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 domingo, 23 de mayo de 2004

El año K. Una mirada crítica sobre un hecho clave en la gestión de Kirchner
Esma: la otra obediencia debida

Tomás Abraham (*)

Poco a poco los protagonistas de la política argentina de las últimas décadas vuelven a ocupar el centro de la escena. Una izquierda sectaria y un justicialismo prebendario intentarán paralizar una vez más un intento democratizador en su doble sentido: acción social en un país con mayoría de pobres y construcción del Estado mediante la mejora de la calidad institucional.

Gracias a la Esma pudimos ver a los que reivindican en nombre de la justicia una violencia contra otra, un despotismo contra otro, y hacen de la memoria un instrumento de domesticación. Se dicta aquello que "debemos" recordar, y se nos dice lo que "debe" ser una prioridad de nuestro presente.

Marchar juntos desde la casa de la tortura en nombre del pueblo, además de reivindicar un modo de hacer justicia, pretende culpabilizar a todos los que rechazamos las opciones que se nos imponen. Nos quieren hacer marcar con un "sí" o con un "no" los casilleros de una lista demonizada que nos declara inocentes o fascistas. O estamos con los que piden justicia en nombre de los desaparecidos, o nos ponemos del lado de los que vuelven a amenazar desde los valores del Estado criminal del 76.

La doctrina de los dos demonios es una de las falsas opciones que pretende dividir a la sociedad. No hay dos demonios sino uno solo, aquí y en cualquier parte del mundo, y es bastante más abarcador de lo que se cree. Se puede manifestar en nombre de Dios, de la Cruz, de la Justicia, de la Democracia y la Civilización, de la Pobreza, de la Revolución, de la Nación, y de otras pocas mayúsculas. Son símbolos eficientes, nos hace creer que si no somos leales a su mística estamos condenados al infierno.

Los responsables de crímenes de lesa humanidad deben estar en la cárcel. Los terroristas que secuestraron y mataron a civiles y militares tienen que ser juzgados.

El pañuelo blanco sobre las cabezas de las madres es una señal de dolor y de meditación para el resto del mundo, un signo de la memoria nacional, pero su portadora es un ser humano, igual a otro ser humano, y no un dedo acusador que desparrama condenas. Cuando hacemos política -ya sea entre los grupos heterogéneos que componen el movimiento de madres, abuelas e hijos, o entre los que participamos de la cosa pública-, y más aún una política maximalista, estamos todos sin pañuelos.

Pocos hoy reivindican la acción de las Fuerzas Armadas, pero nadie olvida el tipo de militancia que dominó aquellos años. En este sentido el presidente no representa a la gente.

La Justicia no sólo tiene los ojos vendados para no discriminar, sino que tampoco habla con megáfono. La acción del Poder Judicial debe ser discreta a la vez que irrefrenable. Lo que vemos y vimos estos días es la necesidad de estrellato de minorías no representativas que exigen la "justicia popular".

No hay dos demonios, la opción no es hacer o no un Museo de la Memoria, mandar al calabozo o amnistiar a los torturadores. Los treinta años que han pasado son suficientes para comenzar a opinar sobre lo que queremos, y sin miedo de estar del "mal lado": este no por menemista, el otro menos por alfonsinista, este estuvo con el indulto, el otro con el punto final. Si existiera verdaderamente esa justicia, habría que vaciar al país de su población en un ochenta por ciento. Y que sólo queden los revolucionarios, los defensores de la verdad, los limpios.

El país está quebrado y enfermo. La crisis social requiere todas las energías disponibles, que son pocas. El gobierno da muestras de tener voluntad de mejorar las instituciones. Por motivos de ambición personal, defensas corporativas y dogmatismos ideológicos se intentará quitarle espacio, restarle vigor y abrirle nuevos frentes. Hay actitudes que no lo ayudan, algunas propias, como las del día de la entrega del edificio de la Esma.

El Museo de la Memoria debía haber tenido otro escenario: una multitud en silencio, el encendido de alguna llama que invoque a los desaparecidos, representantes de todas las religiones, de todos, sin discursos, sin nada. Un acto de espiritualidad, un duelo.

(*) Filósofo y profesor de la UBA

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La doctrina de los dos demonios es una de las falsas opciones para dividir a la sociedad.

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