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 domingo, 08 de agosto de 2004

Sin apuro

Julio Vilallonga (*)

Puede establecerse una directa conexión entre las presiones de los acreedores privados de la Argentina y las espirales ascendentes en la cotización del dólar. Esa conexión tiene dos componentes, que se retroalimentan: una es política y la otra, psicológica, sobre la cual trabajan los operadores locales del sistema financiero internacional a través de sus medios de comunicación afines. Por repetida, la maniobra no ha dejado de ser efectiva en los últimos tiempos, en especial después del "mega-default" de 2001/2002.

La renegociación de los más de 100.000 millones de dólares de deuda, la más grande de la historia mundial, no podía llevarse adelante sin presiones de este calibre.

Hasta aquí, en lo que se ha convertido en prácticamente la única herramienta de política económica de este gobierno, la negociación con los acreedores privados de la Argentina ha sido manejada con habilidad por el ministro de Economía, Roberto Lavagna, quien supo leer la coyuntura internacional y clavó una cuña entre los organismos financieros y los representantes de los bonistas al cerrar una negociación con los primeros que reconoció el 100% de lo adeudado, sin quitas.

La lógica de Lavagna volvió a ocupar la primera plana de los diarios. Según el titular del Palacio de Hacienda, si acordamos cumplir sin merma con el FMI, el saldo que nos queda para atender los compromisos con los acreedores privados es un porcentaje del superávit y no hay forma de ofrecer otra cosa que una quita del 75%.

Desde el primer planteo de Lavagna hasta hoy, mucha agua corrió bajo el puente. Más allá de las recurrentes "boutades" del presidente Kirchner, que en este tópico parece querer competir con su amigo Hugo Chávez, el pragmatismo duro ha sido la característica de la política llevada adelante por Lavagna.

El ministro instaló sus trincheras bien lejos, con la propuesta de quita que formuló. Como en toda negociación, más allá de los gritos histéricos de unos y las bravuconadas de otros, quien lanza una oferta sabe que algo tendrá que ceder y quien la recibe, otro tanto. Hoy, el ofrecimiento argentino con todas sus variantes supone una quita del 62%. Y aunque ya han aparecido quienes advierten que un arreglo de esta especie puede derivar en un nuevo default dentro de un lustro, la mayoría de los analistas encuentran razonable la propuesta.

Sin embargo, como en todo proceso de discusión nada es lo que parece. Ni Lavagna es el último bastión del nacionalismo vernáculo, ni los acreedores y sus socios locales unos desestabilizadores de las instituciones argentinas. De fondo, Lavagna se respalda en el hecho de que la Argentina es el único país que, habiendo anunciado que dejaría de pagar su deuda privada, se mantuvo a flote y comenzó un proceso de recuperación que ya está siendo analizado como caso en las principales escuelas de economía del mundo. No es un buen ejemplo. Y juega con el cansancio de los acreedores.

Los chinos, considerados los mejores negociadores del mundo, se sientan a la mesa con un cartel a sus espaldas, naturalmente escrito en chino. Un diplomático argentino que tuvo enfrente a un equipo de negociadores de ese país, por mera curiosidad le preguntó a su intérprete qué decía ese letrero. "Dice: no tenemos hambre, no tenemos apuro", le contestó el asesor.

(*)Director periodístico de la revista Poder

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