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 domingo, 22 de enero de 2006  
Cabo Verde: Encanto de musica y nostalgia

Daniel Molini

El archipiélago de Cabo Verde, república independiente desde 1975, tiene la mitad de su población repartida por el mundo. Quienes no se marcharon, prendados de una tierra segmentada y sus tradiciones, miran con respeto a los que cantan, gozan y sufren por la patria desde la distancia, patria a la que, algunas veces, regresan triunfantes. Los emigrados, que siguen pensando en criollo, saben que constituyen uno de los principales recursos de la economía caboverdiana, gracias a las divisas que giran desde los países donde fueron acogidos. De allí que las casas más significativas sean, precisamente, de retornados, que devuelven riqueza a las necesidades que les obligaron partir, sellando una vindicación trascendente que algunas veces sale bien.

Esa antigua costumbre de emigrar, que exigía un cumplimiento casi obligado, hoy amanece contenida por el turismo incipiente y todas las inversiones extranjeras dirigidas en ese sentido. No cabe duda de que las islas, volcánicas y deslumbrantes, parecen haber aplicado todas sus energías en ser bonitas en vez de productivas.

Los suelos, calcinados por el trópico en un mar de arenas y lavas, hacen pensar más en oro y minerales que en los frutos de la tierra o la agricultura. Esta se limita al cultivo del café, plátanos y algo de maíz, práctica que se realiza siempre mirando al cielo, porque en los últimos anos llueve muy poco.

Fueron portugueses quienes constituyeron, en el año 1444, el primer asentamiento europeo en el trópico. Luego se aplicaron a una misión casi imposible: poblar las islas. Nunca lo consiguieron, como tampoco brindar prosperidad a sus habitantes, obligados a ver de cerca un infame tráfico, el de esclavos, que utilizaba el archipiélago como punto de avituallamiento de las naves que partían de Africa.

El territorio, fragmentado, de apenas 4000 kilómetros cuadrados, se compone de 10 islas que muestran su orgullo en la bandera, donde 10 estrellas doradas se disponen en círculo sobre un mar de azules con dos franjas blancas y una roja.

Aunque Praia, en la isla de Santiago, ostenta la capitalidad política, la hegemonía cultural parece residir en Mindelo, en la isla de San Vicente, ciudad pequeña, asentada entre colinas y montañas bajas, que muestra, a pesar de una austeridad que pretende invadirlo todo, una arquitectura digna y colorida.

Romina, una joven preciosa, con pelo ensortijado y risa grande, nos pasea por el centro y la periferia, mostrándonos el mercado, la zona de pescadores con sus puestos de venta al aire libre, y los lugares de artesanía. Se entusiasma y nos entusiasma cuando describe plazas, Ayuntamiento, las referencias históricas y nos traslada al punto más alto, para que veamos desde él -una antigua fortaleza- a su ciudad, ventosa y cálida, siempre amable.

Un camino de piedra, tallado con dificultad a lo largo de la isla, montañosa y volcánica, lleva desde Mindelo a Baia, ciudad de playas y festivales, de folklore y capoeira.

Es en agosto cuando Baia de Gatas engalana sus mejores propuestas compatibilizándolas con africanos y gente llegada de América, para gozar de una música "que los invita a ser buenos, puros y sentirse mejor". Lo mismo que el viento -que inclina y "amarillea" la vegetación- el mar, las montañas y la arena, la música está presente en Cabo Verde.

Nuestra anfitriona nos cuenta que en su tierra no se concibe una vida sin música. Todo es música, y parecen tener el ritmo incorporado al idioma, que hablan como si fuesen maestros de percusión.

Cualquier ocasión es buena para cantar u oír cantar, y las gentes con sus instrumentos se reparten por bares, hoteles y locales públicos, donde actúan profesionales pero también espontáneos, sumados a la representación como si fuesen dueños de la orquesta.

Una canción tras otra, mientras una copa de groc, el aguardiente que se destila en el archipiélago, devuelve a su sitio los pelos de punta, a fuerza de escuchar sones que hablan de idas, venidas, sueños, padeceres, amores y distancias. "El mar es la morada de la nostalgia / nos separa de tierras distantes / Nos separa de nuestras madres, de nuestros amigos / Sin certeza de volver a verlos jamás?"

Manu, un taxista locuaz y buena gente, que luce una camiseta de la selección de Brasil, nos traduce los sonidos de la noche, y al tiempo que nos traslada por callejuelas de local en local, de música a música, nos habla de Cesaria Evora, de sus canciones, y recita versos en criollo, idioma que mezcla portugués, africano e inglés y retumba como una batucada.

En el último local de la noche, Manu nos presentó, casi en susurros y con mucha timidez, a "la única mujer que manda en Cabo Verde", la presidenta de la Cámara Municipal de San Vicente. Apasionada del pentagrama, Isaura Gomes nos invitó a participar de un recital de Jennifer, una artista local, a su juicio indispensable. Luego, sin hacer proselitismo, nos aseguró que Cabo Verde es uno de los países africanos más seguros y con un sistema democrático encomiable, donde el presupuesto para educación multiplica por cuatro al de defensa, y la esperanza de vida es de 70 años. En síntesis, y según sus palabras: "Un país donde la gente ríe, ama y canta con alegría, porque quien canta encanta y en Cabo Verde vivimos encantados".
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La isla de San Vicente, donde se encuentra el centro cultural del archipiélago.


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