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 domingo, 08 de agosto de 2004

Para beber: La remota Syrah

Por Gabriela Gasparini

Podría decir que viene empujando desde abajo, pero no para asomar la cabeza porque eso ya lo hizo hace rato, sino para pararse con garbo sin igual junto a las cepas que brillan desde siempre. Es que eso es lo que está pasando en nuestro país con la Syrah, que disputa un justo lugar al lado de las clásicas de todos los tiempos.

Sin entrar en polémicas sobre su origen, que si fue la primera sobre la faz de la tierra, que si vino de Irán y de ahí pasó a la región del Ródano donde se convirtió en ama y señora, que si fue con la que se hizo el vino de la última cena. Son tantas y tan variadas las versiones sobre su vida que por ahora vamos a poner su intimidad a resguardo. La expondremos en otra oportunidad.

Pero qué es lo que pasa con esta cepa tan sugestiva cuyo nombre remite a lugares remotos. Al parecer aquí arribó de la mano de los inmigrantes italianos y durante muchos años fue confundida con otra uva llamada Balsamina o Balsemina hasta que se hizo la luz.

Hace tiempo su plantación fue impulsada por el Inta (fundamentalmente para las zonas cálidas) con el argumento de que rendía mucho y bien, o sea que la cantidad no alteraba la calidad.

Pero esto no era del todo así, por un lado es cierto que su producción es alta pero cuando se le da prioridad a ese aspecto la consecuencia es un vino descolorido y con poca estructura.

¿Cuál es una de sus ventajas? La mutabilidad. Se pueden lograr vinos con características diversas. En líneas generales, en climas frescos sobresaldrán las notas especiadas y frescas; en climas cálidos confituras y frutos secos. Pero tampoco lo tomen al pie de la letra porque sabemos de las diferencias según el suelo y demás.

Para llegar a buen puerto es fundamental el trabajo en el viñedo, claro que sin buena mano a la hora de la elaboración difícilmente se conseguirán vinos de calidad. Pero la uva prendió, y así, como en un remedo del duelo leproso-canalla, mendocinos y sanjuaninos defienden su versión vinícola.

Cada uno opina que es en su suelo donde la Syrah despliega sus mejores armas y se vuelve más atractiva. Unos argumentan que la amplitud térmica logra más color, cuerpo y complejidad aromática, y que sus vinos son más aptos para la guarda que los que se producen en zonas más bajas debido a su buena acidez natural y a su estructura tánica. Y otros, que los suyos son finos, elegantes y que la altura limita el desarrollo de la frutalidad y en cambio, además de las diferencias de temperaturas, lo que importa es la insolación.

Ambas ofertas pueden ser interesantes, y más allá de lo que manifiesten unos y otros, sólo una tarea le despejará la incógnita a nuestro paladar: probar.

En este caso no hay padre que entre a la sala de parto con la camiseta y el carnet en la mano, esto es una cuestión personal, de gusto y de nada más. Vale agregar que el optimismo de algunas bodegas llegó a proponer a la Syrah como una opción frente al estrellato de la Malbec, pero a pesar de la excelente calidad de nuestros caldos, son más los que piensan que va a ser difícil ganarles esa copa a los australianos.

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