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 domingo, 11 de julio de 2004

Rosario desconocida: El sendero perdido

José Mario Bonacci (*)

Una gran verdad que citamos a menudo en estas notas afirma que la ciudad es la obra de arte colectivo más compleja que el hombre ha podido inventar. Una cuadrícula, calles que la determinan, algún rasgo geográfico que se destaca en el conjunto, y la base mínima está servida, con la condición de tener en cuenta algunos principios fundamentales.

Nadie tiene derecho a arruinar la ciudad y sus partes; todos deberán poner en movimiento "el sentido de urbanidad" no sólo en las buenas maneras sociales, sino en la educación para construir la ciudad, para dotarla de sus elementos constitutivos. Cada ciudadano ejerciendo la urbanidad deberá respetarla hasta sus últimas consecuencias y será no sólo actor, sino control de sus congéneres.

Hemos dicho que la ciudad perdió gran parte de su memoria construida al punto de no recordar ya ciertos hitos urbanos cuya edad no llegaría aún a los cien años. Y un siglo en la vida de una ciudad, no es demasiado tiempo.

La ciudad sugiere direcciones, dicta caminos, señala senderos y recorrerlos es darse la mano con la vida, con los recuerdos y con los sueños, para verse reflejado en un espejo. Pero así también es verdad que "la ciudad nos hace". Su pujanza es porque tiene hijos poderosos. Si deviene en esplendor es porque su gente es creadora e imaginativa, o el abandono es porque son víctimas de la pereza y la desidia.


Caminante soberano
El ciudadano, caminante soberano en su territorio, puede fabricarse para sí los caminos más variados y ricos, realizando verdaderos collages urbanos distintos y cambiantes, nuevos, sorpresivos, teniendo para sí una de las maneras de gozar con el arte urbano y colectivo, siendo a la vez su propio autor.

Rosario perdió muchos caminos y extravió muchos senderos. Sufrió amputaciones sin sentido: en vez de operar la infección, se optó por amputar partes del cuerpo. Partes completas de su estructura corpórea se perdieron en el tiempo irremisiblemente y junto con ello, la posibilidad de demostrar que éramos capaces de ejercer la urbanidad. Así se perdieron para siempre por interferencias de unos u otros verdaderos mojones históricos para mostrar a las generaciones por venir, preservando características naturales y geográficas de ciertos rincones que ofrecerían la sorpresa de poder descubrirlas.

La cortada Santa Cruz sólo conserva una última casa elevada a cuatro metros de la vereda, cuando en realidad toda su cuadra estaba constituida con ese rasgo. Las casas que quedaron bajo nivel al construirse la costanera fueron desapareciendo hasta quedar hoy no más de dos, con todos sus rasgos cambiados.


Habitante ilustre
Si el Martín Fierro es un representante literario máximo de nuestra nacionalidad no pareció esto tener peso para mantener la casa en que José Hernández vivió algún tiempo en Rosario sobre calle Buenos Aires al 880 y donde escribió parte del segundo libro de la obra. Una pequeña placa en el lugar es lo único que recuerda este hecho, cuando la casa estuvo en realidad en pie hasta avanzada la década del 60 y hoy sería entre otras cosas un magnífico museo para sorprender a propios y extraños.

No hay nada más triste que el olvido. No podemos recordar ciertas cosas porque no tenemos siquiera una fotografía que nos recuerde los rasgos queridos. Y si la tuviéramos sería casi lo mismo, porque eso de hablar sobre una presencia de valor a nuestros hijos y tener que recurrir a una fotografía desteñida con la fecha de desaparición escrita en un ángulo, es algo tremendo.

Pero el hombre siempre encontrará medios para repensar un problema si su voluntad lo guía. Lo que se perdió ha sido de manera irremediable e irrecuperable. En los últimos años, Rosario emprendió un camino de reflexión urbana y social que ha revitalizado ansias, ideas, proyectos y acciones certeras para exaltar presencias significativas, mojones importantes, y sobre todo desarrollar una conciencia colectiva que fortalezca el mantenimiento afectivo de la ciudad con su patrimonio multisignificativo en todas las áreas. Los esfuerzos realizados son de importancia y los resultados están a la vista como para que nunca más se cometan desatinos que desoigan lo que debe entenderse como memoria urbana madura y responsable de frente al futuro.

Habrá llegado así el momento de convencernos que a pesar de las pérdidas sufridas hemos aprendido la lección y estamos dispuestos a ejercer el cuidado y el amor por la historia. Sólo tendremos que tener presente en todo momento que perdimos el teatro Colón de manera irreparable, y que el teatro El Círculo que hoy festeja alborozado sus cien años de vida, estuvo a punto de desaparecer para siempre con cartel anunciador en su propia fachada y se salvó de milagro gracias a la acción de hombres que supieron anticiparse a semejante crimen.

Así habremos fortalecido y justificado el decurso de la ciudad humanizado y respetado hacia un mañana promisorio. No es nada más ni nada menos que lo que tenemos que hacer si pretendemos ser actores urbanos capaces de engrandecernos sin perder la conciencia del sendero perdido.

(*) Arquitecto

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La placa en recuerdo del paso de José Hernández por Rosario.

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