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 domingo, 06 de marzo de 2005  
Adiós Momo. Un balance de logros y "agujeros negros" en el regreso de los carnavales rosarinos
Los corsos terminaron ayer a todo color pero también dejaron dudas
¿El festejo sigue vivo o lo pone en pie el voluntarismo estatal? Opinan especialistas y autoridades de Cultura

Silvina Dezorzi / La Capital

Nadie duda de que Rosario tiene historia en materia de corsos, murgas y comparsas, pero a la luz del impulso que la Municipalidad dio este año al festejo la pregunta es inevitable: ¿sigue vivo realmente el carnaval? ¿O sólo lo pone en pie el voluntarismo estatal de "rescatar" su tradición? Un debate inevitable después de las cinco noches de desfiles que culminaron anoche en el parque Independencia, que si bien lograron una convocatoria importante de público, sembraron dudas sobre la propuesta ofrecida.

El investigador del Conicet y profesor de la Universidad de Buenos Aires Pablo Alabarces, un experto en cultura popular, no duda de que las políticas culturales argentinas suelen pecar de voluntarismo y tienen un fuerte carácter rescatista. "Los uruguayos no necesitan rescatar la murga y el carnaval porque son absolutamente contemporáneos y muy populares", afirma. En cambio, si la murga volvió a Rosario y Buenos Aires fue sólo de la mano del Estado a través de talleres. "Toda una contradicción: ¿hasta qué punto pueden la murga y el carnaval, de tradición tan contestataria, ser rescatados por el Estado?", se pregunta Alabarces.

El subsecretario de Cultura municipal, Juan José Giani, recoge el guante. "En esta fiesta quedó claro que por lo menos un sector muy importante de la sociedad se sigue identificando con el fenómeno del carnaval", dice. Una "sintonía" que mide por la masividad y la composición social de esa respuesta, abrumadoramente humilde.

Que el carnaval tiene historia en la ciudad es innegable: los primeros registros datan ya de 1855. Y hasta bien entrado el siglo XX, en las "fiestas carnestolendas" convivieron el juego con agua, huevos, harina y hasta fruta (luego prohibidos), carros alegóricos, máscaras, disfraces, bandas y bailes en toda la ciudad. Integrar una murga -ácidas, desafiantes o sólo subidas de tono- o una comparsa glamorosa era un signo de clase, pero nadie quedaba al margen del carnaval.

Mucho más avanzado el siglo, con subas y bajas, los bailes se multiplicaron en los clubes que la gente colmaba tras el corso. La Capital del 10 de febrero de 1961 muestra fotos maravillosas: cabezudos de diseño impresionante hechos en la Escuela Musto, macacos gigantes, efigies de Momo, el lago del parque Independencia disfrazado de Venecia.

Cuarenta y cuatro años después, los corsos volvieron a instalarse en el bulevar Oroño. Pero comenzaron con el pie izquierdo: el pasado sábado 5 de febrero unas 100 mil personas asistieron al primer día de festejo que, sobre las dos de la madrugada del domingo, terminó convirtiéndose en una "batalla campal", según describió el subcomisario a cargo de la seccional 5º, Daniel Cabrera.

Todo empezó cuando el cantante santafesino Ezequiel Romero subió al escenario y comenzaron a arrojarle botellas y aerosoles desde el público, donde numerosos grupos se trenzaron en corridas y peleas.

Esa noche el show fue suspendido. Los desfiles volvieron las semanas siguientes con un operativo de seguridad reforzado, sin números musicales en el escenario principal y con la estricta prohibición de vender o consumir alcohol dentro del predio. En las siguientes ediciones el clima fue más tranquilo, pero en ninguna de ellas se volvió a repetir la convocatoria de la primera noche.

¿El espíritu del carnaval había revivido? Giani afirma que la fiesta organizada por la Municipalidad este año no buscó resucitar a ningún muerto. "La masividad y el perfil tan neto del público, mayoritariamente de clase baja y media baja, sintonizan con una memoria histórica que sigue bien viva, y eso sin contar la gente de muchos barrios que se sumó a casi 40 comparsas", señala.

Sin embargo, el funcionario admite que "en lo que son sus significados históricos, el carnaval obviamente se ha retransfigurado: ya no está asociado a la rebelión o a la transgresión. Eso no lo conserva o, si lo hace, es de otra forma: tal vez en quienes se sienten representados por esa expresión cultural".

-¿No debería haber sido una convocatoria social más inclusiva?

-Es una conclusión provisoria, pero hoy me parece claro que este tipo de festividad interpela de modo altamente significativo a un determinado público, muy popular, familiar y de jóvenes. Y sentirse identificados con cierta forma de expresión cultural es también una manera de decir "acá estamos" y de reconocerse en la circulación de los bienes públicos.

Es cierto. ¿O acaso no excluyen de hecho a ese mismo público otras propuestas culturales -a veces vanguardistas, a veces clásicas- que llevan adelante las gestiones públicas? Pero entonces surgen más preguntas. ¿Que se logre convocar a una multitud (aun cuando sea la más frecuentemente excluida) es un logro en sí mismo? ¿Daría lo mismo que convocara Tinelli? ¿No hace falta trabajar aspectos simbólicos, estético-expresivos, tanto plásticos como musicales, e incluso de contenido?

"Seguro que el paladar de un esteta encontrará más de un defecto en nuestras comparsas rosarinas -admite Giani- y una mirada exigente verá mucho por hacer respecto de lo que se está ofreciendo culturalmente, por ejemplo, intentar dotar a esta fiesta de otras facetas que la enriquezcan, la complejicen, la actualicen, incluso con una estética de la pobreza, por decirlo brutalmente". Aun así, el subsecretario de Cultura cree que no será en vano, "de la mano de la propia fiesta, intentar ir subiendo su contenido como producto cultural, poniéndola en diálogo con otras cosas".


La lógica del espectáculo
Por supuesto, es materia opinable. Pero en este corso del parque Independencia al menos en el escenario y el desfile de comparsas (tanto rosarinas como visitantes) primó la imagen del carnaval comercial, que reproduce la lógica del espectáculo, imita la estética carioca (aunque en versión pobre) y rescata muy poco la tradición local, si es que sigue vigente, del baile y el disfraz.

Alabarces enmarca ese fenómeno. "El carnaval del Litoral en su momento participó de la tradición rioplatense negra, que perdura hoy de modo evidente en Montevideo con la murga y el candombe, pero en los 70 empezó a tropicalizarse y terminó abrasileñado", explica. Sin embargo, esa mutación no fue espontánea: "Se debió a una imposición comercial, no a un proceso popular: desapareció el disfraz y apareció la comparsa, que no es la murga, sino una mala copia de la escola de samba".

Los corsos que este año, después de tres décadas, volvieron al parque Independencia subieron la apuesta a los Carnavales Participativos que Cultura municipal organizó en los distritos los últimos años, tratando de recuperar el carácter popular de la fiesta. "Ya desde el nombre, Carnavales Participativos, algo se está diciendo... como si pudieran no serlo. Se convoca a un carnaval participativo justamente porque no lo es, porque es puro espectáculo", razona Alabarces.

Sin embargo, hace sus salvedades. Aunque admite que las gestiones de Cultura argentinas suelen aburrir de tan "rescatistas" y pecar de voluntarismo ("se basan en buenas intenciones, pero rara vez en investigación"), recuerda que el carnaval sufrió los embates del Estado: la crucial eliminación del feriado y la represión durante la última dictadura. Por eso, dice, se entiende que ahora el mismo Estado encare una "política compensadora activa" para restituir lo que alguna vez golpeó.
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El glamour del carnaval resumido en una imagen.

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