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 domingo, 15 de enero de 2006  
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Taller de objetos impacientes
La Colonia de Oliveros abre sus puertas a través de un espacio donde un grupo de internos produce para el intercambio

Paola Irurtia / La Capital

María Cristina Z. no salía de su pabellón en la Colonia Psiquiátrica de Oliveros. El proyecto del área cultural le interesó, pero en los primeros tiempos rompía todos los pinceles: sus elementos de trabajo, los de sus compañeros, las herramientas para expresarse. Pero poco a poco las cosas comenzaron a cambiar, y ahora integra el equipo que lleva adelante Popi, acrónimo de Producción de Objetos Para el Intercambio, la marca de los productos que se hacen desde la colonia y se venden en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro); el local de Flor Balestra en el pasaje Pam; en El Almacén, el puesto de venta que se encuentra en el ingreso al hospital; de mano en mano o a pedido. Con la venta de su trabajo María Cristina sale de la colonia; tiene su dinero propio con el que se compra vestidos y zapatos para pasear en Rosario. El proyecto le abrió las puertas a su encierro.

Popi es la marca con la que se comercializan carteras, remeras, jabones, agendas, libretas y anotadores intervenidos con colores, creaciones y leyendas. Y el nombre de un taller muy ligado a la plástica que tiene como meta producir objetos que se vendan por sus atractivos, por su belleza. "El objetivo es que la gente los compre porque le dieron ganas de comprarlos y no porque estén hechos por internos", señala Virginia Masau, trabajadora social y artista plástica que impulsa el taller y otras líneas de fuga que expande junto a otros profesionales y trabajadores nucleados en la colonia. Como aspira a generar ganas de comprarlos, los objetos no refieren a su confección en la colonia, sino al lugar de origen: Oliveros. Una leyenda los acompaña, "objetos impacientes".


Contra el estigma
"Poner adelante que los productos son hechos por internos refuerza una estigmatización terrible. Está ligada a la mendicidad, a despertar lástima como en la venta de estampitas. No permite cambiar en nada esta marginalización. Pensamos en eso para darlo vuelta. Si el objeto gusta y lo compran, al que lo hizo le vuelve como un valor agregado, subjetivamente", dice Masau. En el intercambio, el objeto adquiere un estatuto muy diferente al que genera la lástima social. Su valor es el de una creación. "Esa circulación permite una relación distinta con el afuera, con los pares, con todos los otros", advierte.

Aunque cada uno de los participantes del taller tiene su especialidad, el sello es colectivo. Esa identidad de grupo es otro de los aspectos que Masau rescata del trabajo. "Lo colectivo es una marca más que genera una pertenencia interesante, diferente a «soy de la colonia: soy de Popi», destaca Masau.

La organización de Popi tiene los detalles muy pensados y una dinámica abierta que permite que las decisiones cambien si es necesario. La administración de las ganancias es uno de esos asuntos. Los productores estiman el precio de acuerdo a los materiales y tiempo que insumió el objeto, con la venta reciben el 70 por ciento y destinan el 30 por ciento restante a que el proyecto siga adelante con autonomía e independencia. Para Masau, "de ese modo se rompe con el modelo de hospital como gran proveedor de todo. Se refuerza la importancia de cuidar, porque las cosas cuestan, y de elegir los materiales con los que vamos a trabajar".

El taller es parte del área cultural "Macedonio Fernández", un dispositivo específico que se desarrolló desde mediados de los años 90. Un grupo de profesionales y estudiantes impulsó ese espacio con el propósito de abordar con miras a otros horizontes la institucionalización de los internos. En ese rumbo, cientos de hombres y mujeres lograron volver a su vida fuera del hospital, con el acompañamiento profesional y los controles necesarios.

En ese tránsito, se sumaron trabajadores sociales, psicólogos, artistas y escritores, que lograron romper el límite de los pabellones e ingresar a los sitios que sólo conocían internos, guardias y enfermeros. El área cultural se multiplicó en una biblioteca y taller de lectura, a cargo de Martín Rodríguez; un taller de escritura que coordinaron Pablo Makovsky y luego Mariana Brebbia; uno de teatro, que dirigió Norberto Campos; otro de historieta, que acompañó Mosquil; y el de plástica, a cargo de Fabiana Imola. En educación física se sumó Julián Jaime y una mucama de la colonia, Carmen Capiaqui, tomó a su cargo el de cocina.

Juan Díaz impulsó la idea de una radio que se concretó en FM Mocoví: martes y jueves la programación se instala en los pasillos y los programas se reproducen en emisoras de Rosario y Barcelona, mientras esperan la llegada de un subsidio que les permita instalar la antena y expandir sus palabras a unos 100 kilómetros a la redonda. El taller de fiesta marca un hito en la semana, un día de diversión que se mantiene desde hace siete años alentado por Jorge Mestre y Eduardo Solís. El último proyecto del área cultural es el de una editorial que logró obtener un subsidio a partir de la ONG La Nave. Con ese dinero podrán montar una imprenta, que va a ser la única en la zona.

Los talleres se ubicaron en una antigua iglesia que había en el hospital, un espacio que tomaron los colores, sonidos y las fiestas. Los carnavales, la primavera, la Navidad, el final del año y los cumpleaños son celebrados como se debe.


Diferencias
Cada taller está a cargo de una persona que vive del oficio. La decisión se diferencia de otras experiencias en las que los coordinadores son psicólogos que trabajan también los oficios. "Esto se relaciona con el deseo -explica Masau-. Si el taller de escritura lo da un escritor, la idea es que algo de ese deseo que tiene el escritor por la escritura pase a los que van al taller".

Para Masau "la apuesta al otro siempre produce un movimiento, tiene un efecto". Aunque no se atreve a plantearlo como un desencadenante del deseo, la experiencia de María Cristina Z., de Chabás, como la de otros talleristas, muestra que los cambios existen.

"No sé si (María Cristina) podrá vivir afuera del hospital, pero tiene más autonomía, otra circulación y otra relación con la realidad a partir del manejo del dinero. Algo cambió y haber logrado eso, ese trabajo que hizo, es un montón", dice Masau.

Popi forma parte del mismo sueño de cambiar el rumbo de un grupo de internos que en Oliveros padecía, además, el peso de un encierro crónico; y se convirtió en un sueño y una realidad que avanza impulsada por la impaciencia.
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La producción. Carteras, remeras y anotadores son algunos de los elementos creados en Oliveros. Pero también sueños que se hacen realidad.

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