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 sábado, 06 de agosto de 2005  
A 60 años de Hiroshima. EEUU arroja la primera bomba atómica, bautizada con el inofensivo nombre de Little Boy
"De repente vi una luz deslumbrante blanquiazul y perdí el conocimiento"
Una sobreviviente describe el horror de la explosión y cómo la ciudad se convirtió en un infierno en llamas

Lars Nicolaysen

Hiroshima. - Era un caluroso día de verano. Aquella mañana del 6 de agosto de 1945 la joven Miyoko Tando, de 13 años, estaba delante de la ventana arreglando la correa de su cantimplora. En el jardín de la casa, su padre colocaba un armario sobre una carreta. Los dos se disponían a seguir a la madre, que abandonó Hiroshima por miedo a los ataques con bombas y se trasladó al campo con su hijo menor para reunirse con sus familiares. Son las ocho horas con 15 minutos de la mañana. De repente, "vi una luz deslumbrante blanquiazul y perdí el conocimiento", recuerda Miyoko 60 años después.

Tras un vuelo de varias horas, desde la pequeña isla de Tinian, situada a unos 2.500 kilómetros al sureste de Japón, el bombardero estadounidense Enola Gay había arrojado a una altura de 580 metros sobre el hospital Shima, en el centro de Hiroshima, la bomba atómica bautizada con el inofensivo nombre de "Little Boy". En cuestión de segundos la zona, hasta entonces llena de actividad, quedó arrasada: la ola de choque y calor de al menos 6.000 grados centígrados convirtió a la ciudad en un infierno en llamas.

Todo lo que estaba en pie se derrumbó por la presión. De los 350.000 habitantes de Hiroshima murieron de golpe más de 70.000. Hasta diciembre de 1945, el número de muertos se elevó a 140.000. Perturbados, con el cuerpo cubierto de ampollas causadas por quemaduras y la piel desprendida, los que sobrevivieron al bombardeo corrieron por las calles de la ciudad presas del pánico.


Lluvia radiactiva
Cuando Miyoko Tando recupera el conocimiento, su padre la está sacando con sus últimas fuerzas de entre los escombros de su casa. Luego, el cielo se oscurece. Sobre la ciudad cae una lluvia de gotas negras a las que están adheridas cenizas radiactivas, contaminando a los desprevenidos sobrevivientes. "Después de beber agua de una tubería reventada, escupí un líquido amarillento", relata Tando.

Tres días después de la explosión, Miyoko asistió impotente a la muerte de su pequeña hermana y, poco después, de su padre. Ese mismo día, el 9 de agosto, el ejército estadounidense lanzó una segunda bomba atómica sobre Nagasaki, que causó la muerte, hasta diciembre de 1945, de unas 70.000 personas. La cifra exacta de víctimas jamás podrá establecerse, puesto que muchas personas murieron años después a causa de las secuelas tardías de las radiaciones.

Durante mucho tiempo, Miyoko fue incapaz de hablar del horror vivido. La mujer, pequeña y flaca, tiene un aspecto frágil. Desde hace algún tiempo padece una enfermedad hepática. Aun así, no se cansa de contar su terrible experiencia ante escolares y otras personas interesadas, "para que no se olvide la bomba", dice con voz débil mientras pasa la mano sobre su brazo lleno de cicatrices.

Sin embargo, la importancia de lo que pasó en Hiroshima va perdiendo peso. Durante varias décadas, la gran mayoría de la población japonesa apoyó la Constitución pacifista de su país, pero esto está cambiando, entre otros motivos por la amenaza que representan los misiles de Corea del Norte. En este contexto, se está discutiendo por primera vez un cambio de la Constitución nipona, que ni siquiera permite la existencia de un ejército regular.

Sólo pocos japoneses aceptan que las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki fuesen un "castigo justo" por la guerra de agresión de Japón durante la segunda conflagración mundial. En Japón, la historia de las bombas atómicas está determinada inevitablemente por la perspectiva de las víctimas. Es cierto que Japón incurrió en injusticias, pero las bombas atómicas fueron crímenes cometidos contra personas inocentes, según la opinión generalizada en el país. Efectivamente, muchos historiadores creen que desde el punto de vista militar no fue necesario lanzar las bombas atómicas.

Aunque el entonces emperador japonés Hirohito anunció en la radio la capitulación el 15 de agosto, el país ya estaba en la ruina y de cualquier manera se habría rendido pronto, alegan los historiadores nipones. En su opinión, EEUU más bien decidió lanzar las bombas atómicas para demostrar su fuerza frente a la Unión Soviética.

Después del fin de la guerra, la censura impuesta por EEUU obligó a guardar silencio sobre lo ocurrido en Hiroshima. Una discusión sobre la nueva arma era algo indeseable. El conocimiento de la población japonesa sobre las consecuencias de la bomba atómica generalmente estaba basado en rumores. Durante mucho tiempo se creyó que los daños causados por la radiación eran contagiosos.

Muchos evitaron el contacto con las víctimas de la bomba atómica. El sufrimiento físico de los "hibakusha", las víctimas directas del ataque nuclear, se convirtió en una mancha para la sociedad japonesa.

Durante los años siguientes a la explosión, también Tando fue víctima de discriminaciones. Desesperada, buscó apoyo en la religión. Sólo la ayuda de un pariente le permitió encontrar trabajo en un quiosco, que más tarde tuvo que abandonar por sus problemas de salud. Hoy, sólo tiene un deseo como fuente de inspiración: "Un mundo sin armas nucleares". (DPA)
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En Hiroshima murieron 140.000 personas.

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