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 domingo, 08 de agosto de 2004

Lecturas
Nación y nacionalismos en discusión

Mario Gluck / La Capital

Los distintos sentidos del término nación pueden llegar a ser contradictorios entre sí, incompletos o tautológicos. El diccionario de la Real Academia Española ofrece tres definiciones: "conjunto de los habitantes de un país regidos por el mismo gobierno", "territorio de ese mismo país" y "conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición en común". Las dos primeras acepciones estarían relacionadas entre sí, ya que hablamos de gobierno y territorio; pero ambas toman como referencia la palabra país, que en su definición puede ser tanto nación, provincia o territorio. La tercer definición es cultural, pero tiene en común con la primera que se refiere a un conjunto de personas, o sea que la misma palabra define dos formas distintas de relaciones entre los hombres.

Si pasamos de los diccionarios a los autores que en las últimas décadas se ocuparon de las naciones y los nacionalismos como Ernest Gellner, Eric Hobsbawn y Benedict Anderson, entre otros, podemos ver que, en mayor o menor medida todos hacen referencia a la elusividad, la complejidad, y la polisemia del concepto. Sin embargo, dentro de esa aparente indefinición hay cierto consenso en entender a la nación como una construcción político-cultural que varió en sus contenidos de acuerdo al momento histórico del que hablemos.

José Carlos Chiaramonte se propone reconstruir qué significó la Nación y el Estado en el lenguaje político de las élites que lideraron las independencias iberoamericanas. Desde el inicio advierte el riesgo del anacronismo, de proyectar lo que entendemos actualmente por nación a un pasado que no lo entendía de la misma manera. Así toma distancia de una retórica política y ensayística que entiende el problema nacional iberoamericano como un relato de precursores que no lograron plasmar la verdadera Nación o que fueron traicionados en sus proyectos a posteriori. Las investigaciones actuales sobre el siglo XIX iberoamericano, de François Xavier Guerra, Antonio Annino, Murilho de Carvalho, y del propio Chiaramonte, entre otros, no discuten directamente con esta retórica, pero la desarman de cualquier fundamento científico, al estudiar las distintas formas de identidades colectivas, que existieron durante ese período.

Así, los trabajos reunidos en este libro, van descomponiendo los distintos elementos que forman el concepto de nación, en la búsqueda de restituir los significados que tuvo para las élites dirigentes de las independencias. La introducción está dedicada a revisar lo que el autor llama prejuicios ideológicos y metodológicos, que el nacionalismo ha creado y dificultan el trabajo historiográfico. Uno de ellos es el de que, en el período independentista, ya estaban prefiguradas las actuales naciones iberoamericanas, cuando había muy pocos indicios al principio de que una entidad llamada Argentina tendría las fronteras que tiene actualmente, que Uruguay sería un país independiente, al igual que Paraguay y Bolivia, y que se iba a desmembrar el Río de la Plata.

El nacionalismo, como creencia social, piensa la continuidad de "su" nación desde el fondo de los tiempos, por lo tanto tiende a ver cualquier identidad colectiva en el pasado, como el preanuncio de la futura identidad nacional. Esta concepción surge a mediados del siglo XIX, en el que empieza a plantearse el "principio de las nacionalidades", que presupone una homogeneidad cultural de los Estados-Naciones, un origen y una comunidad de destino. Sin embargo, estos no fueron requisitos indispensables para constituir una nación en el momento de las Independencias; es más, el principio de nacionalidad era aún desconocido.

En los siguientes capítulos Chiaramonte define las bases de sustentación de los nuevos estados, a partir de cómo lo concibieron sus propios actores, que entendían a la Nación como una forma de organización política, sinónimo prácticamente de Estado. Los Estados-Naciones se definieron en sus fronteras y legalidad sobre la base de pactos y acuerdos entre formaciones políticas preexistentes, de las cuales las más importantes eran las de las ciudades y provincias. Estas entidades tenían su soberanía desde el momento mismo de la caída de la corona española, en virtud del derecho natural y de gentes, que ya había empezado a reemplazar a la idea del origen divino de la autoridad política. De ahí las luchas y discusiones decimonónicas entre federales, confederales y centralistas.

El fundamento iusnaturalista de las nuevas naciones iberoamericanas es analizado por el autor con una refinada y minuciosa erudición en la que cruza la filosofía política dominante del período con textos de los actores políticos iberoamericanos. Al mismo tiempo hace un análisis crítico de los estudios contemporáneos sobre el nacionalismo, como los de Hobsbawn y Anderson y de los historiadores de la teoría política y del derecho como Norberto Bobbio.

El resultado es un libro provocador que se inserta -más allá de la reiterada intención exclusivamente historiográfica del autor- en la discusión política y científica contemporánea acerca de la Nación y los nacionalismos. Es provocador en tanto choca con creencias sociales muy arraigadas, y que fueron trabajadas por el sistema educativo y los medios de comunicación por generaciones, al mismo tiempo que polemiza con especialistas reconocidos en el tema. Finalmente se inserta en una discusión contemporánea, acerca de los fundamentos del Estado-Nación y de su vigencia o declinación como forma de organización de la sociedad, nacida al calor de acontecimientos como el colapso del "socialismo real", la globalización y la emergencia de nuevos nacionalismos, regionalismos y otras identidades colectivas.

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Declaración. El 9 de Julio de 1816 en el Congreso de Tucumán, en un cuadro de Henri Stein.

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