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 sábado, 29 de octubre de 2005  
El tiempo es un asesino serial

Tomás Abraham - Especial para La Capital

El dilema más importante para el futuro próximo de nuestro país es lo que pasará con la economía. Esta es sin duda una preocupación que enarbola con insistencia la derecha. Por eso debe ser escuchado por todos aquellos que sin pertenecer a esta banda del espectro partidista pretenden pensar los futuros condicionamientos políticos. El mayor peligro es que nuevamente el peso se convierta en algo parecido a un papel. No me refiero a una amenaza de hiperinflación, no están dadas las condiciones para que el dólar se dispare, pero lo que sí puede suceder es que el dinero de hoy valga menos el mes que viene. La compensación salarial es un estímulo artificial de la demanda con fecha de vencimiento y regresiones dolorosas. Habrá entonces un aumento de la intensidad de la puja distributiva y presiones sobre el gobierno. Ante las movilizaciones sindicales, las ocupaciones de establecimientos, la paralización de los servicios públicos, las empresas ceden posiciones, y luego pasan el incremento de costos a los precios, o requieren, si el convenio así lo establece, reajustes en los subsidios gubernamentales.

Como nuestro país es un sistema monárquico inestable y no absoluto, gerenciado por dinastías que suben al poder aunque por tiempo limitado, los gobiernos no consiguen la seguridad jurídica que ellos necesitan más que nadie para desarrollar su labor. Algo así como una garantía de eternidad contra los espasmos institucionales. Las preocupaciones electorales son permanentes, y no bien se sale de una elección se entra en otra. El gobierno tiene así una tarea difícil. Y esto tiene que ver con los comicios recién finalizados.

El dispositivo republicano argentino es casi inorgánico. Por eso lo que muchos plantean sobre una división ideólogica de todo el campo político entre una zona de centro izquierda y otra de centro derecha nos remite a otro país, pero no al nuestro. Aquí todo está atado con alambre. El pacto de hoy se deshace mañana, las mayorías de hoy también desaparecen mañana. No ha sido en vano que los medios hayan recordado que hace muy poco tiempo Graciela Fernández Meijide le ganó a Chiche Duhalde por mayor margen de votos que Cristina, y con los Duhalde en el gobierno de la provincia. Graciela se jubiló de la política por tácito pedido de la opinión pública, así son las cosas con las mayorías.

El último baluarte político con cierta organicidad era el Partido Justicialista, y está dividido, en realidad siempre estuvo por dividirse además de fragmentar a la Nación. Nada de eso ha cambiado. No hay consenso respecto de ninguna política ni de una visión estratégica del país en el mundo. Las urgencias mandan. Los nuevos protagonistas de los éxitos electorales son aire fresco, pero la casa no está en orden, apenas más ventilada.

Es el caso de Binner. Pero una cosa es un municipio o una diputación y bien otra el sistema disperso y fraccionado de las gobernaciones e intereses en conflicto que debe controlarse desde la Presidencia de la Nación. Binner en la Presidencia, o Sobisch o Macri, no tienen más instrumentos para delinear un gran acuerdo nacional sobre puntos básicos que Kirchner. Los enfrentamientos entre sindicatos, corporaciones, empleados estatales, piqueteros, clase media espantada por robos y secuestros, malestar en las fuerzas de seguridad, problemas financieros y escasez de inversiones, no constituyen un problema para el gobierno, sino para todo el país gobierne quien gobierne.

Parece terriblemente difícil gobernar a la Argentina, y este presidente no lo ha hecho nada mal. Es imprescindible que su gobierno se fortalezca -a pesar del coro almibarado que le pide a Kirchner que escuche a los otros y que no grite tanto- porque la debilidad de un gobierno termina en el despanzurramiento generalizado. La derecha sueña con que los precios internacionales bajen y le den menos aire a este amigo de Chávez y clientelista vocacional. Haciéndose eco de pujas legendarias, señalan a sus enemigos tradicionales: el partido sindical, el gasto fiscal y un Banco Central demasiado dispendioso.

La creación de fantasmas alarmistas es una obviedad estratégica pero no deja de ser cierto que el problema es la puja distributiva en un país que no hace más que recuperarse pero no crecer, usar el aparato productivo sin modernizarlo, producir sin competitividad, y otras falencias que los analistas económicos reciclan.

Lo demás ha sido una entretenida novela. Hemos visto todos los preparativos de los candidatos en los camarines. Hubo más de cuatro mil aspirantes a ocupar puestos públicos. Si les sumamos los dirigentes de asociaciones sin fines de lucro, comités vecinales, entidades deportivas, consejos de administración de los consorcios edilicios, miembros de las nuevas ONG, delegados de todo tipo de asociaciones estudiantiles, dirigentes y subdirigentes gremiales, miembros conspicuos de fundaciones filantrópicas, podemos llegar a la conclusión de que cada uno de los argentinos tiene dos representantes. Lo que nos da una aritmética participativa y un contrato social algo psicótico.

En este festival hemos presenciado el trasvestimiento de Macri en un señor cordial, amplio de miras, sin palabras agresivas para nadie, ni siquiera a los de River, y moderado hasta el mango que ni siquiera parece tener. Fue sorprendente el intercambio de acusaciones de haberes malhabidos entre Bielsa, los Kirchner y Carrió, cuando siempre nos dijeron que son gente de clase media que ocuparon escritorios en estudios jurídicos. Nadie preguntó por la evaporación repentina del ministro Filmus que iba a ser como un as de bastos del gobierno en su campaña capitalina. Por supuesto que tampoco nadie pregunta por Béliz, hueco enigmático de quien dedicó su vida a recorrer todo el espectro de los partidos políticos.

Además, y sin querer ocupar el lugar de los politólogos, descreo de la derrota aplastante de Duhalde. Su 20 por ciento es al contado, hacienda propia. No es poco para tener banca. Y luego está Menem, para que no nos olvidemos de Alfonsín, ilustres próceres de un país que ni siquiera existe para los participantes de Feliz Domingo. Mejor no preguntarles a los chicos quiénes son. Nosotros, veteranos ya, bien sabemos quiénes son, y les propongo pensar ahora un poco todos juntos, descorramos el velo e ingresemos en el territorio de la madre filosofía.

Para los que padecemos la crisis de los 40, quiero decir para los que sufrimos porque hace rato no tenemos 40, ¿cuánto tiempo nos queda? ¿Por qué pregunto esto? Por la sencilla razón que imagino que en el ocaso de mi vida la presidente de la Nación va a ser la Reina Cristina. Néstor hasta el 2011, y Cristina hasta el 2019. No quiero decir con esto que sea algo malo para la república y que nos convendrían otros presidentes. Quizás no, o sí, luego de treinta y seis años de democracia, en la segunda década del tercer milenio, ya ni sé qué bagre pescaremos. Habrá seguramente un indigente menos y un pobre más, una clase media más ajustada y otra menos, un nuevo convenio con Brasil en reemplazo de otro perimido.

Frente a una realidad así, en la que el eterno retorno de lo mismo hace del alma una meseta, es absolutamente comprensible que tengamos una crisis de sentido y cierta desazón espiritual. Un síndrome Woody Allen, quien en Manhattan se lamentaba con melancolía que el Sol perdiera energía y que en diez mil millones de años se apagaría y con él toda vida en la Tierra. ¿Para qué vivir? Lionel Messi en el 2019 tendrá 32 años, quizás él ya en las postrimerías de su carrera acepte jugar los dos últimos años en Ñuls, quién lo sabe, en todo caso una alegría para los leprosos, pero nosotros, los abuelos de la nada, ¿qué seremos? ¿los abuelos K?
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