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 sábado, 19 de noviembre de 2005  
Artesanos -Arraiolos
Bordado a mano
Alicia Tallarico reproduce en alfombras y murales una técnica portuguesa creada por los árabes hace más de cinco siglos

Paulina Schmidt

Veinticinco mil puntos sobre un metro cuadrado de tela en un tiempo promedio de ochenta horas. Preservar una técnica de bordado manual con más de quinientos años no es poca cosa para la artesana Alicia Tallarico. Más allá del valor material, el verdadero sentido y tiempo puestos de manifiesto en cada pieza le otorgan a la técnica de arraiolos un sentido que trasciende lo meramente económico. A contrapunto de las alfombras industriales que hoy invaden el mercado, Tallarico reproduce diseños árabes empleando una técnica portuguesa.

"Luego de varios años de experiencia en distintas disciplinas artesanales, encontré en este antiguo procedimiento una especial conjunción de arte, tradición y buen gusto, y la convertí en un medio de vida", resalta Tallarico durante la charla con Estilo. A su alrededor, alfombras y murales, de intensos colores y marcados diseños revelan una cultura de la forma que ella se encarga de mantener intacta.

La denominación arraiolos se refiere al nombre de la comarca portuguesa donde se desarrolló esta técnica a partir del siglo XV, cuando llegaron los refugiados árabes tras la persecución de los Reyes Católicos. "Lo importante es mantener la fuerza de la técnica en el diseño y el bordado, donde la decoración se hacía y todavía se hace a partir de un eje longitudinal y otro transversal. Los dibujos están dispuestos simétricamente y se repiten en cada cuarta parte de manera de formar un conjunto armonioso", cuenta la artesana.

Aunque Tallarico siempre se mostró interesada por las manualidades y trabajó con lana en su taller de telar, tomó contacto con la técnica en forma absolutamente casual. "En un programa de televisión mostraban cómo se hacía una alfombra y me sorprendió comprobar la impecable terminación de su reverso", dice.

Así es como conoció a Griselda Gragnolati, una especialista que logró metodizar la técnica en el país y le enseñó el oficio. Tallarico aprendió a bordar alfombras, murales y almohadones, y luego se animó a iniciar a otros. Dicta clases en Rosario, Córdoba, Pergamino y otras localidades. Con canastos que transportan todos los materiales la artesana viaja en compañía de su marido Daniel. El matrimonio trabaja y se complementa muy bien en el oficio.

"Me apasiona tanto la actividad que, una vez que decidí de qué color voy a bordar cada lado, y sin haberlo terminado todavía, inmediatamente estoy pensando en el próximo. Aunque busco respetar el diseño, los colores pueden variar y cada tejedora se permite crear y combinar de acuerdo a su preferencia".

Durante cuatro años Tallarico ganó el primer premio en el rubro alfombras en la feria internacional de Córdoba, aunque paradójicamente todavía no logra integrar la feria de maestros artesanos de Rosario.

"Bordar una pieza es relativamente simple y no se necesitan conocimientos previos en tejido. El mayor desafío de este oficio consiste en hacer trabajos de gran tamaño o reproducir alfombras exóticas", sostiene la tejedora, para quien nunca deben ser iguales. Si se colocan al costado de la cama, por ejemplo, a igual diseño, la disposición de los colores puede variar.


Diseños con historia
Fieles a los modelos originales, la confección comienza con la tela base pintada punto por punto. El artesano recibe el dibujo previamente marcado. Este patrón facilita la enseñanza y hace más placentero el momento del bordado. Aunque existe la posibilidad de crear un diseño propio, sea contemporáneo, étnico o country, y para diseñar un juguete si es una alfombra infantil. En estos casos, Gragnolati es quien se ocupa de transportar el diseño a la técnica.

En el mundo de las artes, las alfombras de arraiolos tienen origen en la península ibérica a finales del siglo XV, con gran predominio en Lisboa (Portugal), territorio ocupado entonces por los árabes. Cuando los reyes católicos, Fernando e Isabel decretaron que el territorio no podía ser habitado por personas de otra religión, los árabes emigraron. Muchos escondidos en pequeñas poblaciones terminaron mezclándose con los lugareños y asimilando sus costumbres.

Un grupo de familias de moros llegaron a la planicie de Alentejo, cerca de Lisboa, y comenzaron a trabajar en lo que mejor sabían hacer y necesitaba la gente del lugar: alfombras. Confeccionadas con pura lana, cumplían múltiples funciones en la mesa, como abrigo o manta, o como objeto religioso. También se utilizaban como altar colocándola en un lugar privilegiado de la casa o tienda, o acompañando a las caravanas en sus cinco oraciones diarias.

"Los árabes necesitaban que sus alfombras sean parecidas a las persas (de nudos), y lograron que del reverso lucieran iguales con la diferencia que del otro lado eran planas", explica.

El nombre de la planicie alentejana es Arraiolos, de allí la denominación del tipo de alfombras y de la técnica. Con el paso del tiempo fueron desapareciendo las ornamentaciones orientales y aparecieron las de origen europeo con predominio de artesanos portugueses. Las clásicas alfombras artesanales portuguesas adoptaron un estilo propio sin tanto detalle como lo hacían antiguamente los árabes. Los dibujos son contorneados con un color distinto al del fondo, esta particularidad antiguamente se realizaba en seda o hilos de oro.

Latinoamérica conoció la técnica con el desembarco de la inmigración portuguesa, principalmente en Brasil, donde algunas abuelas de las familias más tradicionales comenzaron a confeccionar alfombras con materiales europeos.
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