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 domingo, 11 de julio de 2004

Editorial
Por la unidad latinoamericana

En el mundo globalizado, las naciones no pueden afrontar en soledad los crecientes desafíos de la competencia. Esa lección, sin embargo, ha tardado en ser aprendida por los Estados que integran el extremo sur del continente americano, que aunque gozan de sólidos elementos de unión -el más trascendente de ellos es el idioma- aún no han sido capaces de plasmar en los hechos concretos el nivel de cercanía cultural del que gozan. Esa tendencia debe revertirse y para ello fue creado oportunamente el Mercosur. Pero los problemas de funcionamiento y la constante puesta en escena de la suspicacia han introducido demasiados palos en la rueda del organismo, algo que parece haber sido puesto en tela de juicio durante la última cumbre de presidentes celebrada en Puerto Iguazú, donde se aprobó el ingreso de México y Venezuela.

Sin dudas la noticia es trascendente, aunque carezca de la espectacularidad que suele atraer la atención del público masivo. A partir de que se cumpla con las formalidades dispuestas se elevará a ocho el número de integrantes de la alianza comercial, entre miembros plenos y asociados.

En cifras la incorporación significará nada menos que la duplicación del peso comercial del Mercosur, que se elevará de 568 mil millones de dólares a 1,3 billón de la moneda norteamericana. El mercado nucleará ahora a 388 millones de personas y adquirirá así mayor poder para negociar con las potencias dominantes, que suelen imponer condiciones sin mayores obstáculos en base no sólo a su mayor poderío económico sino al grado de cohesión que ostentan para defender sus intereses en los foros internacionales.

La Argentina está aflorando de la peor debacle de su historia nacional e intenta tomar enseñanzas de la dura experiencia vivida. Una de las principales lecciones aprendidas -junto con la revalorización de la producción nacional y de la cultura del trabajo por sobre la del consumo- ha sido el abandono de la superficial ilusión primermundista que alentó la dolarización de su economía. El país debe retornar a sus raíces, a su herencia latinoamericana. Y hacerlo con tanto orgullo como lucidez, consciente de sus virtudes y también de sus graves defectos, que han incluido con excesiva frecuencia una errónea noción de superioridad en relación con sus vecinos.

El Mercosur es una herramienta idónea para fomentar el progreso de los países que lo integran, que deben limar diferencias, romper desconfianzas y construir un bloque monolítico para enfrentar la incertidumbre que aún envuelve al naciente siglo veintiuno.

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