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 domingo, 06 de marzo de 2005  
Editorial
Preservar, consigna en auge

Entre las virtudes que caracterizan a Rosario, una de las más destacadas es su juventud: la ciudad que se hizo a sí misma a orillas del Paraná en base a su exclusivo esfuerzo es dueña del poderoso impulso que sus escasos años, en términos culturales, le confieren. Piénsese si no en su edad -la real: es decir, a partir del momento en que se desarrolla como urbe- y se verá cuánto más "niña" es que Buenos Aires, Córdoba o Salta, por dar tres ejemplos de ciudades argentinas. Claro que en esa juventud también radican sus problemas: inmadurez, carencia de rasgos de identidad definidos -en lo cual también incide la cercanía con la monopólica Capital Federal- y, muchas veces, hasta falta de conocimiento y afecto por su propio pasado. De allí que devenga como sumamente valioso el proyecto de la Intendencia de crear un área de protección histórica en uno de los barrios rosarinos emblemáticos, cuna de sus más personales rasgos: Pichincha.

El plan especial, que se espera será aprobado sin objeciones por el Concejo Municipal, abarcará ocho manzanas, en las cuales se impondrán límites para la construcción y demolición de edificios. La zona que se preservará está comprendida por avenida del Valle, Rivadavia, bulevar Oroño -las dos veredas- y Vera Mujica, donde existe "homogeneidad en la tipología del ejido urbano, uso y hábitos".

Se trata, en verdad, de un sector de la ciudad en el cual a principios del siglo pasado, cuando el puerto era amo y señor de la vida de los rosarinos, funcionaron legendarias casas de prostitución en el marco de todo un ámbito destinado a la diversión y la vida nocturna, mientras comenzaba a florecer el tango. Mal que les pese a aquellos cuya visión de la historia se limita a lo institucional, el lugar se transformó en símbolo y leyenda, y así fue reconocido por el Concejo a través del decreto Nº11.772/96.

Sin embargo, en no pocas ocasiones la implacable piqueta barrió con los testimonios de épocas doradas, en un acto irreparable y que lesionó a la ciudad en un espacio intangible pero concreto: el alma, eso que la hace ser lo que es y no ninguna otra cosa.

La adquisición de una conciencia de preservación lleva tiempo, aunque los indicios de una saludable modificación en tal sentido resultan nítidos. Rosario, que dio muestras de lo que puede ser cuando brilló ante los ojos del mundo en el inolvidable 2004, debe estar a la altura del desafío y, para ello, quererse y cuidarse a sí misma como corresponde.
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