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 domingo, 14 de agosto de 2005  
[Nota de tapa] - El juego de imaginar
El fin de las aventuras de don Juan Zorro
Un personaje de la tradición oral, revivido en una nueva andanza y en la provincia de Santa Fe

Beatriz Actis

Todos saben que a Don Juan Zorro lo que más le gusta en el mundo son los animales. Sobre todo, los animales que puede comer. El Zorro es astuto. Cuando ve a una presa, enseguida se le ocurre alguna idea ingeniosa para engatusarla.

En general, lo que hace es tenderle una trampa hecha con palabras: se hace el simpático, la halaga, le miente, y, ni bien logra engañarla, ¡zas! se la engulle. Muchas veces de un solo bocado.

Cuando el Zorro se quiere hacer el bueno, habla con rima. Saluda a la futura víctima diciéndole, por ejemplo: "Qué te pasa, calabaza". Y también: "Qué tal, Pascual".

O bien le habla sobre la sensación térmica ("Pero qué solazo, amigazo") y otras cuestiones intrascendentes.

Así, de a poco, va entrando en confianza y en el momento menos pensado atrapa al animal elegido, hace de él un banquete... y "a otra cosa mariposa".

Aunque felizmente su artimaña no siempre le da resultado. Por ejemplo, desde que se conoció la historia con el Hornero, en la pasada primavera, los animales del norte santafesino le han perdido bastante el miedo.

El episodio con el Hornero se produjo cuando Don Juan -preocupado porque ya se acercaba la hora de la cena y no tenía nada para comer- se acercó a un árbol en donde la Paloma cuidaba a sus pichones en el nido y lo miró como quien mira un pollo al spiedo gritar con gracia en la vidriera de la rotisería.

La Paloma se asustó y empezó a llorar y a pedir ayuda.

El Hornero, que tenía su casa de barro en un árbol cercano, voló hasta el nido de la Paloma para consolarla.

Le dijo que se quedara tranquila, que el Zorro no podía hacerles daño ni a ella ni a sus pichones porque no podía trepar al árbol.

"¿Pero por qué, por qué?", preguntó la Paloma todavía asustada y sin convencerse de que ella y su familia estaban a salvo y habían escapado del peligro.

"Porque el mamífero carnicero perteneciente a la familia de los cánidos, de cola peluda y hocico puntiagudo, destructor de aves y mamíferos pequeños, conocido en nuestro hábitat con los nombres de: "Zorro, "Aguará" o simplemente "Don Juan", no puede trepar a los árboles por las características físicas propias de su especie", explicó el Hornero, a quienes todos en el campo llamaban "Doctor".

(Cuando era joven, el Hornero había recorrido el mundo. Había traspasado los límites del monte y visitado los poblados de Villa Guillermina, Villa Ana, La Gallareta, y más allá todavía: Tartagal, Villa Ocampo, Las Toscas y toda la ruta quebracho. Incluso había llegado al mismísimo puerto de Reconquista y, desde allí, subido a una barcaza, había arribado a la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz. En la capital de la provincia había vivido en una casa de barro construida en un poste de la luz, justo enfrente de una pensión de estudiantes de Derecho de la Universidad del Litoral. De ahí venía su vocación de abogado).

Volviendo a nuestra historia, el Hornero, tras calmar a la Paloma, se dirigió a Don Juan el Zorro para increparlo.

"¿Qué pretendía, so canalla, atemorizando de ese modo a una madre de familia? ¿Que con el susto, la dama perdiese el equilibrio y cayera del nido directo a sus garras, eh? Ya no hay respeto... Habráse visto".

Y mientras el Hornero se alejaba volando bajo, rezongando enojado y por eso también mas distraído que de costumbre, el Zorro aprovechó su descuido y lo cazó gracias a su habitual destreza.

El Hornero apenas podía moverse porque el Zorro lo llevaba sujeto en la boca, entre los dientes, pero todavía podía mover un poco el pico para advertirle que pensaba interponer inmediatamente un recurso de amparo.

El Zorro no le hacía caso.

En el momento en que Don Juan se disponía a comer al Hornero, la Paloma -que había presenciado la escena- les avisó a los otros pájaros que su amigo estaba en peligro mientras gritaba: "¡Que no lo mastique al Doctor, que no lo mastique al Doctor!".

De inmediato se acercaron al lugar las demás aves del campo y comenzaron a pedirle a Don Juan que soltara al Hornero, mientras vociferaban a los cuatro vientos: "¡Don Juan ha cazado al Hornero!", y al Zorro le ordenaban gritando como locas: "¡Largue, Don Juan! ¡Largue al Hornero, Don Juan Zorro!".

El Zorro miró a su alrededor con sus ojitos vivaces y pudo ver cómo lo rodeaba un verdadero ejército de pájaros.

El batir de alas unido al griterío ("¡Largue al Hornero, largue al Hornero!") resultaba ensordecedor.

El Zorro sintió que ni su orgullo ni sus oídos podrían soportar aquello un segundo más y abrió la boca para ordenarles a todos que se callasen y dejaran de meterse en sus asuntos.

Pero ni bien el Zorro abrió la boca para retar a las aves, exactamente en ese momento el Hornero se voló, y Don Juan se quedó muerto de rabia, sin su presa, con la panza haciéndole ruido del hambre y oyendo cómo las aves festejaban haber podido ¡al fin! engañar al Zorro el Astuto.

Mientras tanto, el Hornero, a salvo, se posó sobre una de las ramas más altas de un árbol cercano y habló ante todos los pájaros: "Atención pido al silencio, pido al silencio que calle, porque en varias ocasiones el silencio es el que vale".

E inmediatamente organizó una asamblea con secretario de actas, orden del día y lista de oradores para organizar un Comité de Defensa de los Derechos de las Aves Defraudadas por los Zorros Zalameros, bajo el lema: "Por un ecosistema sin falsedades".

Por eso, de vez en cuando, las aves en asamblea escuchaban una vocesita simpaticona: "Pero qué gustazo, amigazo" o "Cómo dice que le va, paisano de aquí nomás", a lo que el Hornero respondía sin vacilar: "Todo lo que diga a partir de este momento podrá ser utilizado en su contra".

A medida que las aves se entusiasmaban con el proyecto y votaban los cargos para integrar el Comité, la voz del Zorro se hacía cada vez más débil y lejana.

Esto era así porque Don Juan, vencido por las circunstancias y con la cola entre las patas, se iba alejando cada vez más del lugar de la reunión hasta su escondrijo en el medio del monte.

Se había convencido finalmente de que su cena, esa noche, serían tan sólo unos zapallitos salvajes, y, con suerte, alguna sopita de hinojo.

Y ojo al piojo.

(de "Historias de fantasmas, bichos

y aventureros", Homo Sapiens Ediciones)
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