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 sábado, 15 de abril de 2006  
Semana Santa. Testimonios de quienes fueron a buscar alivio físico y espiritual
"Vine para aprender a perdonar a mi mamá y aquí me curé el alma"
Margarita llegó del Chaco. El abandono materno la convirtió en una madraza. Y le fue a pedir paz a Ignacio

No sólo de pan vive el hombre, asegura la cita bíblica y Margarita, una chaqueña de 49 años que desde hace 28 eligió vivir en Rosario, parece darle la razón. "Vengo para que me sane el alma", dijo la mujer, que trabaja como empleada doméstica y que un día llegó a caminar cinco horas de ida y otras tantas de vuelta sólo para llegar hasta Ignacio.

Margarita y su hija llegaron temprano desde barrio Alvear y se sentaron a esperar mientras el sol entibiaba la tarde. "Yo tenía dolor en el alma", responde para contar el motivo de su presencia en ese lugar al que concurre desde hace diez años. "Un día había paro de colectivos y vinimos caminando horas y horas sin sentir el cansancio", explicó.

"Acá siento mucha, paz por eso vengo al Vía Crucis, también los domingos que no trabajo", relató. Y dijo que fue un gran dolor en el alma, que la hacía llorar día y noche, el que la trajo por primera vez a Natividad del Señor. "No hubo necesidad de explicarle al padre Ignacio, cuando estuve frente a él me habló de mi angustia", narró.

Aquel primer contacto caló hondo en Margarita y fue la base de una fe que sintió crecer con el tiempo. "Año tras año sentí que iba teniendo paz, que me calmaba ese dolor tan fuerte, a mí me abandonaron cuando era chica y eso me marcó para siempre", dijo dispuesta a contar sin temores los mojones dolorosos que fue encontrando en la vida.

"Todos tenemos un cofre de recuerdos, el mío es chiquito como una cajita de fósforos y encima está semivacío", dijo Margarita y aclaró que nunca tuvo abrazos, gestos o palabras de cariño para guardar. Su niñez fue dura y de vínculos hostiles. "A los siete años mi madre vino a buscarme, yo esperaba un abrazo pero me dijo que me necesitaba para cuidar a los hijos que había tenido en su nueva familia", contó Margarita.

"Fue muy duro, muy triste, dolor sobre dolor", evoca Margarita. Así dejó la casa de su abuela en Resistencia a cuyo cuidado había quedado desde muy pequeña."Mi abuela era alcohólica crónica, tengo imágenes de mucha gente, mucha bulla y cuando todo quedaba en silencio una nena llorando, por hambre o por frío, esa nena era yo", recuerda.

"¿Quién cuidaba de mí? Dios", dijo Margarita y agregó que su madre nunca le dijo por qué la abandonó. A cada pregunta le seguía una paliza, relató. Por aquel entonces, en pleno monte, cuando lloraba por comer pan francés como en Resistencia, ella veía pasar a un hombre en bicicleta por las picadas. Y seguía su figura abatida hasta verlo desaparecer en la distancia.

"Un día, mi padrastro me dijo que ese hombre era mi papá", dijo Margarita entre lágrimas. Y estremeció relatando que después de aquella revelación, y cuando se habían mudado a Formosa, un día cruzó el río Bermejo en una canoa para ir a conocer a su padre que había quedado en el Chaco. "Tenía 12 años y temblaba de miedo porque el canoero dejaba los remos para sacar el agua que entraba en la canoa", explicó.

A los 13 años Margarita pasó por Rosario, estuvo quince minutos en la Estación de Omnibus, con las alpargatitas con lentejuelas que usaba para la comparsa porque no tenía otra cosa. Las luces la maravillaron y le pareció un lugar hermoso para vivir porque "nunca era de noche". Pero iba de paso a Buenos Aires, donde una familia conocida necesitaba una nena para hacer mandados. Allí estuvo dos años y de esa estadía guarda buenos recuerdos.

Pero tuvo que regresar a Formosa donde aún tenía que atravesar dos nuevos abandonos, de los que quedaron sus dos hijas mayores. A los 21 años llegó a Rosario, donde la esperaban sacrificios y nuevos dolores. Hoy tiene cuatro hijos y dos nietos que la sienten como a una madraza, y eso la pone bien, la hace feliz.

"Ella es admirable, dice que quiere ser mejor de lo que fue su mamá con ella, yo tengo una mochila grande encima porque quiero imitarla", dijo su hija Carina, entre lágrimas y abrazos.
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Madre e hija, y una historia familiar cargada de dramatismo.

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