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 domingo, 01 de abril de 2007  
Cristina K: la inevitabilidad del ser

Julio Villalonga

¿Cómo sería una administración Kirchner con Cristina Fernández en la presidencia? ¿Puede ser determinante que, como subrayan en la oposición, nunca haya tenido responsabilidades ejecutivas? ¿Es una mujer inestable emocionalmente, como pretenden algunos medios lanzados a ocupar el marketinero lugar de la oposición política? ¿Es, además de la esposa del presidente, un cuadro de su estructura política que seguirá el pie de la letra lo que su jefe le diga o se manejará con independencia absoluta?

  Estas preguntas y otras todavía más específicas —y más difíciles de contestar, todavía— se escuchan en estos días con insistencia en reuniones políticas y empresarias.

  Es como si la imagen diaspórica que ofrece la oposición hubiera convencido a muchos de que la perspectiva de un glamoroso triunfo del oficialismo parece inevitable, lo que supondría que Néstor Kirchner echaría mano de su consorte para conducir el próximo período, caracterizado por el “cambio cultural” en la política.

  Como es sabido, la realidad no es ni blanca ni negra. Es cierto que la senadora Kirchner estuvo apenas unas semanas, en alguna ocasión, al frente del Ejecutivo provincial antes incluso de que su marido fuera gobernador, pero también lo es que muy pocos dirigentes han podido mostrar el antecedente de haber sido presidentes para presentarse nuevamente a una elección por ese cargo. Y también lo es que la continuidad del kirchnerismo en el poder le garantizaría a Cristina una administración en funcionamiento, ministro más o menos.

  En cuanto al nivel de subordinación a su esposo, hay que tratar de ver los matices. No cabe duda de que el presidente es el jefe indiscutido de un grupo político que tiene a Cristina inmediatamente por debajo del lugar estelar de su cónyuge y a otros dirigentes como Carlos Zanini, Julio De Vido y Carlos Kunkel en sucesivos círculos de influencia. No existe una relación vertical entre uno y otra pero, según testimonios coincidentes, Kirchner despierta en su mujer un respeto por su capacidad política equivalente al orgullo que en él generan las evidentes dotes intelectuales y oratorias de Cristina. Luego, como en toda pareja, la relación tiene todos los condimentos de un matrimonio con más de dos décadas de existencia.

  Ahora bien, ¿es inevitable la candidatura de Cristina y un triunfo muy holgado del oficialismo en octubre?

  Todavía depende, a pesar del fatalismo y la depresión que atraviesa a la cúpula de varios partidos opositores. Depende, por ejemplo, de la performance de Mauricio Macri en la Capital Federal, el próximo 3 de junio. Si el presidente de Boca se impone a Jorge Telerman en la segunda vuelta y logra articular un conglomerado más potente, con Juan Carlos Blumberg en la provincia de Buenos Aires y Roberto Lavagna jugando la presidencial, puede que Kirchner decida presentarse a la reelección y envíe a su esposa al territorio bonaerense.

  Un primer indicio de si la oposición se encamina hacia una confluencia, más oportunista que programática, lo dará el próximo día 5 la información sobre los partidos que finalmente aceptaron el convite de PRO para adherir a la candidatura de Macri en la Capital. Nueve días más tarde, ese primer síntoma sumará otro, el cierre de las listas de esta coalición de centro-derecha. Allí se verá quiénes consiguieron un lugar, si lograron subirse representantes de Blumberg, de Jorge Sobisch, del Peronismo de Pie, etc.

  Un tercer dato lo aportará en pocas horas el ARI, la agrupación a la que Lilita Carrió acaba de renunciar. Si Enrique Olivera acompaña a Telerman en la fórmula, ¿significará que nace otro candidato opositor, más allá de las afirmaciones del titular del Ejecutivo comunal en el sentido de que va a votar al Presidente?

  Queda claro que en la líquida política argentina, el enemigo del enemigo puede no ser amigo.
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