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 domingo, 06 de marzo de 2005  
[Lecturas]
Una telenovela extraña

Leonel Giacometto

Narrativa. Miss Tacuarembó, de Dani Umpi. Editorial Interzona, Buenos Aires, 2004, 204 páginas, $16.

A la hora de etiquetar y clasificar la narrativa rioplatense (para saber exactamente quiénes son los popes, los nuevos genios, los olvidados y "los que nunca aparecerán"), surgen relatos que, de alguna manera, tienen su génesis fundamentalmente en Manuel Puig y Copi. Si de arranque entre estos dos autores había un océano (lleno de divas, lágrimas y machos abusadores) de por medio, entre sus "seguidores y herederos" hay, al menos, una telenovela que a alguno le faltó ver de chico. "Miss Tacuarembó", de Dani Umpi (Tacuarembó, Uruguay, 1974) está en esa línea en la que, quizás, "La asesina de Lady Di" (2001), de Alejandro López, representa su máxima (y más celebrada) expresión.

Con más de un punto en común con la primera, Miss Tacuarembó es Natalia, una chica que huye de su pueblito hacia Buenos Aires con el sueño de ser modelo, y que luego de seis años de no ver a su madre es invitada a un talk show televisivo en que ésta pretende reencontrarla. Hay también constantes y continuos flashblacks a su niñez. Y allí aparece Carlos, un "amiguito medio rarito" con quien ella jugaba a las modelos, y con quien siempre iba a misa a pedirle a Cristo desde una tarta de frutillas hasta el primer televisor color que a ella le obsequiaron.

En "La asesina de Lady Di" había mucha cultura pop propia de los años menemistas; es decir, "mucha cosa" latina de Miami, mucho perfume importado, mucho Versace. Buenos Aires era Miami. En "Miss Tacuarembó", Buenos Aires es a través de la música de Enya y de la voz de Natalia, convertida en promotora de perfumería. En "La asesina de Lady Di", la gente usaba perfumes importados. En "Miss Tacuarembó", imitaciones de fragancia en las que las reales son apenas un recuerdo con visos místicos (para la protagonista, Cristo usa la fragancia Bi de Calvin Klein). Quizás por esa sensación de haber sido (o de no haber sido nunca pero haber creído que uno era), Natalia describe minuciosa y obsesivamente las fragancias de perfumes importados.

Como sucede también con mucha dramaturgia y narrativa porteña, "Miss Tacuarembó" tiene todos los ingredientes "de moda" en Buenos Aires. Ironía y sarcasmo con muchas dosis de frivolidad (y esta no es una mala palabra) más un decálogo de referencia de sucesos, protagonistas, objetos, películas y programas de televisión de fines de los años ochenta y principio de los noventa. Hay una sensación de apariencia constante en la que pareciera no haber trasfondo.

Sin embargo, en la novela de Umpi, hay una apuesta de lo vacuo por lo vacuo. Hay algo que la protagonista quiere entender y hay algo que aprendió desde que vio una telenovela. Quizás protagonistas como estas, quizás novelas como estas, no sean "herederas" de Manuel Puig o de Copi, sino de la caja boba, la televisión, y de una sociedad que siempre se esforzó por parecer en lugar de ser. Es decir, para dejarlo en palabras de Natalia: "Cristal era, evidentemente, una telenovela superior a todas las que yo había visto hasta entonces. Aunque más de una vez la tele me había enseñado el complejo mundo de la moda y las modelos, en Cristal todo era más accesible, pese a que nada ocurría como por arte de magia. El personaje de Jeanette Rodríguez verdaderamente luchaba por lo que quería, no le debía favores a nadie y su vida le pertenecía. (...) Siempre decía frases perfectas, siempre encontraba la palabra justa, siempre tenía la razón en su lengua y estaba segura de que la justicia del destino estaría de su lado tarde o temprano".


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