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 domingo, 06 de marzo de 2005  
[Primera persona]
Roberto Fontanarrosa: Escritor de oído absoluto
Estuvo en el centro del Congreso de la Lengua con su defensa de las malas palabras. En España acaba de aparecer el segundo volumen que recopila sus cuentos

Osvaldo Aguirre / La Capital

La extraordinaria repercusión de las creaciones de Roberto Fontanarrosa como humorista gráfico suele poner en segundo plano su obra literaria. Sin embargo, sus libros de cuentos y novelas se reeditan de modo regular y es uno de los escritores argentinos más leídos. Ese reconocimiento de los lectores se ha trasladado ahora a España, donde el sello Alfaguara editó el segundo volumen de "Cuentos reunidos", título que recopila parte de los cuentos de Fontanarrosa.

El pedido de amnistía para las malas palabras lo ubicó en el centro del Congreso Internacional de la Lengua Española. Más allá del notable ejercicio de humor, esa intervención aludía también a los modos del lenguaje oral, uno de los principales recursos de la literatura de Fontanarrosa, que incluye hasta ahora once libros de cuentos y tres novelas.

-¿La edición española de tus cuentos te obligó a releer tu obra?

-No. Lo que pasa es que cuando uno entrega un material para publicar ya lo leyó veinte veces. A pesar de que no soy un tipo excesivamente meticuloso, no soy un tipo de corregir y corregir. A mí me agarra la ansiedad de los dibujantes, eso de que hoy hago un dibujo y mañana sale en el diario. Cuando sale el libro lo leo para ver cómo salió, cuántos errores hay, y después no lo leo más. Cada tanto me piden algún cuento y yo hago una relectura de los títulos, digo "ah, este me gustaba, aquel no". Pero no soy de releer.

-Otros argentinos que publican en España creen, en cambio, que deben corregir su escritura en función de los lectores españoles.

-Cuando se planteó la antología, los cuentos fueron como estaban. Además me parece lo lógico. No es en represalia, porque los argentinos también leemos las cosas de los españoles. Leer a los escritores latinoamericanos en el idioma propio del lugar donde escriben es la riqueza del asunto. Prefiero perder la interpretación de algunas palabras pero tener un perfil, por ejemplo, de cómo es el habla de los cubanos, de los colombianos. Algunas cosas no entenderé, pero eso no es lo fundamental: el idioma neutro de Los Simpson, con lo que me gustan Los Simpson, te quita referencias. Esas obras que parecen traducidas a un castellano que no sabés dónde mierda transcurre a mí me dan incomodidad. Por otro lado, ya hay un ida y vuelta nuestro con España que hace que ellos entiendan muchas cosas nuestras y nosotros las de ellos.

-Ahora escribís menos parodias que en tus primeros libros.

-Sí. Lógicamente la parodia es más fácil, porque tenés un modelo y lo distorsionás. Pero llega un momento en que hiciste las parodias que tenías que hacer y, quiera o no, lo considero como un género menor. En la parodia estás atado a un modelo. A veces son muy divertidas, y yo consumo esas cosas, en cine sobre todo, pero prácticamente las he dejado de lado. Como también poco a poco voy dejando de lado relatos que transcurren en países que no conozco. A menos que sea totalmente dislocado y lo meta en un tono de humor absolutamente delirante que me permita inventar cualquier cosa. Pero sin pretender caer en el costumbrismo, si yo no tengo aunque sea una mínima visión de algún lugar donde he estado tiendo a situar los cuentos en Argentina.

-¿Cómo aparece esa atención que le prestás en la escritura al lenguaje oral?

-Puede venir de la historieta. Alicia Colombo me decía que yo escribo como un dibujante de historietas: diálogo y acción. A mí me gusta mucho el diálogo y prestar atención a cómo se habla, en cualquier lado. Uno necesita mucho tiempo para incorporar esos lenguajes. Puedo reproducir con bastante fidelidad las charlas de fútbol, pero no ir dos días a Colombia y pretender escribir como hablan los colombianos: haré una parodia, una aproximación. Hay una cosa que se da no sé si en mí pero sí en algunos escritores que sería comparable a los músicos de oído absoluto. Hay gente que dice "usted está en un lugar y escucha y entonces de ahí saca las ideas". Puta, sería fácil. Y sería aburrido repetir estrictamente lo que ha pasado. Yo escribí un cuento, "Mamá", que es supuestamente mi vieja: supuestamente era borracha, masticaba tabaco, jugaba a los naipes. Y doy muchos datos ciertos: nací y crecí en Corrientes y Catamarca, en el edificio Dominicis, en el mismo departamento donde mucho tiempo después vivió Huguito Diz, segundo piso ele. Y nombraba cosas de ahí. Hubo gente que lo tomó al pie de la letra. Una vecina de Alberdi me llamó por teléfono: "Robertito -me dice-, yo la conozco a Rosita, pero nunca pensé que tenía esos problemas" (risas). No todos los escritores tienen una percepción de la forma de hablar. A veces leo diálogos y no les creo mucho.

-¿Cómo desarrollás tu actividad de escritor?

-Ha habido cambios. Primero he tenido un cambio como lector. Casi no leo ficción. Me he ido alejando de la ficción y leo reportajes, biografías. O periodismo novelado. Como si te dijera "Don Alfredo", de Bonasso. O "Galimberti", de Larraquy y Caballero. Y no te digo ensayos, porque la mayoría están cargados de una información que escapan a mi conocimiento. Me interesa más la información que el estilo. Me gustó mucho "Ahora hablaré de mí", de Antonio Gala, no había leído nada de él. Pero ficción, te digo, leo muy poquito. Y me di cuenta que entré en un quilombo tal de laburo y de imposibilidad de manejar el tiempo que incluso perdí la posibilidad de tener un día a la semana para escribir. También es cierto que sobrevino todo lo del Congreso de la Lengua. Mucho compromiso social, te diría. Al punto que yo digo que, como los escritores serios, en diciembre le pedí prestado el departamento a unos amigos de Mar del Plata y me fui a escribir a Mar del Plata. Como Hammett (risas). Hacía como seis meses que no podía escribir. Ahora estoy tratando de preservar mi tiempo.

-En el Congreso de la Lengua tuviste un rol importante. Aparte de tu exposición sobre las malas palabras, hablaste en la ceremonia de clausura.

-Sí, fue inesperado y de rebote, porque tenía que hablar Saer y no pudo. No pensé que iba a tener tanta repercusión lo de las malas palabras. Yo trataba de calmar a Pedro Barcia, el presidente de la Academia Argentina de las Letras. "Tené cuidado", me decía, cuando le conté que iba a hablar de las malas palabras. Para colmo yo le decía que no escribía los textos, que no iba a tener la ponencia de antemano. Entonces pensaban que iba a hacer algo como Jorge Corona (risas). "No, quedate tranquilo que no tengo una intención provocadora ni escandalizante", le respondí. Y si uno repasa lo que dije, fue de una liviandad absoluta. Pero me parece un lindo tema. El cierre, aún viniendo de rebote, fue una distinción y una responsabilidad. Me dio un cierto cagazo. Decí que el hecho de jugar de local favorecía la cosa: yo miraba el teatro y veía tanta gente conocida que decía "bueno, ellos me perdonarán". Pero fue lindo, lo tomé como ser anfitrión de algo y ocuparme de eso. Me dio una exposición mediática que por un lado halaga la vanidad y por otro lado también es un desgaste. Mi mujer me decía: "prendo la radio y estás vos; abro el diario y estás vos; me despierto y estás vos" (risas). Era el colmo de la saturación. Pero fue muy positivo en general.

-¿Te sentís aparte del gremio de los escritores?

-Primero hay una razón geográfica. Vivo en Rosario: bueno, acá están Angélica (Gorodischer), (Jorge) Riestra, pero tampoco es que nos juntamos a charlar. Y los amigos están en Buenos Aires: Juan Martini, (Juan) Sasturain, (José Pablo) Feinmann y otros con los que tengo muy buena relación. De todas maneras yo advierto en muchos de ellos -no los que te nombré- una erudición y un conocimiento literario que yo no tengo. Claro, ellos viven para la literatura. El caso mío es más disperso. Yo me siento mucho más cerca del periodismo. Y obviamente por ahí me siento más cómodo con los periodistas deportivos, porque hablamos de fútbol. El tema que más me atrae es el fútbol. Entonces hay veces como que entre escritores se generan charlas para mí excesivamente intelectuales, en el sentido de que manejan una información que yo no tengo. Entonces no me dan ganas de ir a encuentros de escritores. Pero a mí la crítica me ha tratado con una generosidad absoluta. Las cosas sobre las que no valía la pena hablar o que merecían algún palo tuvieron la condescendencia amistosa de no tratarlas. No es que yo note un rechazo, para nada. Pero no estoy pendiente de eso. Lo que sí me genera expectativas y ansiedad es escribir.


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"Me gusta mucho el diálogo y prestar atención a cómo se habla".

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