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 domingo, 11 de julio de 2004

El cazador oculto: El brillo de una noche de tapas

Ricardo Luque / La Capital

John Lennon tenía razón. Con sacudir las joyas bastaba, no hacía falta aplaudir, y de hecho nadie lo hizo. Y eso que la actuación del trío de cámara que amenizó la velada había sido brillante. Pero, es verdad, apenas se escuchó. Un murmullo incesante levantó un muro de silencio entre la música y la gente. Nada raro. Qué más se puede esperar de la inauguración de un restó de tapas como Pobla del Mercat. Raros peinados nuevos, modelitos de diseño, fragancias de free shop y toneladas de bijouterie que gracias al cielo nadie sacudió, sino hubiera habido una catástrofe de escala global. Allí en medio de tanto glamour apareció el Cai Aimar, sí, aquel rústico volante canalla que supo ser el terror de sus rivales en los lejanos 70. "Es amigo de la familia", explicó Héctor Jobell, que no podía ocultar el orgullo que sentía por el nuevo emprendimiento de María Eugenia, su hija, y Luciano Nanni, a la sazón el chef del local. La niña estaba exultante, a pesar de que para lograr ese curioso efecto en su cabellera azabache debe haber tenido que pasarse la tarde entera en la peluquería. Pero es sabido que para una mujer ningún sacrificio es poco para lucir atractiva. Si no pregúntenle a Silvia Resoalve, que se dejó caer por el lugar con un look casual tan despreocupado que como mínimo debe haberle llevado una semana lograrlo. Lo peor es que todo el mundo preguntaba por su amiga. Y no es para menos. Vestida de negro y con los ojos rasgados delineados con esmero, su presencia era inquietante. "Parece Gatúbela", disparó Adrián Maino que con traje y corbata estaba irreconocible. "¿Quién es?", se animó a preguntar César Moreno, que como todo enólogo que se precia de serlo, a esas horas ya tenía la nariz roja y los sentidos nublados. Hablaban de Patricia Bucella, la escritora, que se había refugiado en un rincón apartado y seguía con atención los dimes y diretes de la velada. La entrada triunfal de Salvador Distéfano, que llegó de la mano de su flamante novia, cambió el foco de atención. Y no podía ser de otro modo. Nadie se imaginó que un solo hombre fuera capaz de dar cuenta de tantas tablitas de fiambre en tan poco tiempo tal y como hizo el ariete de la Fundación Libertad. Un récord digno del libro Guinness.

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