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 domingo, 08 de agosto de 2004

Editorial
De nuevo tensión con el FMI

Desde que poco tiempo atrás se produjo el recambio de autoridades en el Fondo Monetario Internacional, las relaciones con la defaulteada Argentina han sufrido un giro que si bien no es brusco resulta nítido. En el marco de la dura puja con los bonistas, y mientras se sigue dilatando la tercera revisión del acuerdo que se encuentra vigente, un documento oficial del Ministerio de Economía respondió a la "autocrítica" realizada por el organismo financiero con severos cuestionamientos a su capacidad para manejar las grandes crisis económicas.

Según reza el escrito, después que se produjera en enero de 2002 la devaluación del peso el FMI "incurrió en una severa equivocación en el diagnóstico de la crisis, lo que lo llevó a cometer gruesos errores de pronóstico y a recomendar políticas inadecuadas". En los hechos, la divulgación del "paper" implica romper lanzas, tensar la cuerda, ir por más: una estrategia que el ministro Roberto Lavagna ha manejado con acierto hasta el presente, con el objetivo de ceder en el momento oportuno.

La política de dependencia del endeudamiento externo tiene una larga historia en la Argentina, pero si se recuerda que la proporción de la deuda en relación con el producto bruto interno (PBI) se incrementó desde el 29% en 1993 a un 41% en 1998, para llegar al 50% en el 2000, se comprenderá hasta qué punto un modelo económico fue sostenido en base a créditos tan irresponsablemente requeridos como irreflexivamente otorgados.

Y si algo parece haber quedado claro para la mayoría de los argentinos después de la estrepitosa caída del sistema de convertibilidad, es que no será por intermedio de las recetas del Fondo que el país logrará salir adelante. Claro que tal aprendizaje no debe derivar en el triunfo de políticas extemporáneas, basadas en instalarse sin complejos en el sillón de la irresponsabilidad: la Argentina necesita reinsertarse en el mercado internacional de capitales y volver a atraer inversiones si pretende consolidar su incipiente despegue.

Todo indica que la tensión no se diluirá en lo inmediato. Desde el Palacio de Hacienda se insiste en que es posible "vivir con lo nuestro". Acaso se esté especulando con las cercanas elecciones en Estados Unidos y evaluando las posibles consecuencias de un triunfo del demócrata John Kerry. Pero más allá de la coyuntura internacional, el país no debe modificar ni un ápice el concepto a partir del cual se han vertebrado hasta el presente las difíciles negociaciones: la deuda interna -con la gente- debe ser la que se pague primero.

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