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 sábado, 29 de octubre de 2005  
Editorial
Irán: renace el antisemitismo

Gran preocupación crearon en todo el planeta las aberrantes declaraciones del presidente iraní, que reclamó “borrar del mapa” a Israel y ayer, lejos de retractarse o arrepentirse tras el repudio generalizado, ratificó sus palabras cargadas de intolerancia y odio. Las naciones democráticas deberán estar atentas ante la amenaza.

El tono del mensaje que días atrás pronunció el presidente iraní delante de un auditorio de cuatro mil estudiantes obtuvo amplia y lógica resonancia global: es que no resulta frecuente que un jefe de Estado reclame "borrar del mapa" a otro país. Y eso fue precisamente lo que Mahmoud Ahmadinejad solicitó delante de su juvenil auditorio, invocando al ayatolá Khomeini y poniendo en la mira a Israel. La gravedad de semejante discurso en boca de alguien con tanto poder y que, además, llegó al lugar que ocupa por intermedio de los votos resulta obvia: la comunidad internacional debe estar más alerta que nunca ante este brutal rebrote de una de las peores lacras de la humanidad, el antisemitismo.

La condena mundial fue resonante y unánime, e Israel requirió que Irán sea expulsado de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). "Un país que pide la destrucción de otro no puede ser miembro de las Naciones Unidas", afirmó el primer ministro Ariel Sharon. El viceprimer ministro Shimon Peres había afirmado con antelación que "nunca desde 1945, cuando se estableció la ONU, un jefe de Estado que fuera miembro de las Naciones Unidas había pedido públicamente la destrucción de otro miembro de forma tan clara como lo hizo el presidente iraní".

Lejos de expresar autocrítica o arrepentimiento, ayer Ahmadinejad participó de una marcha antiisraelí y ratificó sus temerarias declaraciones. "Mis palabras son las palabras exactas del pueblo iraní", dijo el mandatario, haciendo extensivo su profundo antisemitismo a todos los habitantes de la nación islámica.

La situación es obviamente grave porque los dichos del ultraconservador Ahmadinejad -preciso resumen del odio irracional, germen de las peores atrocidades de la historia- fueron pronunciadas en el mismo momento en que se procura convencer a Irán de que abandone su programa nuclear, dado el fundamentado temor que existe de que aspire a fabricar armas atómicas.

Más allá del variado tono de los vocablos utilizados por los líderes políticos del Viejo Continente para repudiar al desaforado mandatario -van desde repulsión a insensatez e irresponsabilidad-, el análisis político más despojado y lúcido partió de la Unión Europea, donde el español Javier Solana aseguró que la posición iraní es simplemente "inaceptable, porque las perspectivas de un acuerdo duradero en Medio Oriente son hoy las mejores de los últimos años".

Pero los fundamentalistas -sean del signo que fueren- no creen en el diálogo y tampoco en la convivencia entre quienes son distintos. La diversidad, para ellos, es insoportable: aspiran a uniformar y no les importa el método que se emplee para hacerlo. Su amor por la vida es tan escaso como su respeto por el diferente. El mundo democrático debe recordarlo, y tener sumo cuidado.
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