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 domingo, 13 de agosto de 2006  
[en la pantalla]
Fernando Zuber: "La soledad es indocumentable"
Uno de los directores del filme que ganó el Premio especial del jurado del Bafici cuenta las motivaciones que empujaron a la concreción del rodaje

Lisy Smiles / La Capital

Es invierno, hace frío, Y ya es de noche. Una fila de gente serpentea el ingreso al auditorio del Centro Cultural Parque de España. Minutos después, un joven director de cine agradece a los asistentes, recomienda prestar atención sobre otras formas de vida, y promete comentarios cuando finalice la película. Se apagan las luces, aparecen los títulos que se transforman en bruma, o al revés. La locación es en algún lugar en Tierra del Fuego y un extenso plano inicia el documental que obtuvo el premio especial del jurado del Bafici, el festival de cine independiente que hasta hoy hace base en Rosario. "Soledad al fin del mundo" es el título que engloba la historia, y que protagonizan tres hombres que viven allí, solos, curtidos, con los recuerdos, deseos o placeres que cada uno eligió como refugio.

No es una paradoja. "La soledad es indocumentable", advierte Fernando Zuber (29 años), el joven director que, junto a Carlos Casas, tuvo a su cargo la película, justamente un documental sobre la soledad. Y lo que no dice es lo que muestra la película, o en todo caso lo que cada uno de esos tres hombres mostró en la película.

Ese plano extenso, tanto por su duración como por su textura, apenas se cierra sobre una pequeña figura humana que traslada maderas, lo acompaña otro obrero; se sospecha que trabajan con maderas. La narración no dice mucho, casi como esos hombres, que luego se mostrarán en un aserradero, o entre los efluvios de una humeante sopa, que comen sin prisa pero sin pausa, casi en silencio. Y aparece Peter Segundo Hidalgo (72 años), en su ínfima casa, de un par de metros cuadrados. Casi no habla, su voz se hace sentir de la mano de su ilusión, el fútbol. Vino de Chile, allá quedó otra vida, y la pelota logra cambiar su mirada. Y hace frío, mucho.

Después, será el turno de Alfredo Manquin (53 años), un peón rural que se ilusiona con leer, acaricia los libros y las letras que se empecina en dibujar, junto a la luz de su farol. "Sería mejor, aprender", dice y el pasto es verde casi marrón. Más frío.

Jorge Stylarek (59 años) es el tercer protagonista. Es pescador, vive a la orilla del mar en la bahía de San Sebastián. También habla de otra vida. "Fui petrolero, operador de radio, estudiante de abogacía, oficial de policía, pero el mar me atrajo. Me atrapó", y su mirada no puede dejar de mirarlo.

Los tres están solos, algunos con gente al alrededor, pero solos. Y ni siquiera la cámara logra desviar sus miradas, esas que mantienen al espectador tan lejos y tan cerca.

-¿Qué es para vos la soledad?

-Para mí estar solo es una belleza, es una delicia, lo disfruto mucho. Lo terrible es sentirme solo. Cuando algunos de los que ven la película me preguntan qué sentí al estar en esos escenarios suelo explicar esa diferencia. Por eso la soledad es indocumentable. La verdadera soledad es cuando te sentís solo y buscas un refugio en alguien, y eso no aparece. De ahí la decisión de elegir un personaje que no vive solo (Peter Segundo Hidalgo) que le apasiona el fútbol pero no lo juega con nadie. Igual lo sigue jugando en ese metro cuadrado en el que vive porque no tiene con quien, y su mayor anhelo es conservar la pelota inflada; las zapatillas, aunque deterioradas, están siempre listas para ser calzadas y hacer unos jueguitos. El tipo no hace jueguitos si no se pone las zapatillas. Entonces, es desde ese lugar que la soledad es indocumentable. La verdadera sensación de soledad es no tener con quién refugiarte, a pesar de estar con alguien.


El viaje
Zuber, Casas y Sebastián Escofet (a cargo de la música, creada casi en su totalidad con los sonidos naturales) realizaron varios viajes para lograr la película. Lo que hoy se ve como algo unívoco, no lo fue en los inicios. Primero surgió el tema y luego eligieron el lugar. Inicialmente pudo haber sido alguna zona del Cáucaso, luego Chile para finalmente concretarse en Tierra del Fuego.

-¿Cómo fue la mecánica para definir el lugar?

-Primero se planteó el tema y después se eligió el sitio. Eso tiene que ver con una cuestión personal nuestra, nos gusta mucho viajar y filmar. Esa forma de encarar la película se relacionó con ver qué nos pasaba a nosotros haciéndola. Quizá yo llegué con un poquito más de preparación, porque había hecho el viaje antes, solo, cuando busqué a los personajes. Los tres fuimos a ver cuál era la vida de esa gente y también para ver cuál era nuestra relación con esa vida, por eso no es un documental más largo o donde se cuenta detalladamente la vida de los personajes. Lo que se ve es nuestra relación con ellos, son los pequeños fragmentos de sus vidas que nos mostraron, que nos impactaron mucho y que nos pareció que de esa forma los podíamos compartir.

-También es una decisión estética de cómo contar esta historia

-Sí, en ese sentido me da mucho placer ver el resultado, ver cómo la gente se relaciona con la película, porque trabajamos mucho en encontrar la forma. Analizamos mucho cómo la haríamos, discutimos mucho sobre cuál era la forma de contar. Otra de las cosas que decidimos es no usar planos cerrados, no usar el zoom, como para que lo que se viera fuera una ventana cercana al ojo humano y al ángulo que tiene el ojo humano. Cuando se ve al pescador tan cerca, era porque yo estaba al lado y encontramos la forma para que él no esté mirando o pensando en la cámara, sino que estaba pensando en el mar. Pensábamos que era demasiado, esa mirada al infinito, pero era así, miraba al mar, a pesar de tener a dos tipos al lado y a otro afuera grabando sonidos, miraba al mar. Y en esto soy absolutamente sincero, tampoco en el material crudo, sin editar, hay imágenes de ellos reconociendo la cámara. Y creo que esto es lo más interesante de la forma que elegimos, que lo más complicado no fuera una cuestión técnica, sino que el desafío fuera la relación con el entrevistado.

-¿En qué momento sintieron que tenían la película?

-Nunca, quizá el único momento donde sentís tranquilidad es cuando se proyecta y ves que la gente no se va a mitad del documental. O cuando ves que la película termina y no se van enseguida, sino que esperan un tiempo, es como que hay una cosa media introspectiva. El hecho de haber usado ese plano largo inicial lo consideramos como el momento para que la gente tosa, se acomode, respire hondo, salga si se aburre o se prepare para lo que viene. Es una introducción. El resultado final tiene que ver más con mirarse y no tanto con mirar. No en los 52 minutos que dura la película, sino después de salir y quizá esa noche, mirarse en relación a lo que vieron. Esa fue la búsqueda como estructura de guión, de narración, de que no sea algo que empieza y termina con la película, sino que siga, aunque sea un rato.
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La idea. "Esta película está pensada más para mirarse que para ser mirada", dijo Zuber.

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