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 domingo, 15 de enero de 2006  
[Lecturas]
La seducción del abismo

Rubén A. Chababo

En 1984 llegó a manos del público lector argentino "Los reportajes de Félix Chaneton". Su autor, Carlos Correas, un lucidísimo ensayista, era conocido dentro de un reducido número de intelectuales cercanos al mundo de la filosofía y el psicoanálisis, colaborador de la revista Contorno y estrechamente ligado a muchos de los impulsores de ese proyecto editorial: Juan José Sebreli, Oscar Masotta, David Viñas.

Aquel libro tuvo una recepción restringida y acotada. Su temática, el mundo descrito, cierta oscuridad elegida en el derrotero de sus personajes, lo justificaban. Es de suponer que este nuevo libro que hoy aparece de manera póstuma seguirá acaso el mismo camino, y que sus lectores serán acaso los mismos o un puñado más de aquellos que hace más de veinte años se sorprendieron por la prosa y el universo atrapado en las narraciones de Correas, una rara avis de la literatura y el pensamiento local. Ese reducido número de potenciales lectores no habla de la debilidad de su propuesta, sino del alto grado de incomodidad y perturbación que provoca su lectura.

"Un trabajo en San Roque y otros relatos" vuelve a profundizar en el descenso de aquellos mundos o zonas oscuras que su producción anterior había explorado. Se trata de una reunión de dos relatos breves y tres nouvelles en los que el tema de la locura, el crimen, el desquicio psicológico, el rufianismo y la insoportabilidad de la existencia humana, llevadas al extremo, ocupan un lugar central. Los personajes de cada uno de los textos, así como los paisajes y las situaciones a los que estos son arrojados hablan de un mundo en el que no hay demasiadas alternativas. O sólo dos: el asesinato o el suicidio.

"Los personajes de Correas no padecen el mundo sino que se hunden en él, se sumergen en él, eligen zozobrar en esa realidad fangosa y turbia, nauseabunda, que es el mundo, degradarse en el fracaso, la soledad, la desdicha, la desolación, la humillación, el asco, en todo lo cual contribuyen a afirmarlos el alcohol, las ideas recurrentes de suicidio (que como el alcohol, son una vía de escape o el sueño de una liberación del mundo, sino el modo mismo de descender hasta su fondo más oscuro) y la obsesión por alguna mujer imposible, generalmente una prostituta (de preferencia drogadicta), de la que los personajes «arltianos» de Correas se enamoran o se obligan a enamorarse y que, rechazándolos, terminan de confirmarlos en la deshonra, la ignominia, la degradación. Esa degradación no es en Correas un accidente ni una fatalidad ni una desgracia, sino -para usar una palabra que le era cara- una conquista", dicen en el preciso prólogo que acompaña a esta edición Eduardo Rinesi y Jung Ha Kang.

Por momentos los personajes de Correas parecen una prolongación del Erdosain de Roberto Arlt, y las situaciones y los derroteros que diseñan por Buenos Aires, una ampliación de las páginas de "Los siete locos". Signados por la locura, por el afán gratuito de ganar un dinero inservible para el placer, al borde siempre de la traición, buscando el desprecio o la hostilidad de los otros, sus creaciones humanas andan por el mundo con la conciencia de que el abismo es una meta a la que se llega no por casualidad sino con empeño, y que ese empeño requiere de un esfuerzo casi cotidiano y sostenido para ser alcanzado.

Ninguna de las situaciones narradas es enaltecedora para nadie. Antes, y por el contrario, son su reverso. Correas ofrece una versión del mundo y de la condición humana cargada siempre por la sospecha de la absurdidad y de la traición como regla o norma, rasgos concentrados en la figura de personajes como big guy (en "Madre, Vivi y Miguel") quien hace del robo y el asesinato una vía de acceso, la única, para la satisfacción o la justificación de su existencia, o el del breve relato titulado "El revólver" quien, luego de asesinar, confiesa: "Soy un comediante. Nunca pensé en matar. Vine a jugar un rato. A liquidar un poco más de tiempo en este día interminable; como todos (...) Me meteré en un cine, después compraré el diario y me volveré a casa, a comer como un chancho".

Por su insistencia en el mundo de la homosexualidad asociada al crimen y al bajo mundo, a la criminalidad y la traición, mucho le debe su escritura a la obra de Jean Genet. Por momentos, textos como "La narración de la historia" (un relato breve que merecería ocupar un lugar destacado dentro de la narrativa argentina contemporánea) escrito en los 50 (y cuya primera versión apareció en la revista Contorno) parecen un capítulo tomado de "Diario de un ladrón". Sólo cambia en él cierto coloquialismo, y el clima brumoso de París aquí ocupado por la oscuridad de los suburbios de Buenos Aires. Otros textos son tributarios de Camus. El existencialismo, en su versión más pesimista y oscura de la existencia forma parte del magisterio en el que su obra (y su vida) definieron un rumbo.

Carlos Correas nació en Buenos Aires en 1931 y lógica y previsiblemente puso fin a su vida en el año 2000. Además de estos relatos, dejó tras de sí sus ineludibles ensayos "Kafka y su padre" (1983) y "La operación Masotta" (1991), además de excelentes traducciones de Dashiell Hammett y Franz Kafka.

En su estudio dedicado a Arlt, escribió: "Un suicidio aspira siempre a ser un testimonio, si bien un triste testimonio; y el suicida no deja de abrigar la última esperanza de que los hombres del futuro justifiquen ese su suicidio". Leyendo esa cita a la luz del conjunto de su obra, puede asegurarse que detrás de su decisión final no hay ningún enigma. O de otro modo, cada uno de estos textos es la anticipada celebración de ese último gesto suyo, buscado con una insistencia y una pasión tan propia y tan cara a cada uno de sus personajes. Relatos que de algún modo pueden y deben leerse como el testimonio más fiel de su empeñosa búsqueda en los contornos más oscuros de la existencia.
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