Año CXXXVIII Nº 48917
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
El Mundo
La Región
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Señales
Escenario
Turismo
Mujer
Economía


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 23/10
Mujer 23/10
Economía 23/10
Señales 23/10
Educación 22/10
La otra mirada 22/10
Salud 19/10

contacto

servicios
Institucional

 domingo, 30 de octubre de 2005  
Tema del domingo
Kirchner y un futuro marcado a fuego por la economía

El país poselectoral ya se ha serenado. Los resultados de las elecciones legislativas del pasado domingo han perfilado un nuevo escenario político en el cual la figura predominante es, más que nunca, la del presidente Néstor Kirchner. La nítida victoria de su esposa Cristina Fernández en la provincia de Buenos Aires, superando curiosamente a la también mujer de su principal adversario, Eduardo Duhalde, debe ser vista como la gran piedra de sustentación del proyecto kirchnerista. Pero los beneficios que le trae al país el fortalecimiento del poder del elenco gobernante —nadie dude de que la Argentina es una nación que necesita ser conducida— poseen una contrapartida peligrosa: la tendencia del jefe del Estado a los desbordes personalistas señala que si tanto poder no se utiliza con las necesarias mesura y sabiduría, lo que hoy merece aprobación mañana puede ser objeto de las peores y justificadas críticas.

   La primera aparición del primer mandatario tras el destacado triunfo obtenido en los comicios puso en primer plano un saludable paradigma: ajeno a lecturas coyunturales, Kirchner eligió un posicionamiento económico contundente como base de una intervención equilibrada, ajena a revanchismos y distante de cualquier retórica triunfalista.

   “La Argentina debe tener una visión claramente keynesiana y heterodoxa para profundizar el crecimiento y poder dar las respuestas que todos los argentinos necesitamos y queremos, que pasan por resolver definitivamente el problema del empleo, la inclusión social y la equidad”, dijo un presidente que irrumpió en el terreno supuestamente reservado con exclusividad a su ministro estrella, Roberto Lavagna. Y por cierto que semejante intervención resulta bienvenida, dado que la economía no constituye un espacio exclusivo de técnicos o especialistas, como muchas veces se lo quiso hacer creer durante el transcurso de la década del noventa.

   La claridad de la definición es absoluta y exime de mayores interpretaciones. Queda claro que Kirchner avala un modelo que se encuentra en las antípodas del que reinó en el pasado cercano, con la bendición de los “gurúes” neoliberales y el apoyo explícito de los organismos trasnacionales de crédito. Resulta interesante, en tal sentido, el innegable trasfondo que posee el adjetivo “heterodoxo”: con su empleo el jefe del Estado intenta poner en blanco sobre negro que su acción y filosofía se yerguen sobre la base de la desobediencia a los dictados del Fondo Monetario Internacional. Y no caben dudas de que la catástrofe nacional acontecida como consecuencia del acatamiento ciego a los mandatos del FMI otorga un plus de credibilidad a tanta intransigencia.

   A partir de la implementación práctica de las ideas de John Maynard Keynes fue que los Estados Unidos destruidos por el “crac” financiero de 1929 lograron recuperar el esplendor perdido: sobre la base de un férreo control estatal de la economía, el abandono del patrón oro y un formidable impulso a la obra pública, el gobierno de Franklin Delano Roosevelt —inicialmente resistido por los empresarios, quienes lo consideraban izquierdista— pudo plasmar en relativamente poco tiempo el milagro de la resurrección. EEUU se levantó de sus propias ruinas y las largas colas de desempleados, las escenas de hambre en las calles y la desesperanza colectiva mutaron en un país con pleno empleo y que a caballo de la Segunda Guerra Mundial confirmó su liderazgo planetario.

   ¿Soñará el presidente con un resurgimiento parecido? Las características de ambas naciones —tanto desde el plano material como el cultural— son demasiado distintas como para que esa ilusión posea sustento firme. Pero de lo que no puede dudarse es de la voluntad presidencial de cambiar definitivamente el rumbo de la Argentina, signado por el vicio cíclico y desviado de modo constante hacia el fracaso.

   La definición de Kirchner marca a fuego el futuro y permite afirmar que la nave ya tiene rumbo tomado. Que llegue a buen puerto dependerá no sólo de su pericia y la del equipo que lo acompaña, sino de la convicción popular de que se puede.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados