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 domingo, 08 de agosto de 2004

El historiador León Pomer rastrea los orígenes de un problema argentino
La corrupción, una costumbre antigua
Funcionarios venales y empresarios inescrupulosos protagonizaron escándalos desde la colonia

Osvado Aguirre / La Capital

La corrupción política y las defraudaciones a expensas de la mayoría de los argentinos no son fenómenos precisamente contemporáneos. Según el historiador León Pomer, la idea de que los puestos públicos servían para arreglar negocios privados y cometer delitos con impunidad aparece ya en la colonia, en el gobierno de Juan Manuel de Rosas las clases pobres pagaban comparativamente más impuestos que los terratenientes y un episodio tan dramático como la guerra del Paraguay no fue sino un excelente negocio para los prestamistas y proveedores del Estado.

En su libro "La corrupción, una cultura argentina", de reciente edición por el sello Leviatán, Pomer repasa los antecedentes de ese fenómeno que, según destaca a este diario, "es inherente a los valores de una sociedad donde el interés personal, el lucro, la competencia despiadada y la desvalorización de la solidaridad son predominantes". En ese marco, "la política es una práctica social que no huye de los valores dominantes -en realidad antivalores- , y que por añadidura permite una fácil apropiación de recursos sociales".

Según relata Pomer en su libro, en los tiempos de la colonia el primer gobernador de Buenos Aires, Diego de Góngora, "se había confabulado con algunos defraudadores del fisco para monopolizar y fiscalizar las negociaciones mercantiles ilícitas que pudieran hacerse en el puerto". El obispo Fray Pedro de Carranza, por la misma época, protegía al más importante contrabandista radicado en Buenos Aires, Juan de Vergara, por otra parte notario del Santo Oficio de la Inquisición. A mediados del siglo XVII el desprecio por la ley -y en particular la práctica del contrabando- era moneda corriente en las clases acomodadas.

Al calor de las guerras de independencia se formó la burguesía mercantil porteña, que "anticipa la globalización de nuestros días". La red de negocios que supo montar Manuel Anchorena en Europa fue el ejemplo más elocuente. Poco más tarde entraron en acción personajes como Manuel de Sarratea -"inclinado a la intriga y principalmente por intereses sórdidos", según Juan B. Alberdi-, lobbysta de Gran Bretaña, y Manuel José García, ministro de Hacienda de la provincia de Buenos Aires, quien en 1814 escribe sin asombrarse: en la Argentina, "no se tiene por traición cualesquiera sacrificio a favor de los ingleses y aun la completa sumisión".

En 1822 un grupo de porteños consigue un monopolio bancario durante 20 años; entre ellos está Sebastián Lezica, descripto por testigos de la época como "gran maestre contrabandista". El banco quebró y los accionistas fueron resarcidos por una inversión que, en realidad, nunca existió.

La guerra del Paraguay fue ocasión para casos de usura y de simple y llana estafa, que según Pomer nunca merecieron una investigación. "El espíritu nacional de la oligarquía bonaerense cabe dentro del signo monetario, a la vez su himno y su bandera", dice en un pasaje del capítulo "Negocios ferroviarios y asaltos financieros", en el que también se dedica a Lucas González, funcionario de la presidencia de Bartolomé Mitre devenido en agente de La Forestal, y de Melchor Rom, directivo de la Bolsa de Comercio que no tuvo demasiado en cuenta las masacres de aquella guerra ya que según dijo "el comercio inglés tendrá un nuevo mercado consumidor y productor" para el tabaco.

"La corrupción es un fenómeno estructural que viene desde los tiempos coloniales, alimentado por prácticas recurrentes. No creo en la posibilidad de una sociedad no corrupta, pero sí menos corrupta. Pero en la sociedad argentina no irrumpieron fenómenos capaces de aminorarla", dice Pomer, autor de otros libros como "Cinco años de guerra civil" y "La Guerra del Paraguay" y profesor de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo, Brasil.

Las constantes son "la utilización del aparato de Estado como instrumento de apropiación de riqueza socialmente producida" y "la naturaleza y el carácter de los grupos sociales -variables en el tiempo- que crearon el Estado y lo dirigieron hasta días muy recientes". Se trata de una práctica asentada en ideas corrientes: "la indiferencia al destino común, el pensar que si uno no lo hace lo hacen otros, la banalización de la apropiación del bien público, una muy ausente capacidad para indignarse frente al saqueo".

No obstante, el episodio más significativo remite para Pomer a la historia reciente: "es el saqueo inmisericorde a que fue sometida la mayor parte del pueblo argentino durante el menemismo. El negociado de las carnes denunciado en su momento por Lisandro de la Torre hoy parece un juego de niños".

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