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 domingo, 15 de enero de 2006  
Lo que Aguas se llevó

Mauricio Maronna / La Capital

Hace un tiempo el gobernador Jorge Obeid consideró que su mejor decisión fue la de impulsar la derogación de la ley de lemas, y que formaría parte de su epitafio el día del adiós. Más allá de la valiente iniciativa, su gestión quedará marcada por lo que suceda de ahora en más con una cuestión mucho más trascendente para la vida común y corriente de los santafesinos: la provisión eficaz del servicio de agua potable.

Hasta el más fervoroso antiprivatista percibió ayer al leer los títulos de los diarios que un sudor frío corría por su espalda: "El Estado santafesino se hace cargo del servicio".

Fuera del marasmo de los lobbies de toda laya que ven en la cuestión un lingote de oro para hacer negocios a corto plazo, la cuestión es demasiado sensible como para aprovecharla y hacer un nuevo ejercicio de noventofobia.

Los Estados modernos deben garantizar la salud, la educación y la seguridad de sus ciudadanos, objetivos principales para cumplir con su razón de ser.

¿Sucede eso en la Argentina, donde anteayer nomás una orgía de violencia se descargó en provincia de Buenos Aires, quedando en evidencia la absoluta falta de preparación de la policía no solamente para prevenir sino para detener a los ladrones que se escaparon por las alcantarillas con un fabuloso botín?

Alguien podrá decir que eso ocurrió por el pésimo tufillo que emana de la desmadrada geografía del conurbano, pero sería a todas luces un reduccionismo.

En Santa Fe las comisarías están transformadas en calderos saturados de delincuentes sobreviviendo en condiciones infrahumanas y los motines ganan recurrentemente los primeros planos. La cuestión educativa mantuvo a la provincia al tope en el ranking de paros, movilizaciones y pérdida de días de clase. La salud no fue la excepción con su retahíla de reclamos. Las tres áreas sufrieron las renuncias de sus responsables para intentar recomponer el desdibujado cuadro de situación. Alejandro Rossi (aunque por un hecho ajeno a los problemas de su Secretaría de Seguridad), Claudia Perouch (Salud) y Carola Nin (Educación) debieron irse del gabinete esmerilados por las respectivas crisis.

Los que en su momento se interpretaban como requisitos mínimos e indispensables para que un Estado cumpla con su numen, hoy constituyen mucho más que eso. Un gobierno que garantice esas tres prioridades (educación, salud y seguridad) está destinado a recibir las dulces mieles del éxito. Lamentablemente, como decía un viejo eslogan publicitario, en Argentina no se consiguen.

Obeid tiene ante sí una enorme responsabilidad: ahora ante cualquier disminución en la presión de agua de las canillas los vecinos harán de los movileros un puente para cargarlo de culpas. Aunque buena parte de la sociedad (y de gobernantes atrapados en manuales carcomidos por el paso del tiempo) crea que las privatizaciones y la inversión extraestatal son demonios de la década del 90, el país no podrá salir de la postración permanente sin la llegada de fondos frescos y la atracción de capitales.

El menemismo dejó un tendal de concesiones pésimamente resueltas, con sospechas y comprobaciones de corrupción en la mayoría de las licitaciones, pero también hubo un indudable salto de calidad en algunos servicios. Nadie parece recordar que para acceder a una línea telefónica había que pasar sofocones, trámites burocráticos y encomendarse al rocambolesco Plan Megatel.

Hoy, los teléfonos celulares se han convertido en el nuevo "deme dos" de las oscilantes clases medias, que han convertido a esos aparatos en parte del paisaje habitual.

Transición ordenada y reprivatización ejemplar son los dos objetivos a los que debería encaminarse la Casa Gris, pasaportes clave para terminar la gestión con la frente alta y demostrar que gobernar es, lisa y llanamente, tomar las decisiones correctas más allá de las presiones sectoriales, las apretadas circunstanciales y los consejos sesgados.

El viernes, un ex funcionario de la Empresa Provincial de la Energía (estatal, sí, pero cuyas tarifas son las más caras para todas las franjas sociales santafesinas) dio un diagnóstico tan crudo como real: "Si los 41 grados de temperatura del lunes pasado se extendían dos días más colapsaban todos los servicios. Por suerte alguien se apiadó y llegaron registros térmicos por debajo de la media estival".

La decisión de Suez estaba escrita en el agua. Habrá que ver si fue leída correctamente y el gobierno puede poner de ahora en más un Plan B que mantenga la cuestión dentro de los cauces normales. Más allá del diagnóstico que aquí se hace, surgirán otras voces que hablarán de los beneficios de la estatización o la municipalización. Cuestiones atendibles, y tan sujetas a la refutación como lo que en esta columna se argumenta.

La disolución de Aguas Provinciales relegó uno de los clásicos políticos de los veranos santafesinos: el futuro electoral de Carlos Reutemann. La ajustada lectura política de Roberto Rosúa (un hombre honorable, leal e incansable, más allá de virtudes y errores) sobre el futuro del justicialismo santafesino según sea (o no) el Lole el candidato a gobernador provocó la inmediata salida al ruedo de la nueva estrella mediática vernácula, Agustín Rossi, quien dijo que el justicialismo local existe antes del ex corredor de Fórmula 1.

Algo absolutamente veraz se desprende de esas palabras: José María Vernet y Víctor Félix Reviglio también fueron gobernadores peronistas, ¿no? Lo del jefe de la bancada oficialista en Diputados también debe leerse como una contribución al devaluado peronismo local. Reutemann está hundido en uno de sus habituales pozos de silencio y nadie sabe si es porque está lucubrando una renovación puertas adentro de su línea interna o porque no tiene nada para decir.

Sostener que es el único candidato conlleva un error: ¿qué pasa si finalmente recurre a otra de sus negativas? Hermes Binner quedaría instalado como el futuro gobernador. Sea cual fuere la resolución del enigma, el Lole logró otra vez que todos hablen de él cuando (como el unicornio azul de Silvio Rodríguez) ni siquiera se sabe dónde está.

El verano del 2006 también preanuncia otro capítulo de la eterna teatralización que hace el radicalismo sobre una ruptura del Frente Progresista si es que sus reclamos no son escuchados. Obviamente, los pedidos tienen que ver con las futuras candidaturas y los eventuales cargos en el gabinete si la coalición es gobierno en el 2007.

"Nosotros le vamos a dar la vicegobernación al radicalismo pero ni locos le entregaremos ministerios clave para recomponer la provincia. Además, ¿sabe qué pasa? Ellos tienen internas dentro de pocos meses y es lo único que los motiva para hacer sonar el despertador más temprano", chicanean desde el Partido Socialista.

Desde allí no quieren dejar nada librado al azar y buscan las formas para tender algún puente con Elisa Carrió que les permita no quedar atados exclusivamente a la UCR.

Y amplían: "Cuando Miguel (por Lifschitz) dice que le gustaría tener una pata peronista también corre en esa dirección. ¿De qué nos serviría ganar con un Senado dominado por el justicialismo? Acá hay que tener cuidado", dice, con su habitual prudencia, un baluarte del oficialismo rosarino.

En lo que nadie parece reparar es en la cada vez más notoria ausencia del peronismo en Rosario, más allá de alguna estocada de la vicegobernadora María Eugenia Bielsa contra el gobierno municipal.

Fuera de las lucubraciones (y de las críticas reutemistas a Rossi con expreso pedido de que no sean publicadas con nombre propio a riesgo de ser desmentidas), mientras los socialistas mantengan el 50% de los votos en la ciudad, Binner seguirá estando más cerca que nunca de ser gobernador.

Todas las miradas convergen en Obeid y en los ya míticos 1.500 millones de pesos que estarían depositados a plazo fijo. "De ahora en más voy a inaugurar una obra por mes", anunció la semana pasada el titular del Ejecutivo, vitaminizando un poco las alicaídas defensas del PJ.

Sabe que lo único que ningún "compañero" de ley le perdonaría es que le entregue la banda y el bastón a alguien que no fuera peronista.
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