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 sábado, 16 de octubre de 2004

Punto de vista: Nostalgia de los peces serenos

Fernando Toloza / La Capital

La tradición de hacer hablar a los animales tiene larga data. ¿Esopo? Sí, tal vez, pero sus animales, cuando hablaban, eran precisos, más o menos divertidos, a veces filosóficos y otras, incomprensibles pero reveladores de las particularidades de una cultura ya desaparecida. Lafontaine, maestro del verso, compartía iguales virtudes, heredadas por el menos valorado Samaniego. Walt Disney presentó quizás al primer insensato parlanchín con el pato Donald. Después, la historia continuó, con alzas y bajas, hasta formar un lugar común: hoy los animales, en el cine para chicos, tienen que hablar hasta por los codos o, en el caso que aquí interesa, hasta las aletas, sin que tras tanta verborragia quede algo. "El espanta tiburones", aunque no es Disney sino de DreamWorks, comparte la tendencia y presenta a un pez cuyas frases acumulan tonterías sin gracia, gestos previsibles, y copia la expresividad del actor que aportó la voz a la versión en inglés (Will Smith).

La pobreza de los diálogos de Oscar, el pez en cuestión en "El espanta tiburones", se contrapone con la profusión de sus palabras. Palabras, palabras y palabras para no decir nada. Sin duda, para un actor puede ser un gran desafío mantener la atención en base a una gran construcción verbal que se empeña en crecer a partir del vacío. Pero al filme se le va la mano. No hay una frase que se pueda recordar con cariño, con el sentimiento entrañable que despierta un buen diálogo. Y no se trata de que las superproducciones de cine infantil, la nueva moda de Hollywood, no puedan tener frases interesantes. "Buscando a Nemo" es una prueba de que sí se puede. En ese filme también había un pez parlanchín: Dory. En su largas parrafadas lograba crear parte de la diversión desde el lenguaje. Dory y el padre de Nemo bajan a la oscura profundidad del océano. Dory no ve nada y olvida lo que le pasó hace cinco minutos. De pronto, oye que alguien le habla. Como se ha olvidado del padre de Nemo, se dirige a la voz que oyó y le pregunta: "¿Eres mi conciencia?". En "El espanta tiburones" no hay nada que se le parezca. Sólo las contorsiones del rostro de Oscar y el dudoso beneficio de asociarse con los poderosos. Una duda que el blablablá suele hacer inexistente.

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