de su carrera fue vino, mientras que el holandés prefirió la ginebra. Resultado: de las 37 millas cuadradas de magnífica naturaleza que posee St. Maarten, acaso la perla más preciada de ese racimo de maravillas que atesora el Mar del Caribe, 21 quedaron en manos francesas, en tanto que los holandeses debieron conformarse con las 16 restantes.

Adiós a las armas, había llegado el tiempo de disfrutar de ese paraíso de arenas blancas y aguas transparentes que, desde que Colón avistó por primera vez sus costas el 4 de noviembre de 1493, ejerció una seducción irresistible sobre sus visitantes. Y no es extraño que sea así. Ya desde la ventanilla del avión, cuando se inicia el descenso hacia el aeropuerto Princesa Juliana, se advierte que, pese a ser una de las islas más pequeñas del archipiélago de las Antillas, su belleza es desbordante. Después, cuando se aprecian sus paisajes de ensueño a ras de tierra, se comprueba porqué enamora a primera vista.

El clima templado, las playas apacibles, el mar turquesa y, sobre todo, la amabilidad de su gente hacen de St. Maarten un lugar ideal para disfrutar de las vacaciones.

No importa si hablan francés, holandés o papiamento, el dialecto de los nativos de la región, su mejor forma de comunicarse es la sonrisa. Una excursión por la isla, atravesando sus montañas cubiertas de manglares, es una promesa de sorpresas.

Al doblar una curva o al cabo de una suave ladera puede darse con una playa, siempre blanca y bañada de aguas cristalinas, o bien con una antigua fortificación que evoque su pasado colonial.

Aunque hay una amplia variedad de playas, todas tienen un rasgo en común: la arena impalpable, que de tan suave y fina apenas se la siente al pisarla, y el degradé de las aguas azules que obsequia el Caribe a medida que avanza el día y el sol se trepa al cielo.

Las aguas tibias, el rumor de las olas y el sol siempre incandescente invitan al baño de mar y a la práctica de deportes naúticos como el surf, el buceo y la navegación a vela. Si bien cada playa tiene rasgos que le dan una personalidad propia, sus características generales permiten dividirlas en dos: las del lado holandés son rústicas y tranquilas y las del francés, sofisticadas y animadas.

De las más de treinta playas que hay en St. Maarten, las hay salvajes, bravas, con vegetación profusa y fuertes oleajes, como Eastern Point, Baie Longue, Baie aux Prunes, en la costa oeste de la isla, que son las preferidas de los amantes de los deportes extremos, y apacibles, con arenas blancas, aguas mansas y palmeras, como Mullet, la preferida por las familias, y Down Beach, una amplia bahía, ubicada al pie de una colina de laderas verdes matizadas por un puñado de casas coloridas.

El lado holandés atesora a Cupe Coy, el paraíso de los nudistas, porque un alto farallones de piedra la protege de miradas indiscretas.



Movida joven

En la bahía oriental, conocida como el Saint Tropez del Caribe, la estrella es Orient Beach que, rodeada de hoteles y villas de lujo, es el centro de la movida joven de la isla. Aguas calmas, casi sin olas, permiten salir a nadar y también asolearse en los pontones anclados mar adentro. Es la playa preferida de los amantes del snorkeling, ya que, por ser protegida por una barrera de coral, está libre de los peligros que traen las corrientes marinas y alberga una profusa vida marina. En el extremo se encuentra el Club Orient, un resort naturista donde los pasajeros no necesitan usar ropas para transitar sus instalaciones.

Phllipsburg, la capital del lado holandés, tiene los rasgos típicos de las ciudades caribeñas: calles angostas y bulliciosas, casas de madera pintadas de colores vivos y, claro está, puestos de venta de artesanías. Allí, sobre Front Street, la calle principal de la población, se encuentra el principal centro comercial de la isla. Un centenar de negocios, que ofrecen desde artículos de electrónica hasta joyas, perfumes y habanos, tientan a los visitantes con sus precios libres de impuestos. Una perdición para los turistas que, con la tarjeta de crédito en el bolsillo, desembarcan de los cruceros anclados frente a sus costas.



Paseo inolvidable

Un paseo por Phillipsburg no puede obviar la visita al edificio de la Corte que, construido en 1793, albergó el consejo, la estación de carga, la oficina postal y la cárcel de la administración holandesa. Tampoco, Phillipsburg Methodist Church que, con su arquitectura exquisita, ofrece una de las postales clásicas de St. Maarten.

A unos pocos metros de su locación, sobre la coqueta costanera que bordea la playa, se encuentra un puñado de restaurantes y bares que, cuando baja el sol, se agitan el ritmo contagioso de las músicas caribeñas que entusiasman tanto a los nativos como a los visitantes.

No hay dudas de que el lado holandés es el centro neurálgico de la vida nocturna de la isla. Con sus 14 casinos, discotecas y bares, que al caer la noche se pueblan de turistas que, después de un día de relax en la playa, salen en busca de acción, la diversión está garantizada.

Y es alrededor del Maho, el lujoso resort con playa privada que ofrece la primera postal de la isla a los turistas que llegan en avión, donde se concentra el mayor movimiento. Ahí, justo en la calle que corre frente del hotel, se puede disfrutar de un trago refrescante, ensayar unos pasos de salsa y hasta arriesgar un puñado de dólares en la ruleta.

En Marigot, la capital del lado francés, un puñado de manzanas concentran restaurantes, tiendas de grandes marcas y cafés con mesas en las veredas que evocan el ambiente bucólico de las calles de París. En sus calles se pueden comprar un reloj Cartier, un vestido Pierre Cardin o una camisa Yves Saint Lauren, igual que en los Champs Ellyses.

También, y eso es lo que hace al lugar tan apasionante, se pueden conseguir frutas y legumbres frescas, frutos de mar y una gran variedad de especias, que se ofrecen en los puestos multicolores del animado mercado a cielo abierto que funciona en el centro de la ciudad.

El mercado abastece a los restaurantes que pueblan las calles de Marigot, donde puede disfrutarse la mejor cocina del Caribe. Una amplia variedad de pescados, chouschous y platos en base a langosta y crustáceos destacan los menúes que, firmados por afamados chefs internacionales, enorgullecen a los principales locales del lado francés.

Su mezcla de sabores, estilos y tendencias, una virtud capaz de satisfacer los paladares más exigentes, revela el carácter cosmopolita de la isla que, gracias a la excelencia de su gastronomía, se ganó el derecho de ser reconocida como la capital gastronómica de las Antillas.



Rincón acogedor

El rincón más acogedor de Marigot es, sin dudas, la marina Royale. Ubicada sobre la laguna en pleno centro de la capital francesa de St Maarten, se accede por el canal y el puente de Sandy Ground y brinda un lugar inmejorable para disfrutar del atardecer. Desde la terraza de los bares que rodean el muelle de madera, se puede ver como van llegando las lujosas embarcaciones que tienen su amarra en el embarcadero, mientras se degusta una copa de ron que se destila artesanalmente en la isla. Para los amantes de la navegación, puede ser el punto de partida de una aventura marina inolvidable.

St Maarten, o Satin Martin como la llaman los franceses, es una escala inevitable para los viajeros que quieren conocer el Caribe. Tiene todo lo que un destino de playa debe tener para disfrutar de unas vacaciones que combinen descanso, diversión y tradición.

Sofisticada y salvaje, alegre y relajada, hace equilibrio entre la herencia criolla de sus pueblos originarios y el refinamiento que trajeron en los barcos los colonizadores europeos. Y de ese mestizaje, que cruza culturas ancestrales en medio de un paisaje de ensueño, surgió esta maravilla que todos llaman, sin temor a equivocarse, “la isla amigable”.




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St. Maarten es la más pequeña de las Antillas y es el lugar ideal para pasar unas vacaciones en un mar turquesa y playas de arenas finas y doradas.


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